Nadie puede quedarse al margen de la obligación social y moral de involucrarse en los graves problemas que enfrenta nuestra sociedad, fundamentalmente con respecto a la seguridad.
Es un tema de todos, no solo de la Policía. Entre todos debemos salirle al cruce a una delincuencia ensoberbecida por la impunidad, que se le ha brindado fundamentalmente desde las posiciones de defensores a ultranza de “algunos” derechos humanos; desde la incompetencia de los actores políticos para dotar a la Policía de los medios necesarios para enfrentar el flagelo y por qué no de la propia interna policial que muchas veces no ha estado a la altura de las circunstancias.
Enfrentar la inseguridad debe ser un compromiso de la sociedad toda, máxime porque es ella misma la que padece el acoso incesante de la delincuencia.
Hoy no podemos diferenciar en las ciudades, las zonas en las que haya mayor accionar delictivo. Todas las ciudades del País son el campo propicio de la acciones de los malhechores.
Hemos llegado a la perversa situación en que, según las estadísticas, los delitos han bajado por la falta de denuncia de los mismos, ya sea por miedo, o bien porque ha crecido la percepción ciudadana de que la denuncia a la policía es poco o nada eficaz.
Han surgido con particular virulencia nuevas modalidades delictivas, como por ejemplo el arrebato, que no es más que una forma de la rapiña, solo que en general no se empuña un arma. Aunque la violencia en muchos casos es peor y los resultados mucho más graves.
Además de ser un delito cobarde, ya que generalmente se ejerce sobre las personas más desprotegidas, mujeres, niños o ancianos y ha gozado de ciertos privilegios por parte del Legislador y de los Magistrados, quienes le han dado un status diferente a la rapiña y su castigo no es tan severo.
Agrava la realidad actual, la falta de valores de los delincuentes, quienes han perdido -como la sociedad en su conjunto-, una serie de valores de convivencia.
Antes a los “chorros” del barrio los conocíamos todos y no le robaban a los vecinos. Los delincuentes respetaban determinados códigos que hoy no existen. Rehuían "mancharse las manos con sangre", la violación era uno de los delitos más repugnantes y siempre tenía consecuencias negativas para el autor. Hoy no pasa nada.
El tema es: ¿Estamos como Sociedad en condiciones de enfrentar este flagelo? ¿Tenemos las herramientas necesarias para hacerlo? ¿Poseemos la voluntad necesaria para tomar todas las medidas para enfrentar el problema? ¿O seguiremos escuchando a ese pequeño grupo de defensores a ultranza de los derechos humanos de quienes precisamente, generan la inseguridad general?
Hasta ahora no ha sido así.
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