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Un drama digno de Shakespeare…
(¿O tal vez de Alfred Jarry?)… En fin…
por Fernando Pintos
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I Aflicción desmedida y las tinieblas
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Damianito estaba muy preocupado por la problemática institucional del club de sus deudores. Más bien desesperado, porque la situación se le había ido de las manos, deambulaba día y noche por la sede de la calle Magallanes como alma en pena, repitiéndose la mismas angustiosas preguntas de Hamlet: «¿Contratar o no contratar?»… «Currar o no currar?»… Al parecer, todos los problemas que lo aquejaban — que casi todos se negaran a llamarlo Damiani, la rebelión del gordo Púa, los reclamos impertinentes de la Barra Brava, los gualichos de Ribas, la gresca con Newell’s, la deuda, el pasivo laboral, la refinanciación, los seis meses de atraso que reclamaba UTE con ingrata terquedad, el pase casi frustrado del Güilintón, etcétera—, le habían llevado a reconsiderar la necesidad imperiosa de rodearse con gente más confiable. Comiéndose las uñas, deambulaba entre las sombras, murmurando incoherencias que, felizmente, ningún micrófono indiscreto podría registrar para la posteridad.
—Necesito un timonel que me ponga orden en todo este relajo… Pero, ¿quién podría ser? ¿Quién se atrevería a meterse en esta olla de grillos? ¿Cuál será el perfil adecuado?… ¡Ya sé! ¡Me he iluminado! ¡Lo tengo!: Debe tener la frente ancha… La mirada limpia… La nariz aguileña… Bondad y rectitud en el espíritu… ¡Sí! ¡Sí! ¡Así mismo es el que necesito! Pero, algo más todavía: ¡también que sepa sacar pecho! ¡Aleluya! ¿Será, acaso, éste el primer paso para que yo pare de sufrir?
Entonces, comenzó a considerar los personajes que tenía más a mano para iniciar cuanto antes el imprescindible rescate. «¿Hubiera podido ser el Gordo Púa?», se preguntó con angustia. Y enseguida, él mismo se contestó: «No… Ése tiene la frente y la bocha como una pista de aterrizaje, pero esos ojitos bovinos e inexpresivos, que parecen estar divagando sin descanso por la Dimensión Desconocida, no me convencen para nada! ¡Además, de nariz aguileña, un corno a la vela!»… Y así, sin permitir pausa a sus inquietudes, continuaba monologando: «¿Y qué tal seria Ribas? ¡Ése, menos todavía que el otro! El tipo tiene otra pista de aterrizaje en el coco, pero esos ojos de criminal alucinado no me provocan la menor confianza!… Además, para declarar incoherencias delante de la prensa, ya basta y sobra conmigo…».
II Un chirrido estremecedor entre las sombras
Se enredaba en tales reflexiones el hilo (o hilacha) de sus pensamientos, cuando entre chirridos más que nada propios de una película de terror clase B de los años 30 (aquellos refugos de la Universal Pictures), se abrió una puerta y apareció, frente a él, envuelta en la oscuridad pero resaltada por un hálito de vicio, la figura inconfundible de Welker… Casi de inmediato, y mientras una familia de ratas se entretenía ruidosamente jugando al embolsado en uno de los rincones de aquella lóbrega estancia, se desarrolló el siguiente diálogo:
—¡Vade retro! ¿Quién sois vos, extraño que conturbáis mis más profundos pensamientos? ¡Por las dudas, sabed que yo soy Damianito!
—Pero yo no…
—¡Ah! Ahora que os alumbro con la luz vacilante de mi celular de ANCEL, compruebo que sois vos, mi fiel Welker.
—Para servir a Su Grandeza hasta el último centésimo (o centavo de dólar) adeudado del pasivo institucional…
—¡Palabrotas no permito! ¿O no sabéis que os tengo prohibido a todos, en este palacio, mencionar en mi presencia o sin ella los términos nefastos de «deudas» y «pasivo»?… Pero… Dejad que os examine bien a esta luz vacilante (¿me estarán por cortar también el celular?)… ¡Veo que tenéis la frente amplia!
