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Año III - Nº 139 - Uruguay, 15 de julio del 2005

 
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"La oportunidad histórica"
Marcos Cantera Carlomagno

La situación internacional luego del fin de la Guerra Fría se ha caracterizado por una importante reestructuración de las relaciones de poder. La caída de la Unión Soviética implicó no sólo el fin de un bipolarismo político-militar a nivel mundial sino que además la derrota de un proyecto ideológico basado en un sistema totalitario, corrupto e inefectivo. En un comienzo, se esperaba que el límite Este-Oeste fuese sustituido por un límite Norte-Sur, de forma que un nuevo tipo de conflictos tomase fuerza dentro de un paradigma tradicional. Sin embargo, el desarrollo en los últimos años ha llevado a un enfrentamiento planetario en el cual los vencedores de la Guerra Fría se han visto atacados por un enemigo sin territorio identificable.

Al mismo tiempo, los países que durante décadas se habían beneficiado de la división del mundo en dos bloques de poder, asumiendo, gracias a su significado estratégico dentro de esta perspectiva, una importancia desmesurada en relación a su propio peso específico, han visto cómo el cambio producido luego de la hecatombe soviética los ha "devuelto" a su antigua posición periférica. Regiones enteras han perdido así su privilegiado rol de antaño. Baste como ejemplo nombrar lo sucedido con la mayoría de los satélites europeos de Moscú, con la zona balcánica, con algunos Estados del Medio y Lejano Oriente o del África.

Y mientras una nueva relación de pluripolaridad, esta vez con base netamente económica, va tomando forma en la actual competencia entre los EEUU, la Unión Europea y China, con un papel ambiguo por parte de un debilitado Japón, y el ataque terrorista de sello islámico lleva a un reagrupamiento militar internacional en el cual viejos enemigos se convierten en íntimos aliados, los países periféricos buscan una ubicación y un perfil que les permita mantenerse a flote, y de ser posible avanzar, dentro de un proceso global de cambios acelerados. Uruguay, no escapa a esta dinámica.

Evidentemente, lo sucedido hace quince años ha contribuido a la victoria electoral del FA-EP en Uruguay. El comunismo ya no es un fantasma que recorre el mundo. El Pacto de Varsovia es un hecho pasado. El Kremlin es, hoy, un firme aliado del Pentágono en la nueva guerra mundial. China es garante de estabilidad. Y así como EEUU ha abandonado el largo combate al comunismo, un importante sector del electorado uruguayo ha perdido sus prejuicios y sus temores hacia el Partido Comunista local y otros grupos vernáculos los cuales, a pesar de todo, continúan blandiendo un proyecto muerto, enterrado y putrefacto en el cementerio de la Historia. De otra manera, no se entiende ese pasaje en masa de votantes blancos y colorados que permitió el triunfo de la coalición de izquierdas.

Sería trágico para nuestro país, si la posición ideológica y política recalcitrante de algunos sectores frenteamplistas llevase a un debilitamiento del Gobierno e impidiese así la puesta en marcha de un ambicioso programa de modernización nacional, a fín de democratizar y transparentizar las instituciones políticas, favorecer el crecimiento económico, integrar los sectores marginados por la crisis e impulsar el desarrollo de una cultura pluralista y tolerante. Condición, todo ello, sine qua non para la creación de un verdadero Estado de bienestar.

La coyuntura nacional e internacional es propicia. Depende de todas las fuerzas integrantes del gobierno del Dr. Tabaré Vázquez el saber hacer prevalecer el compromiso y el entendimiento sobre el sectarismo y el enfrentamiento. Uruguay puede, de lograrse consenso en este sentido, dejar de ser esa nave sin rumbo que ha sido durante tanto tiempo para encontrar, finalmente, un puerto que, más que un punto de llegada sea un punto de partida hacia un futuro mejor para todos sus habitantes.