Putin fue un alto oficial de la KGB hasta que cayó la URSS; ahora, es el líder post-comunista, que abre el mercado y se alía con la Iglesia. Kirchner fue socio de Menem, promovió la privatización de YPF y defendió la convertibilidad hasta 2002; ahora aparece como el Libertador que rompió las cadenas de “los 90”
Vladimir Putin fue, durante 17 años, oficial de la KGB: el servicio secreto de la Unión Soviética.
Comunista pertinaz, apoyó la ruinosa invasión de Afghanistán, quiso disimular la explosión de Chernobyl, se opuso a la independencia de los estados bálticos y atribuyó la insatisfacción social a los conspiradores.
Nada evitó la resquebrajadura del edificio soviético. En agosto de 1991, Boris Yeltsin decidió derrumbarlo: prohibió el Partido Comunista y confiscó todos sus bienes.
Putin renunció, en ese momento, a la KGB.
Hoy es el líder de la Rusia post-comunista.
Creó una economía de mercado.
Sustituyó el “internacionalismo revolucionario” por el nacionalismo ruso.
Convirtió el “opio” en el “alma” de los pueblos.
Es, según el Patriarca Alexy II, “un genuino ortodoxo”.
Su popularidad, en la Federación Rusa, es asombrosa. Según la encuestadora VTsIOM, tiene 70% de imagen positiva.
Los rusos sienten que fueron “liberados”, no por aquellos que lucharon contra la nomenklatura, sino por un miembro de aquella máquina de poder.
El presente suele borrar el pasado.
El fenómeno se da también en la Argentina. Los actuales gobernantes aparecen como la contrafigura del menemismo.
Viven condenando “los 90”, y en particular a Carlos Menem. Le reprochan la privatización indiscriminada, que descapitalizó al Estado. También el corsé cambiario (aquel fatídico 1 a 1), que encareció las exportaciones, abarató los productos importados, produjo quiebras, fabricó desempleo, esparció la pobreza y endeudó al país.
En verdad, Menem no estaba solo cuando encaró tales tareas. Tenía, entre otros apoyos, el de estos justicialistas que hoy gobiernan.
Por empezar, lo apoyaba Néstor Kirchner.
El entonces Gobernador de Santa Cruz participó, a título personal, de la furia privatizadora:
Privatizó el Banco de Santa Cruz, sin quitarle la condición de “agente financiero” del Estado provincial.
Urgió la privatización de la deficitaria Yacimientos Carboníferos Fiscales; pero con un subsidio a los privados, a fin de que no perdieran dinero.
Impulsó la privatización de YPF y montó, a favor de tamaño proyecto, un lobby parlamentario. Como titular de la Organización Federal de Estados Productores de Hidrocarburos (OFEPHI), presionó a los legisladores nacionales para que votaran la ley (Clarín, 23.9.1992).
Kirchner fue, por otra parte, un “defensor acérrimo de la convertibilidad”. Así lo declaró en su momento (Radio América, 26.1.1996). Todavía hoy, el ex ministro Domingo Cavallo lo recuerda como “uno de los grandes defensores de la convertibilidad”, y subraya que siguió defendiéndola hasta “febrero de 2002” (perfil.com, 2 de junio de 2007).
La política económica de Menem era, para Kirchner, “transformadora”.
En 1995 comparó al entonces Presidente con Juan Sebastián Elcano. Nadie entendió la referencia, pero sí la intención: quería presentar a su jefe como una figura de proporciones históricas.
Algunas alabanzas de Kirchner quedaron sin documentar. No todas. Hay un discurso en video, que puede verse y oírse mediante YouTube. En él, Kirchner elogia “el proceso de transformación” liderado por Menen, “hombre federal”, a quien le pide “fuerza” y le compromete tanto “afecto” como “solidaridad”. www.youtube.com/watch?v=lQ9rCuro3NA.
En el círculo áulico de Kirchner, los antecedentes no son menos comprometedores:
Alberto Fernández, Jefe de Gabinete. Estuvo íntimamente vinculado al “modelo” que prometía llevarnos al “primer mundo”. Menem lo designó Superintendente de Seguros. Fue hombre de confianza de Cavallo y de su viceministro, Carlos Sánchez. En 1997 pasó a ser Vicepresidente Ejecutivo del Grupo Banco Provincia (BAPRO). Apoyó la candidatura de Eduardo Duhalde a la Presidencia, y luego se integró a Acción por la República. Se presentó a elecciones en la Ciudad de Buenos Aires y a partir de 2000 fue el hombre de Cavallo en la Legislatura.
Julio de Vido, Ministro de Planificación. Fue pieza primordial en la gestión de Kirchner como Gobernador. Mantuvo, por lo tanto, estrecha relación con el gobierno de Menem. Como delegado del Gobernador en la OFEPHI, en 1992 trabajó por la privatización de YPF. A continuación negoció, con Cavallo y José Luiz Manzano, el acuerdo por el cual Santa Cruz recibió –en concepto de regalías “mal liquidadas”— el dinero que luego Kirchner envió al exterior.
Aníbal Fernández, Ministro del Interior. Fue intendente de Quilmes entre 1991 y 1995. Llevó la privatización al límite, cediendo funciones indelegables del Estado. Otorgó una “concesión” para que una empresa privada cobrara impuestos. En 1995, fue electo senador provincial.
Oscar Parrilli, Secretario General de la Presidencia. Fue diputado menemista. En 1992, actuando como “miembro informante”, pidió el voto favorable a la privatización de YPF, “como un apoyo a nuestro compañero Presidente [Menem]”; y gritó: “No pedimos perdón por lo que estamos haciendo” (Clarín, 25.9.1992).
Los principales candidatos de Kirchner tampoco están exentos de un pasado menemista.
Daniel Filmus, Ministro de Educación y candidato a Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Integró el gabinete del intendente de Buenos Aires, Carlos Grosso; primero como Director General y luego como Subsecretario de Educación. En 1992 pasó al gobierno nacional, como asesor de la Ministra de Educación, Susana Decibe. Como tal, participó en el diseño de la Ley Federal de Educación. Ella recuerda: “Fue parte de nuestro equipo de gestión y compartía la visión y la política" (Clarín, 12.1.2006).
Daniel Scioli, Vicepresidente de la Nación y candidato a Gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Ingresó a la política en 1997, llevado de la mano por Menem. A diferencia de otros K, no oculta su pasado ni reniega de las políticas que defendió.
En todo caso, está claro que el Presidente, el Vicepresidente, los ministros clave y los candidatos principales del oficialismo fueron (todos) parte de “los 90”.
Menem tenía, por entonces, pocos críticos. Su principal adversario era el radicalismo.
Los justicialistas disidentes, que formaron el Frepaso, no cuestionaban el 1 a 1; pero, al menos, abjuraban de las “relaciones carnales”, la corrupción y el sometimiento de los jueces.
El actual oficialismo no alzó la voz, siquiera, para eso.
Kirchner fue tan “antimenemista” como Putin “anticomunista”.
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