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Los riesgos de seguir mintiendo
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por Roberto Cachanosky |
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Más allá de la manipulación del Índice de Precios al Consumidor (IPC) y otros indicadores económicos, la distorsión de la verdad en todos los niveles de la vida nacional comienza a amenazar los cimientos de la república.
Pareciera ser que, en la Argentina, mentir se ha convertido en una política pública de largo plazo. Las mentiras pasan por las estadísticas oficiales, las encuestas y, ahora, también por las urnas.
Desde que en enero de este año, el Gobierno decidió intervenir el INDEC para que el Índice de Precios al Consumidor (IPC) tuviera un resultado agradable al paladar del Ejecutivo, nadie cree en esas estadísticas. De todas maneras, como lo he dicho en infinidad de oportunidades, pienso que la inflación oficial ya no trata de convencer a la gente de que los precios son estables. Semejante intento implicaría subestimar demasiado la inteligencia del ciudadano común. Es obvio que, hoy, el IPC responde a un no declarado default de la deuda pública, dado que $175.000 millones de la misma son bonos ajustados por el CER. Desde mi punto de vista, el verdadero objetivo de “truchar” el IPC pareciera ser evitar pagar toda la deuda que en verdad habría que abonar y no, como se postula, hacerle creer a la población que puede conseguir un kilo de papas a $ 2 o el kilo de pan a $ 2,5. Es decir que, entre seguir asumiendo el costo político de decirle a la gente que la inflación es mucho menor a la real o asumir el costo político de anunciar abiertamente un nuevo default de la deuda, todo parece indicar que se ha evaluado que es menos costoso convencer a los argentinos de que la inflación no existe.
De paso, la distorsión de los datos del IPC sirve para mostrar un índice de pobreza e indigencia menor, dado que la canasta de bienes sobre la que se calculan estos dos indicadores depende de los datos que informe el INDEC sobre alimentos y otros servicios.
Sin embargo, en materia de distorsión de los datos económicos, las maniobras para mostrar una realidad que no existe no se han limitado al IPC. Otro caso poco serio fue el de la difusión del Estimador Mensual Industrial (EMI) del mes de julio de este año. Sin ningún tipo de vergüenza, quienes redactaron el informe nos dicen que en julio hay que darle un tratamiento especial a este índice porque, sostienen, la producción de acero tuvo un comportamiento atípico dado que hubo paradas técnicas en el período en cuestión. Por esta razón, aclaran que se publica el EMI con acero y sin acero. Según el INDEC, la actividad industrial creció el 5,1% entre julio de este con respecto a julio de 2006 si no se tiene en cuenta la producción de acero. En cambio, si la se la considera, el resultado para el mismo período fue del 2,3%. Es decir, si se incluye el acero, la producción industrial creció menos de la mitad que si no se lo incluye.
Más allá de las piruetas estadísticas para mostrar un número no real, lo que no dice el informe del INDEC es por qué hubo paradas técnicas en julio. Y la razón fue que, a raíz de la crisis energética, las plantas no podían producir, por lo tanto optaron por anticipar paradas técnicas para no tener que quedarse de brazos cruzados mirando el techo. El dato relevante es que la crisis energética impactó fuertemente en la actividad industrial y esto es lo que se pretende esconder detrás del EMI sin acero. Tanto impactó la crisis energética que, por ejemplo, la producción de químicos básicos cayó el 38,5% en forma interanual, la de materias primas y caucho bajó el 38,3% en el año, en la industria textil la producción de fibras sintéticas y artificiales se desplomó el 47,9% y los agroquímicos acusaron una baja del 25,2%. Caídas realmente estrepitosas.
No sólo se fueron de pista con el dato de la producción industrial. Más ridículo fue el error que cometieron con el Índice de Servicios Públicos, que suele crecer en forma acelerada gracias al aumento de la telefonía celular. Resulta que cambiaron el dato de producción de gas por el de consumo, porque el primero les daba para abajo. En el apuro, se olvidaron de modificar las planillas. A esta altura de septiembre, los datos de este índice ya deberían estar en el sitio del INDEC. No obstante, al momento de redactar esta nota, la información sigue brillando por su ausencia. Claro, corregir todas las planillas anteriores les debe estar llevando tiempo.
Ni qué hablar de los datos fiscales. Mensualmente, el Ministerio de Economía informaba sobre la evolución de las cuentas del sector público nacional. En esas planillas se incluían los egresos por transferencias automáticas a las provincias por coparticipación federal y otros rubros. A partir de enero de este año, ya no se incluyen dichas transferencias en los informes, si bien no se advirtió del cambio ni se modificaron las planillas de 2006 para hacerlas compatibles con las actuales. ¿Una forma de tratar de despistar sobre la fuerte reducción del superávit fiscal y la arbitrariedad con que se manejan las transferencias no automáticas?
