Sobre el Panamericano de maxibasquet
por Aldo Velázquez
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La pasada semana se disputó en Montevideo, el campeonato Panamericano de Maxi-básquet (básquetbol para mayores de 35 años).
Felicito a todos los jugadores que nos representaron tan dignamente en dicho campeonato. Los felicito por dejar todo en la cancha y por acceder a las finales de todas las categorías, consiguiendo tres medallas de oro (mayores de 35, 40 y 50) y cinco de plata (45, 55, 60, 65 y 70).
Lamentablemente, el público faltó a la cita, y a las finales asistieron poco más de un centenar de personas, casi todas familiares o allegadas a los jugadores. La culpa no es de las personas que no asistieron sino de la falta de difusión que este evento tuvo por parte de los medios. Las causas de esta deficiencia son muchas y no pretendo analizarlas en esta nota.
Sin embargo, más allá de la ausencia de público, lo que me llamó poderosamente la atención fue la falta de banderas nacionales que alentaran a nuestros jugadores. Ni una sola. Ni una camiseta uruguaya entre la gente. Pude ver algunos muchachos con camisetas de la NBA, otro con una camiseta del argentino Emanuel Ginobili y hasta un niño (uruguayo) con la camiseta del Gremio.
Fue enorme la vergüenza que me dio mientras imaginaba que hubiera sido si este campeonato se jugara en Brasil. La verde-amarelha seguramente cubriría todas las canchas durante todos los partidos.
Pero en Uruguay no, en Uruguay cada vez tenemos menos identidad. Nuestra bandera, pisoteada. Ni en la plaza de la bandera la tenemos. El escudo nacional, ya se ha dejado de utilizar. Ni hablemos del escudo municipal, sustituido hace tiempo por un logo más moderno con forma de techitos de casas (oh casualidad, muy similar al de la Vertiente Artiguista). Las monedas, que verán sustituida la cara de nuestro prócer por diversos animales (a partir de ahora diremos tatú o ceca al arrojar una moneda al aire). Las conmemoraciones de las fechas patrias, pasaron de moda.
Afortunadamente concurrí con dos banderas nacionales, una de tamaño considerable y otra pequeña, las cuales coloqué detrás del aro en un agónico intento por decirle a los jugadores y a todos quienes se encontraban en el estadio de Trouville.
¡Estamos en Uruguay!
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