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Año V Nro. 277 - Uruguay,  14 de marzo del 2008   
 

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Peronismo y cortoplacismo
por Denis Pitté Fletcher

 
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Hoy, en la Argentina, hablar de peronismo equivale, en la práctica, a hablar de sistema político. El peronismo –en su actual vertiente y en las anteriores- ha copado los tres poderes del Estado: el Ejecutivo, el Legislativo, y el Judicial. Éste último, cuanto menos, en su cabeza máxima, la Corte Suprema, y en su órgano de control, el Consejo de la Magistratura, verdadero adoctrinador y ajusticiador de jueces no adictos.

Mal se encuentra la sociedad cuando ya no reacciona de ningún modo con sus reflejos patelares frente a los mazazos de la violación de la ley, de la arbitrariedad, de la inhumanidad..., cayendo en esa apatía que es heraldo de su derrumbamiento total...”
Wilhelm Röpke

          Todo dentro del peronismo. Nada fuera del peronismo. La oposición, salvo alguna bocanada de aire fresco en algunos distritos como Capital Federal, y alguna aislada voz denunciadora aunque meramente testimonial, ha desaparecido. El peronismo ha cooptado a la mayoría del pueblo y –a mi juicio, desgraciadamente- se advierte peronismo para rato.

          ¿Qué es lo que hace del peronismo una fuerza política tan encantadora e hipnótica para las sucesivas mayorías que lo llevaron al poder? Fácil: su vocación demagógica, populista, facilista, que todo lo promete y, aún peor, lo cumple mal.

          A mi juicio, lo que define al peronismo de Perón, de Menem, de Duhalde, de Kirchner, y de todos aquellos que forman sus tropas en el poder, es el cortoplacismo. El peronismo ha descubierto que el pueblo, en su mayoría, no reconoce con su voto a aquellos que fundan los cimientos, aunque éstos sean eternos, sino solo a aquellos que ponen el techo, aunque el techo sea de cartón.

          Pruebas al canto. En su primer gobierno de 1946/52, y valga solo como un solo ejemplo simple entre muchos (congelamiento de precios, estatización de empresas de servicios públicos, nombramiento de empleados públicos a raudales, etc.), Perón congeló los desalojos y los alquileres, con el fin confesado de ayudar a los pobres evitando que paguen el incremento del costo de las locaciones derivadas de la inflación y de la inseguridad jurídica propia de aquel gobierno.

          La consecuencia final de esa medida fue que las clases medias, que antaño invertían sus ahorros en la compra o construcción de una segunda o tercera propiedad para dar en locación y obtener así una renta, dejaron de construir y huyeron hacia otras inversiones, generalmente financieras.

          Y esa consecuencia inmediata trajo otra mediata: que con el tiempo, merced a la inseguridad jurídica generada por Perón y seguida luego por militares y radicales aperonizados, escasearan las viviendas para alquiler, perjudicando más que a nadie a los pobres a quienes Perón decía proteger. Sin embargo, en el recuerdo de los votantes, queda la imagen del Perón solidario y benefactor del pueblo, y olvidada la del gran violador de los derechos individuales y de la seguridad jurídica, y generador de pobreza extrema en el largo plazo.

          Más recientemente, el presidente Menem, aunque con una demagogia más refinada y sutil, puso freno a la inflación galopante heredada del gobierno radical, mediante un sistema también cortoplacista: la convertibilidad. La paridad del peso con el dólar norteamericano al valor uno a uno, resultó de momento un freno contundente para el incremento de los precios, que chocaban contra la pared de los precios internacionales. Era un verdadero control de precios, al mejor estilo peronista.

          Pero esa política cambiaria no podía sostenerse sin aplicarse al mismo tiempo una política fiscal compatible. Desde la imposición de la convertibilidad (1991) hasta que el Dr. Menem dejó el poder (1999) el gasto público se incrementó en aproximadamente un 140%, y ese incremento es incompatible con un tipo de cambio fijo, en tanto los desequilibrios que produce el aumento del gasto no pueden ser compensados por la variación de la relación cambiaria, pues el incremento del costo de producción de los empresarios generado por el aumento del gasto público y la presión que significaba la mayor demanda provocada por ese aumento, no podía ser trasladado a los precios por cuanto de hacerlo los productos quedaban fuera de la competencia internacional merced a la convertibilidad uno a uno del dólar con el peso. De allí el quiebre de las empresas y la consiguiente desocupación generalizada.

          Además, el hecho de que no hubiera inflación registrada, no significa que no existiera en forma contenida, pues los bienes no transables como los servicios públicos sí vieron incrementados sus precios a diferencia de los transables, para los que existía el límite de la competencia internacional con el peso sobrevaluado.

          Sin embargo, con el régimen de convertibilidad el Dr. Menem se aseguró la reelección en 1995 con una amplia mayoría de votos. Estaba claro: en la superficie, los votantes vivían en el paraíso de los precios bajos y fijos, con productos importados a bajo costo y créditos con bajo interés.

          En el subsuelo, el sistema productivo argentino se destruía día a día, colapsando a fines de 2001 con el conocido corralito financiero. Pero Menem triunfó en su objetivo de corto plazo: ser reelecto como presidente.

          Y en la actualidad, asistimos a una nueva versión del cortoplacismo peronista de la mano de los presidentes Néstor y Cristina Kirchner. Herederos de una economía en expansión merced a la devaluación producida por el peronista Duhalde, entendieron que el dólar alto, entre otras medidas, sería ahora la nueva forma de la demagogia sembradora no solo de soja sino de votos.

          Así es que mantienen artificialmente bajas las tarifas públicas, controlan los precios vía Moreno para que no se vea la inflación real y no se perjudiquen los salarios (que exploten más adelante), reparten millares de jubilaciones a quienes no hicieron los correspondientes aportes, atacan a las empresas multinacionales “enemigas” del pueblo, consumen el stock de capital de las empresas nacionales, incrementan el gasto público de manera colosal para continuar la fiesta (en el año 2007 el incremento fue de casi el 50%), emiten moneda para mantener el dólar alto absorviendo luego esa moneda espuria con emisión de bonos –es decir, endeudándonos a todos-, otorgan subsidios a rabiar, y atacan a los productores rurales –que son los que bancan la gran fiesta- a quienes califican como privilegiados y abusadores.

          Mientras tanto, la Argentina acumula deuda y miseria a presente y a futuro, pero Kirchner logró su objetivo: la reelección vía su esposa Cristina Fernández por los resultados presentes de su política económica. Y, seguramente, con el correr de los años, cuando esto le explote a otro gobernante –que será el “malo” de la película-, Kirchner será recordado por la mayoría como un gran presidente que generó bienestar para el pueblo arremetiendo tenaz y valientemente contra quienes se oponían a su política “social” y “solidaria”.

          El peronismo en clave cortoplacista no es, claro está, una novedad universal. Ya Aristóteles describió la demagogia hace más de 2.300 años, y esa herramienta del poder jamás dejó de lubricarse. Hoy la tenemos en la Argentina bien aceitada y es bueno que lo sepamos.

          Pues, tal como dijo el estagirita, “no se puede desatar un nudo sin saber cómo está hecho”.


Fuente: Periodismo de Verdad
 
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