¡Que vivan la democracia y el orden! (¡Cof! ¡Cof!…)…
	por Fernando Pintos		Email

            Trascendió, en el curso de las últimas horas, que la Policía está tomando muy serias medidas para frenar, de una vez y por todas, la terrible escalada de delincuencia infanto-juvenil que está azotando Guatemala. Para poner un ejemplo bien claro tan encomiable decisión —¡abrid vuestros ojos y ved, pueblo soberano!—, en una escuela pública de la zona 7, donde se sabía que aprovechando la ausencia reiterada de sus abnegados maestros y mentores —enormemente preocupados por llevar a buen puerto sus justas exigencias sindicales—, los pequeños delincuentes de hoy (¡quienes habrán de ser los grandes delincuentes de mañana, y también de pasado mañana!)  disfrutaban en grande de la chunga, la guasa y el pitorreo, habiendo llegado hasta el intolerable extremo de hacerle el pito catalán a la señora directora, a quien Dios guarde por muchos años (al igual que a su excelencia Don Joviel Acevedo, líder supremo del Magisterio), ¡amén!

            En consecuencia y frente a tamañas provocaciones, encaminadas no sólo a alterar el orden público, sino a poner además en peligro las mismísimas bases institucionales de nuestra naciente cuan creciente democracia, las fuerzas del orden organizado se vieron obligadas a intervenir enérgicamente en aquel señalado lugar de perdición. «Teníamos denuncias, y también evidencias, de que existía un intenso tráfico, ¡ilegal!, de cromos con dinosaurios y figuritas coleccionables con jugadores de la Champions League en los patios de la escuela, aprovechando con alevosía las horas pico del recreo», informó un vocero policial quien se hizo presente, frente a los anhelantes medios de comunicación, con una pintoresca calabaza de Halloween plantada sobre la cabeza.

            Asimismo, el Escuadrón Antimotines, apoyado por varios camiones lanza aguas y un par de tanquetas blindadas, se hizo presente en el colegio de marras. En esa oportunidad, numerosos criminales escolares, de entre 8 y 12 años de edad, se concentraron allí para abuchear a los agentes del orden, lanzando contra ellos dos borradores en dudoso estado de higiene y conservación, varias bolitas de goma de mascar (¡todavía en pleno uso!) y un álbum de dinosaurios que, para colmo de agravios, ¡estaba completamente vacío de cromos! Ante el desmesurado calibre de la provocación y las consiguientes agresiones, se tuvo que asumir una actitud enérgica y exenta de desmayos. «¿Qué hacer frente a estos criminales? ¡insistían, una y otra vez, en estrellar sus duras cabezas contra los indefensos bastones! ¡Si están haciendo tales tropelías a estas edades, imagínelos usted dentro de diez o doce años!», explicaba uno de los escrupulosos policías allí presentes.

            Mientras todo lo reseñado acontecía, varios periodistas que pasaban casualmente por el lugar sufrieron una tormentosa vapuleada a manos de lo que las autoridades competentes definieron, horas más tarde, como «desconocidos». Se comentó, de manera por completo extraoficial, que ése es el trato que finalmente reciben los individuos de la prensa en pago por el malsano placer que experimentan al desestabilizar —con fantasías, injurias y mentiras reiteradas— al régimen democrático de que disfrutamos y a sus sonrientes adalides, es decir: gobernantes, políticos, burócratas, tecnócratas y contrabandistas.

            Felizmente,  las fuerzas del orden han desistido, hogaño, de aquella antigua obsesión que, en regímenes anteriores (de antaño), las conducía a perseguir con saña llamativa a ciudadanos progresistas, ¡verdaderos pilares de la libre empresa! Gracias a esta nueva y modernísima actitud, florecen hoy día industrias con enorme futuro, tales como la elaboración y tráfico de estupefacientes o las adopciones ilegales de niños y nonatos… Otros prometedores rubros, tales como el lavado de dólares y la exportación y/o importación de carros robados, también fructifican, gracias a la democracia… (¡Ejem!)…