¡Yo acuso!
por Aquiles Diggo
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No, no soy un imitador de Emile Zola. Simplemente soy un anónimo uruguayo que conmovido por el informe que leí, me atribuyo el derecho de acusar a los responsables del drama que relata esa noticia.
El informe de marras es el que vi publicado en nuestro diario El País del día domingo 24 de febrero de corriente. En la sección “Domingo” se publica un artículo que no puede menos que estremecer de horror a cualquier ser humano.
Su título: La epidemia oculta de Sarandi del Yí.
Allí me entero de algo que normalmente se oculta. Desde las remotas épocas de la aparición de la obra de Goethe, Werther, cuya publicación allá por mediados del siglo XVIII provocó ola de suicidios en el mundo, se ha mantenido un pudoroso silencio ante esos trágicos desenlaces.
Acá también se ha seguido la tendencia a ocultarlos por temor a inducir a la imitación.
Me entero, entonces que ostentamos como macabro record el de ser el país con mayor número de suicidios de América Latina.¡Casi nada! La friolera de 22 intentos de suicidio por día constatados por la policía. De estos 22 intentos, ¡2 consumados por día!.
Esto nos da la terrorífica suma de 60 suicidios consumados, de alrededor de 650 intentos por mes. Más de 600 suicidios por año, y cerca de 8000 intentos.
Recordemos que se trata de los que se comprueban policialmente. ¡Deben haber muchos fallidos de los cuales saben sólo sus protagonistas!
Según las fuentes policiales, la mayor parte de los intentos tienen raices en la situación económica. Habrá otras motivaciones, pero no debemos olvidar que el dinero no hace la felicidad, pero la carencia absoluta de él, provoca desesperación y actúa como gatillador de situaciones emocionales peligrosas.
Por eso lo del título: ¡YO ACUSO!
¡Yo acuso! A los que desde sus torres de marfil, allá arriba en el gobierno no escuchan el grito desesperado de los suicidas, o de los que por millares, en silencio también abandonan el país con sus maletas repletas de… desesperanzas.
¡Yo acuso! A esos que lucen sus asépticas manos y sus níveas túnicas, o sus desprolijas trazas de idealismos foráneos, yo los acuso de la sangre vertida. ¡De los alientos ahogados, de las esperanzas frustradas!
Esos que se treparon a las ilusiones de muchos y a cambio del voto les ofrecieron el oro y el moro, sin siquiera saber si en algún lado existían.
A los que a cambio, solo ofrecieron limosna, olvidando que para muchos uruguayos bien nacidos y capaces, la limosna es una ofensa.
A esos mismos que diciéndose protectores de los pobres luego que se encaramaron, duplicaron o cuadruplicaron sus propias riquezas
¡Yo acuso! A los que especularon amasando fortunas con el endeudamiento de la gente. Haciendo producir a sus billetes, sin derramar una sola gota de sudor, explotando las necesidades y peculando con intereses y recargos usurarios, obteniendo ganancias mayores que los que trabajan en el agro, en la industria, o en el comercio arriesgándolo todo día a día,.
Para esos explotadores no hay granizos, ni lluvias, ni crisis que los amenace. Siempre están a cubierto.
¡Yo acuso! A los que sintiéndose fuertes por respaldo grupal pidieron para ellos y se conformaron con las mejoras de su sector. Son esos que piensan que pueblo y sindicato es sinónimo.
¡Yo acuso! A los propios organismos estatales, a los entes autónomos, a los municipios, que se dicen del pueblo, pero que en definitiva son usurarias máquinas recaudadoras, que también especulan con la necesidad.
¡Yo acuso! Al pueblo mismo, por no participar con su propio albedrío pensando, razonando, sin dejarse llevar por lisonjeras propuestas, sin dejarse comprar al vil precio de la necesidad. Sin recoger sumisamente el pienso que le brindan los que le escamotearon la oportunidad de ser hombres dignos y dueños de su destino.
¡Yo acuso a todos ellos! Yo me atribuyo el derecho de gritar por los que voluntariamente se han ido, emigrando o suicidándose. Ellos se tragaron sus reproches. Ellos buscaron una de las dos soluciones. Ambas son soluciones finales. Son contados los que vuelven…
Las dicta la desesperación, No es el lamento de las comodidades que no se tienen, como algún patán expresó. Es el duro convencimiento de que no se quiere morir esclavo de la miseria. Un esclavo tenía más beneficios que un indigente de mi patria. Al esclavo se le alimentaba, se le curaba si enfermaba, se le daba techo. ¿Qué se les da a esos niños descalzos que salen a mendigar? A esos hombres y mujeres que se plantan en un semáforo a improvisar un modesto espectáculo para ganarse el peso ¡qué se les ofrece sino limosna!.¡Me dirán que exagero!
Este es mi grito ¡Grito por ellos!
Por los que ignoran hasta su propia miseria…
Y esto lo grito con los ojos llenos de lágrimas. El pasaporte que tengo en la mesa es mudo testigo de ellas. Tal vez extraña la compañía del pasaporte de mi hijo que me precedió en el éxodo. Sus tapas oscuras como el destino que nos espera no pueden llorar… yo sí!
Sí sé que partir, es morir un poco.
Se llora como una muerte, la ida de un hijo.
Yo mismo le aconsejé. Y pronto lo seguiré. Yo que tengo antepasados cabildantes, por parte de padre y madre, yo que como obrero viví un orgulloso Uruguay, le aconsejé a mi hijo, porque lo amo, que se fuera.
Me duele mi patria. Me duele Uruguay.
Sí ¡Yo acuso! ¡Acuso al cobarde que hay en mí, al ser que no soporta el dolor de su prójimo! Tal vez, en un pueblo distinto, con un idioma extraño, allá en la antípoda, no sienta el dolor de mi patria, el callado grito de sus suicidas, los lamentos de los robados, los pedidos de ¡”un pesito”!
Quizá pueda creer que las noticias que me lleguen, como en las películas, no tengan nada que ver con la realidad…Que los pobres que se crucen mi camino son imaginarios…
Que aún se puede ser feliz…
A la vejez, empezaré a mentirme… !
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