54 muertes en lo que va del año…
por Aquiles Diggo
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Pienso que el momento cruento que se vive estos días en el país, cuando en sólo 31 días hemos librado una terrorífica batalla en calles y carreteras, con un saldo hasta ahora de nada menos que 54 víctimas mortales.
No necesitamos la presencia de una guerrilla revolucionaria tipo FARC, o un resurgimiento de los Tupamaros, para llorar la pérdida de esas valiosas vidas en aras de nada…
No han muerto esos hombres, mujeres y niños por una causa política, o económica o delictiva.
Han muerto por la propia idiosincrasia nuestra.
Nuestra sociedad, paulatinamente ha llegado a un grado de convencimiento del “VALE TODO” imperante, que ya forma parte de nuestro natural proceder el desconocimiento de toda regla u ordenanza.
Es que una sociedad es un gigante con mente de niño. Su tendencia, cual la del niño, es desdeñar casi instintivamente toda orden. Y si no se vigila, el niño hace lo que se le antoje.
Así vimos, como un periodista, apostado con una cámara televisiva, frente a un semáforo, donde tranquilamente cruzaban los peatones, aún estando en rojo, les preguntaba al llegar:
-¿Ud. respeta las normas de tránsito?
- ¡Sí, por supuesto, hay que respetarlas!
-Pero, ¡Ud. cruzó con la roja!
-¿Eh?, ¿Sí?, ¡caramba, no me di cuenta! ¡cómo no pasaba nada!
Sincerándome, yo mismo, que me considero un pusilánime cumplidor de toda normativa, me he sentido tentado en más de una oportunidad de mandarme una picadita en algún semáforo, a pesar de que sabía perfectamente, que cualquier auto o moto, me haría sentir que manejo un híbrido-tortuga.
O en la Interbalnearia, pisar el acelerador hasta que la máquina empieza a trepidar. Pienso que todos hemos pasado esta experiencia. ¿O no?
O la vez que subiendo, casualmente, a 45 Km, por el repecho de una calle capitalina, advierto, detenida, la camioneta blanca de la intendencia, seguramente con el “radar”, o sea el aparato detector de velocidad, y más adelante, inspectores de tránsito.
Cuando terminé el repecho, veo venir en sentido contrario a gran velocidad un taxímetro y sin pensarlo, para advertirle del peligro que lo multaran, le hice las clásicas señales con las luces.
Es lo que todos hacemos y nos hacen, en esas circunstancias, ¿vos, no?
¡Qué querés, somos solidarios, che!
Inmediatamente, volví en mí, y me quedé cavilando sobre lo sucedido…Comprendí que actitudes como esa, no son ni más ni menos que las consecuencias de una criminal o suicida adicción al VALE TODO imperante.
¿Cómo solucionar esto?
Es inútil, es al santo botón, que el gobierno gaste más dólares en reiterar recomendaciones. Todos conocemos las elementales normas de tránsito.
Pero las sabemos sin sentirlas, sin meditarlas, sin creerlas, como lección aprendida de memoria, por reiteración.
No creo, como muchos que la gente no sepa manejar.
Ni que circulemos a sabiendas con el vehículo en malas condiciones.
¡Es que somos eternamente jóvenes, temerarios, únicos e inmortales! Confiamos tanto en nuestra suficiencia que ignoramos la posibilidad de que el cáncer o un desastre nos toque a nosotros.
¿Acaso no vemos los letreros de CEDA EL PASO, PARE, PEATONES, ESCUELA, 45 Km, 60 Km? ¡CLARO QUE LOS VEMOS! ¡PERO LOS IGNORAMOS!
Cuando había circulado el mito, de que colgando un CD, del espejo retrovisor, el detector de velocidad de los inspectores no registraba, ¡cuántos CDS. se veían como mascotitas en los coches!
Veamos, ¿cuál es la velocidad máxima permitida en el país? ¿90 Km por hora, 100, 120? No lo sé bien, porque no he recorrido todo el país.
Eso quiere decir que el que circule a más, siempre que no sea por una emergencia, o patrullero, o bomberos o ambulancias, está cometiendo una infracción, tan grave como portar un revólver cargado sin autorización, la que puede trocarse en delito en caso de choque, tanto como disparar el revólver en público.
Se reirían de mí, si yo propusiera que se ordenara que ningún vehículo tuviera la posibilidad mecánica de traspasar esa máxima velocidad. Eso es muy fácil y económico de lograr con una simple regulación.
¡Pero lo sé!
Es ridículo. ¡Es tan ridículo como pretender, entonces, que la normativa vigente se cumpla!. Tan ridículo y peligroso como permitir al todo el pueblo portar armas, es permitir a todos pilotear vehículos armados de velocidades superiores a las máximas legales. ¿Quieren o no quieren que la máxima sea 100 o 120 Km por hora? ¿O lo dejan librado a la voluntad de cada conductor?
Claro, hasta yo voy a decir: ¿para qué quiero tener un coche que dé más de 240 por hora si lo más que puedo hacerlo correr es a 90, 100 o 120?
Vos, chofer de autobús ¿Cómo vas a rebasar a un coche si va a la misma velocidad que vos? La patronal te despide. El medio centenar de personas que llevás en en ómnibus, te mata si no acelerás. Entonces que prudencia pretenden. Si la más ramplona tolerancia domina el mundo. Los razonamientos simplistas mandan. ¡Quién va a respetar un límite de velocidad conscientemente! Nadie, ni el viejo más recalcado y ñoño lo harán.
¿Acaso una medida así, no sería lo mismo que si pusieran en la Interbalnearia, un inspector por kilómetro?
¡Morirían menos, pero patearíamos igual!
¡Viva la tolerancia! ¿Por qué entonces, de paso, no dar licencia de conducir a niños desde la edad en que lleguen a los pedales? ¿No somos tan o más irresponsables los adultos que ellos?
En cambio si Ud. desenfunda y muestra un revólver en público, se lo quitan, y seguramente lo detienen. La velocidad es el equivalente a un disparo en la oscuridad.
Un vehículo, puede convertirse en un arma letal.
Comprendo, entonces, que un pueblo estresado, cansado, aburrido, desalentado, sin futuro, sin esperanza, sin otra perspectiva que la cultura del ¡dale que va! o ¡el grasa unido jamás será vencido!, pretenda alejarse lo más rápidamente de todo y de todos, hasta de sí mismo, ignorando unas normas que suenan como unas oraciones rezadas de memoria, sin fe.
Sigamos entonces, haciendo el recuento de las víctimas de esta cruenta batalla, que libramos día a día, en calles y carreteras, hasta que nos toque a nosotros ser la víctima o el victimario.
Gentileza de: Uruguay Perdido |
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