Sweatshops: Una Visión Pausada
Es la productividad
por Leonardo Girondella Mora
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La palabra en inglés sweatshop tiene una definición más o menos clara: una fábrica localizada en algún país pobre en la que trabajan obreros locales produciendo bienes que más tarde son exportados a otros países, generalmente desarrollados.
La connotación de esa misma palabra es la de un establecimiento en el que se pagan salarios de hambre por la producción de bienes que por eso resultan más baratos y benefician a consumidores en países ricos —creando un contraste entre la miseria de unos y la riqueza de otros.
La palabra es, por supuesto, tema central de discusiones que en lo general toman dos direcciones —la de reprobar su existencia y prohibir esas plantas productoras, y por otro lado, la de ver el asunto con mayor profundidad antes de hacer algo.
Las historias al respecto abundan. Con frecuencia se cita el caso de la planta en algún país que empleaba menores en la producción de bienes exportados a los EEUU o Europa, lo que al saberse produjo la iniciativa de cerrarla para evitar el trabajo infantil —eso se hizo para tiempo más tarde saber que los menores se habían quedado sin ingresos y tuvieron que recurrir a la prostitución.
Otras historias señalan que los trabajadores de esas plantas ganan salarios bajos comparados con los de los trabajadores en países desarrollados, lo que se juzga injusto y se usa para justificar el cierre de las plantas —sin comparar esos salarios bajos con los que el resto de los nacionales recibe en el país productor.
Las historias mencionadas y otras más muestran el contraste entre dos mentalidades, la de las buenas intenciones que se deja llevar por las emociones y la de la mentalidad más parsimoniosa que prefiere estudiar los efectos de medidas tan inmediatas.
Mi contribución en esta columna es apoyar a la mentalidad más pausada, la que prefiere dejar de lado las emociones de las buenas intenciones en favor de una serie de acciones que tengan un mínimo de efectos colaterales indeseables. Para eso me apoyo en un estudio sobre el tema.
Sus autores examinaron fuentes de información en los EEUU que contenían acusaciones a esos establecimientos, encontrando 43 de ellas en 11 países. En lo general, encontraron que un trabajador promedio de esas plantas tiene un ingreso mayor al del ingreso promedio del país dentro de la industria textil. A esto, por supuesto, debe agregarse la otra opción en países con alto desempleo de personas con escasa educación —qué es lo que ellas harán cuando ya no tengan ese trabajo porque alguien cree que no ganan lo suficiente.
Los ingresos en esa industria, en los países estudiados, de los trabajadores eran tres veces el ingreso promedio nacional. Las plantas acusadas de ser sweatshops dan ingresos del doble del ingreso nacional promedio.
¿Se remediará el problema cerrando esas plantas? La respuesta es lógica —no sólo no se remediará, sino que empeorará. La alternativa para esos trabajadores no es ir a solicitar empleo en otra planta con un sueldo mejor. No hay tantos empleos para ellos y si los hubiera, esas plantas ya habrían tenido que elevar los sueldos.
La emocional llamada de relaciones públicas para cerrar sweatshops no causa beneficios a nadie, excepto a los sindicatos y empresas que fabrican los mismos bienes que en otras partes se pueden hacer por menos —el resto de las personas son dañadas: los trabajadores quedan sin empleo y los consumidores deben pagar precios más elevados.
El tema, además de aclarar lo que sería un buen consejo y que es el de evitar tratamientos sentimentales a problemas reales que afectan la vida de muchos, tiene otra aplicación de gran utilidad —la de explorar qué es lo que produce salarios elevados.
La respuesta es conocida y tiene dos aspectos, el de la productividad y el de la competencia. Cuando una persona necesita contratar a otra para trabajar en su empresa, el contratante intenta pagar lo menos posible y el contratado pedir lo más posible — y el acuerdo llegará entre ambos dependiendo de la productividad del trabajador y de lo escaso de su talento.
Cuando el talento o habilidad buscada en el trabajador es rara o escasa, los ingresos tenderán a subir. Pero si cualquiera puede realizar esa tarea, como la de limpiar pisos, los sueldos de esas personas tenderán a ser más bajos. La variable clave es la preparación del trabajador, su educación y la repercusión en la productividad. La productividad depende de esa educación, pero también del capital empleado, tecnologías e infraestructuras. Por eso gana más un obrero en Canadá que en Nicaragua: más educación, más tecnología.
Pero si pocos hay para realizar esa tarea, los sueldos de las personas dependerán de su escasez —es lo que causa que un limpiador de pisos gane más en Chicago que en Guadalajara. Hay menos personas dispuestas a limpiar pisos en Chicago.
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