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No preguntes lo que tu país te puede dar, sino lo que tú puedes darle a él.
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Año V Nro. 390 - Uruguay, 14 de mayo del 2010 |
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Es evidente que no todas las épocas fueron de felicidad y bienestar para los habitantes de esta frontera, quienes debieron sobrellevar muchos años de dificultades antes de consolidar su perfil ciudadano entre las poblaciones rochenses. Ubicada en un enclave estratégico, la localidad de Chuy, es la ciudad uruguaya limítrofe con Brasil más conocida e integrada a las folclóricas costumbres del consumismo fronterizo. Visitada diariamente por turistas, estudiosos de la historia americana y ecologistas, su importancia y gravitación siguen avalando su vigencia disimulada detrás de su modestia y aún, de sus incongruencias. Su entorno geográfico, benigno y acogedor, esconde la tumultuosa gestación de la nacionalidad uruguaya en la que estos parajes testificaban los vaivenes diplomáticos y políticos originados en el continente europeo. La aparición del conquistador en estas tierras postergó el conocimiento que de la embrionaria cultura de los indígenas poseemos en la actualidad. Habitada por grupos que alternaban sedentarismo y nomadismo de acuerdo a sus necesidades, los testimonios de su evolución cultural y social sólo se ven representados por muy elementales utensilios domésticos, y un particular culto a sus muertos, común a los pueblos de origen guaraní. Tal culto representa una peculiar forma de contradicción: su evolución espiritual y existencial no es acorde a su progreso manual y material siendo hoy un enigma para arqueólogos y antropólogos.
La templanza del clima, la abundancia de proteínas y agua potable de fácil acceso más una geografía desprovista de dificultades daban al indígena la seguridad de una vida casi edénica con la supervivencia asegurada. La nítida diferenciación con pueblos que en sus dificultades engendraron grandes culturas permite concluir que la vida apacible, para los primitivos habitantes de esta comarca, concluyó por exterminio o sometimiento con la llegada del conquistador. La población indígena de América Latina disminuyó en un 85% con la presencia europea de 80 millones de habitantes se redujo a 11 millones en un lapso de menos de veinte años. El período de mil años que media entre los primeros testimonios antropológicos y la conquista no presenta, en esta zona y al menos por ahora, dato alguno que permita registrar con valor documental algún hecho significativo que profundice el conocimiento de nuestros antepasados. El periodista Gualberto Cos señalaba recientemente que “estas tierras, que antes del año del viaje de Colón en 1492, ya eran objeto de litigio entre España y Portugal fueron acondicionadas para su explotación por el conocido Tratado de Tordesillas, laudado por la Bula del Papa Alejandro VI de 1493 y firmada su aceptación en 1494. Este Tratado otorgaba el Occidente de las Islas Azores a España y el Oriente de las mismas a Portugal con el Océano Pacífico, como límite. Notemos que tal partición de territorios se hacía cuando sólo se conocía la cuarta parte de la superficie terrestre. Sólo seis años más tarde, en 1500, Portugal a través de Álvarez de Cabral iniciaba el reconocimiento de tierras del actual Brasil en clara violación del tratado e iniciándose un período de disputas que duraría casi tres siglos”.
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