—Se hace lo que se puede, Señoría. El 29 de cada mes almuerzo ñoquis «Alla Carretiera»…
—¡También os veo la mirada limpia!
—Bueno, es que me lavo religiosamente los dientes después de cada comida…
—A ver: ¡sacad ese pecho!
—¿Acaso pretendéis que os incite al pecado nefando, Vuesencia?
—¡Pero no seáis tan zangolotudo! Os estoy testando, para ver si puedo poner las riendas de la institución en vuestras manos…
—¿Que me estáis tentando? ¿Para hacer qué con las manos? ¡No! ¡Socorro! ¡Yo me voy de aquí a cien por hora! Está muy bien ser vividor y caminar por las paredes, pero lo que se dice maricón, ¡eso jamás!
—¡Que volváis os digo, pedazo de imbécil!.—Aullaba Damianito, perdido entre las sombras. Pero toda alharaca era inútil. Su última esperanza de redención había huido, al igual que todo el resto de sus fieles.
III Aparecen las voces del Más Allá.
—¿Qué haré en esta hora de necesidad?.— aullaba, inconsolable, este remedo posmoderno de Hamlet… En eso, a través de una rendija comenzó a tomar forma una presencia gaseosa y semidifusa. Incrédulo (o más bien mal pensado), Damianito frunció preventivamente la nariz.— ¡Este Welker ya me tiene harto con sus flatulencias!.—Tronó indignado.
Pero no eran gases intestinales, sino de los otros. Es decir: fantasmales. Uno de los tantos fantasmas que deambulan a tiempo completo por la sede y el palacio, quien acudía, vencido por la curiosidad y el morbo ante los alaridos lancinantes del líder.
—¡Vive Dios! ¿Se puede saber quién eres tú, presencia gaseosa?
—Como verás, soy un fantasma. Dime qué te acongoja y veré que puedo hacer por ti. Has de saber que, como buen fantasma, soy manya a morir… Es un decir, je, je, Je…
(NOTA DE REDACCIÓN: los fantasmas ya están muertos. Que un fantasma sea Equis cosa, «hasta morir», es una grosera redundancia. Además, hay que tener en cuenta el retorcido sentido del humor de estas entidades astrales… ¿Se entendió? OK. Sigamos entonces. ¿En qué estábamos?).
—¡Necesito alguien que maneje con mano dura este relajo que es Peñarol.— Ahora Damianito gesticulaba exaltado.—Debe ser alguien no sólo con la mano pesada, sino también con la frente ancha y la mirada limpia… ¿Qué te parecería la Chris Namús? ¡Ésa sí que es manya de ley!
—Lamento deciros que, a estas alturas, a la Chris le hicieron ¡Crash!, y tiene la frente llena de chichones. Y la mirada le fue a parar peor que turbia, porque le quedaron los dos ojos negros e hinchados… Sin contar con que en los próximos dos meses tendrá que rascarse el hocico por control remoto.
El desdichado exhaló un alarido desgarrador y se mesó los cabellos con desesperación (en ese mokento, ,debiera haber sonado una musiquita dramática de fondo, pero si no había ni para pagarle a la UTE… ¿Se entiende?).
—¡Esto no puede ser! ¿Acaso estaré endemoniado? ¿Sin que me diera yo cuenta, me habrá hecho Ribas uno de sus gualichos? ¿O será una de las maldiciones que me lanzó el Gordo Púa cuando le quise rebajar el sueldo? ¿Qué haré en esta hora de necesidad? ¿Quién podrá auxiliarme? ¿Dónde estarán mis fieles fantasmas? ¿Acaso la Barra Brava me abandona? ¿Por qué no acude Paco a socorrerme?
IV ¿La oscuridad al final de la escalera?
(¿Continuará?)…
(¿Acaso alguien habrá considerado a estas alturas la eutanasia?)…
(¿O será que, «lo mejor está por venir»?)…
(¿Será cierto eso de que «Peñarol es un tsunami dormido»?)…
(¡Ejem!)…
© Fernando Pintos para Informe Uruguay
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