Otra trampita para mostrar más ingresos fiscales consistió en incluir como ingresos corrientes los recursos que las AFJP le transfirieron al Estado por el traspaso compulsivo de aportantes que estaban en el sistema de capitalización y que, en muchos casos, fueron transferidos al sistema de reparto sin previo aviso. Esos recursos extraordinarios no eran recursos corrientes, sino que eran ahorros de los aportantes acumulados en las AFJP, por lo tanto, eran ingresos que no iban a volver a generarse en el futuro. Sin embargo, se los incluyó para mostrar una recaudación récord.
Tengo que reconocer, a pesar de todo lo expuesto, que todas estas piruetas estadísticas a las que estamos asistiendo para esconder la inflación, defaultear la deuda, decir que hay menos pobres e indigentes, mostrar datos de actividad económica que sólo existen en la mente de los funcionarios o revelar números fiscales de ciencia ficción no afectan al común de la gente. En otras palabras, por más que se recurra a todo tipo de artilugios estadísticos, mi tía Josefina no toma decisiones en base al EMI, el IPC, los datos del SPN o del Índice de Servicios Públicos. Mi tía Josefina va al supermercado y enseguida se da cuenta si las góndolas tienen todos los productos o hay desabastecimiento y se ríe de los precios del pan y de la papa que informa Guillermo Moreno, el secretario de Comercio Interior. Digamos que todo es una mentira al divino botón, porque la inmensa mayoría de la gente desconoce que existen esos indicadores y la inmensa mayoría de los economistas nos damos cuenta del cuento chino que están haciendo.
Sin embargo, la mentira más grave no tiene que ver con estos indicadores económicos o con las encuestas “truchas” que circulan mostrando al matrimonio presidencial con una imagen positiva más alta que la que tenía Juan Pablo II. La mentira que más me preocupa es la que acaba de ocurrir en Córdoba, donde el escándalo por las sospechas de fraude electoral genera una saturación en la gente que puede llevar a graves consecuencias institucionales.
Lamentablemente, en nuestro país se ha instalado la idea de que con sólo ir a votar se solucionan los problemas de la ciudadanía. Basta recordar la frase de Raúl Alfonsín: “Con la democracia se come, se cura y se educa”. Pero, a pesar de la vigencia de la democracia, terminó su mandato con una recesión fenomenal y una hiperinflación que destruyó la moneda.
Hoy en día, la mayoría de la gente ve a los políticos como corruptos e ineptos. “¿A quién vas a votar si son todos iguales? Se roban todo.” Es la típica frase que se escucha entre gente no versada en temas políticos y económicos. La ciudadanía descree de la dirigencia política (no es casualidad que el peronismo y el radicalismo hayan quedado pulverizados después de las crisis de 2001 y 2002), descreimiento que quita motivaciones para interesarse de la cosa pública. Si a esa falta de motivación se le agregan escandalosas sospechas de fraude y un presidente que contesta con una ironía a la grave crisis política cordobesa, en el futuro la gente va a tener mucho menos estímulo por participar y votar.
Si, establecido el falso dogma de que yendo a votar todo se soluciona mágicamente, la gente ve que la democracia (limitada al hecho de votar) no le proporciona progreso económico, un mínimo de seguridad para sus vidas y demás problemas diarios, al final terminará demandando una mano dura que ponga orden. La gente puede llegar a pensar: ¿para qué votar si después hacen fraude?, ¿para qué votar si esto es un desastre y la inflación me come el salario todo los días?, ¿para qué votar si tengo que vivir encerrado en mi casa detrás de rejas mientras los ladrones, violadores y asesinos andan sueltos por la calle?
Sería dramático que, por no contar con una democracia republicana y, además, por tener actos electorales sin transparencia, la gente perdiera la fe en la convivencia pacífica y reclamara el surgimiento de un autócrata que ponga orden.
Dios quiera que no lleguemos esa situación por causa de la ineficiencia de los gobiernos, sus proyectos hegemónicos y su desmedida ambición de poder. De llegarse a una situación como esa, no habrá fallado la democracia liberal republicana. Habrán fallado el populismo exacerbado y el desprecio por las instituciones.
Tengo fe en que los argentinos sabremos encausar nuestros problemas buscando la solución dentro de la democracia republicana y evitando que las hordas de piqueteros mafiosos se queden con el poder absoluto.
Fuente: © Economía para todos
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