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De títeres y titiriteros: mareados, confundidos y con miedo
por Gabriela Pousa
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El fallido proyecto de la transversalidad desembocó en la puesta en escena de una obra en la que ni siquiera somos espectadores, sólo títeres sin posibilidad de autonomía.
“Para la mayoría de nosotros,
la vida verdadera es la vida que no llevamos.”
Jorge Semprún
Si alguna duda quedaba acerca de la identidad del gobierno nacional, es decir de la sociedad política conformada por el matrimonio Kirchner, en estos días ha quedado develada. La transversalidad fue un mero artilugio sin resultado o, posiblemente, un fracaso del que se supo sacar un provecho singular.
No hubo modo de sumar a la concepción política kirchnerista a aquellas clases medias urbanas que fueron el objetivo de máxima de Néstor Kirchner cuando desembarcó en la Casa Rosada. “Porque te quiero te aporreo” no sirvió a los fines de aglutinamiento y los constantes embates contra los sectores medios ayudaron, de alguna manera, a que los Kirchner se mostraran sin careta. La inclusión fue un mero slogan de campaña, así como lo fue el cambio y la proyección de una política exterior más abierta.
Alfa y omega del kirchnerismo lo conforman los tradicionales cuadros peronistas que se mueven como caudillos en las provincias e intendencias. La sombra del PRI mexicano o del partido ruso de Vladimir Putin sobrevuela en la reestructuración de un partido cuyas bases han de adaptarse a tiempos sustancialmente distintos. No es el argentino de hoy el pueblo subyugado por Perón. No hay más Plazas de Mayo llenas de espontaneidad y fervor. No hay fanatismo que ciega, ni cheque en blanco. Menos aún hay carisma que se gane la atracción de las masas en la Argentina. Apenas si hay discursos y un andamiaje comunicacional capaces de generar sensaciones de estabilidad, junto con coyunturas donde la percepción del colapso o del largo plazo no aparecen en el conciente de la mayoría de la gente.
Se ha dividido la sociedad para hacer creer que aquel sector cooptado por el oficialismo es el todo de lo que hay. Quienes no adherimos a la fórmula estamos confundidos y ése es el trabajo más eficiente del Gobierno. Se nos embrolla a diario con temas y sandeces que terminan dejándonos en un estado de desconcierto donde no terminamos de dilucidar qué funciona bien y qué funciona mal. En ese sentido, vivimos en un ahora perenne, mientras los problemas que tienen raíces profundas aparecen en este escenario como furtivos inconvenientes del presente. Así, las subas de precios de las verduras o de las carnes se limitan a la discusión “subsidios sí, subsidios no” o al embate enceguecido del boicot, como sucedió el año pasado con los tomates y las calabazas. Si en el 2007 la metodología dio resultado, ¿por qué no instrumentarla hoy? Nadie tiene cabal certeza de si está bien o no boicotear al verdulero de la esquina o de la vuelta.
El Gobierno se nutre de hombres que siembran la confusión. Días atrás, un defensor de los peculiares métodos para frenar el alza de precios sostenía con énfasis, en un programa de televisión, la necesidad de contar con cuadrillas enteras de Morenos que pusieran orden en los precios… Sin eufemismos ni metáforas se estaba diciendo que los argentinos necesitamos ejércitos de mano dura en lugar de términos de intercambio que contemplen eso que acá parece ser un dislate y, sin embargo, rige el mundo civilizado: el juego de la oferta y la demanda en los mercados. Si, al fin y al cabo, el apriete del secretario de Comercio Interior hace que bajen la papa y el asado, ¿hay motivo para quejarnos? Pregunta letal que, en silencio o en voz alta, se hacen muchos ciudadanos.
Nadie discute que en la Argentina de los Kirchner lo que está operando es el monopolio de la fuerza, fuerza entendida como control aunque en verdad se trate de una inocultable política del temor y de la impericia. Se nos insta a vivir entre el recuerdo y la imaginación, entre fantasmas del pasado y del futuro, reavivando viejos peligros de inflación y crisis, y consecuentemente dando gracias porque aún tenemos poder de consumo. ¿Qué consumimos? Ése es otro problema que no entra en la polémica. Como diría Epicteto: “No nos dan miedo las cosas, sino las ideas que tenemos de las cosas”. Así, la idea de no consumir nos hace aceptar con indiferencia a un funcionario que extorsiona para que el consumo aparente seguir estando y no se altere en esencia. Si consumimos o no lo realmente deseado no parece importarnos.
Por otra parte, el objetivo de los Kirchner es que el trabajo sucio lo haga otro, alguien que obligue a empresarios y comercios, que fuerce pactos, entre otras tareas sucias, para que el matrimonio quede salvaguardado. Ellos sólo serán los padres del resultado, es decir, del aplauso o del reconocimiento si los tomates bajaron o si seguimos comiendo asado.
Dividiendo, gobiernan. No es novedosa la técnica: creando confusión es más fácil vender certezas, aunque no sean ciertas. Así, hoy los empresarios apuntan a Guillermo Moreno y no a Kirchner, si bien en el fondo saben dónde está la matriz de la cuestión. Empero, hasta tanto no se entienda que el gran hacedor de lo malo y lo bueno atiende en Puerto Madero y no en ningún otro despacho o ministerio, no habrá salida ni solución.
El monopolio del poder no pasa solamente por crear o recrear un peronismo, también implica la continuidad de una forma de manejo del poder que ha logrado éxito en el cambio de conceptos y en el reinado del mareo. Hablando mal y pronto: no sabemos dónde estamos parados, ni si retrocedemos o avanzamos. Vivir bien en la Argentina de hoy es pasarla bien sin que se especifique demasiado. Y pasarla bien es no cuestionar nada y aceptar lo que se dice y se hace como si eso fuera sinónimo de gobierno cuando, en rigor de verdad, lo que hay no es más que un matrimonio sin vocación de titiriteros que, a pesar de ello, maneja los hilos de un teatro donde no somos espectadores sino títeres que representamos un libreto que tristemente nos es ajeno y ni siquiera entendemos.
Gentileza de: Economía Para Todos |
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