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El marxismo no vale
por Luis David Bernaldo de Quirós Arias
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Está demostrado que en países libres, es decir, aquellos con economías de libre mercado, la población disfruta de mayores ingresos y de mejor bienestar social. La evidencia es aplastante, aunque les cuesta admitirlo a los comunistas remanentes, que siguen parloteando rindiendo pleitesía a las ideas estatistas y colectivistas.
El marxismo no ha conseguido el desarrollo social y económico porque no quiso, ni quiere entender, que el progreso lo consiguen las personas interactuando en un régimen de libertades y de respeto a la propiedad. Está demostrado que en países libres, es decir, aquellos con economías de libre mercado, la población disfruta de mayores ingresos y de mejor bienestar social. La evidencia es aplastante, aunque les cuesta admitirlo a los comunistas remanentes, que siguen parloteando rindiendo pleitesía a las ideas estatistas y colectivistas: el Estado tiene que ser el dueño de todo. Esto forma parte de la “moral” marxista que dice que la propiedad estatal es “buena” y la propiedad privada es “mala”, evitando “caer en la tentación” de razonar y de pensar. Esta maldad de la propiedad privada era el mal de las democracias occidentales, que eran falsas, mientras que la democracia verdadera era la de los países comunistas. El bien era la URSS y el mal las sociedades del resto del mundo, en las que no se iba en el sentido correcto de la Historia. Sólo en la Unión Soviética se estaba realizando correctamente la marcha de la misma. Así, si las cosas iban bien, se confirmaba que la doctrina era verdadera, pero si algo salía mal, la culpa era de los capitalistas que habían interferido en el proceso. Esto era como un dogma de fe: este fideísmo hace que el militante comunista sea “inasequible al desaliento”, aunque la realidad, los hechos y los números le estén indicando lo contrario.
La realidad es que el comercio y la propiedad privada crean ocasiones de ganancia en los mercados. La ocasión de ganancia se produce porque los consumidores desean productos que no tienen o que no obtienen. Los empresarios ofrecerán esos productos, a los que pondrán un precio para obtener ganancias. A continuación, otros empresarios, dándose cuenta de las ganancias obtenidas, competirán por obtenerlas también, para lo cual bajarán los precios, con lo que se benefician los compradores. Es decir, las preferencias de los consumidores quedan determinadas mediante el sistema de precios en el mercado que a su vez, permite a los productores conocer las citadas preferencias. Si se suprime el comercio libre y la propiedad privada, como en el marxismo, ya no habrá motivación para producir y vender, ni intercambio en el mercado. Al no haber intercambio, no hay precios. Sin precios, no hay información para saber las preferencias del consumidor. Con la propiedad pública de los medios de producción, se elimina el conocimiento del funcionamiento de la economía. En la implosionada URSS se ponían los precios mediante complicadísimas fórmulas que, no obstante, tenían en cuenta los precios que había en los mercados occidentales (entiéndase capitalistas). El resultado de la propiedad comunista es la pobreza y la hambruna, como quedó demostrado en la antigua URSS y está demostrado actualmente en Corea del Norte y en Cuba.
En cuanto a los números y a los hechos baste decir que en 1947, a los treinta años de la Revolución, el hambre se instaló en la URSS, teniendo que introducirse la cartilla de racionamiento.
Las teorías de Marx sobre la ciencia económica, recibieron un duro golpe por parte del economista austriaco Eugen von Böhm-Bawerk, quien decía: “Marx no deriva los fundamentos de su sistema de la realidad, ni a través de la experiencia, ni mediante un solo análisis psicológico-científico; los motiva, no en la observación de los hechos, sino en una rígida dialéctica. Éste es el grave pecado que Marx comete en el origen de su sistema, y de él brotan indefectiblemente todos los demás. El sistema sigue una determinada dirección, pero los hechos siguen otra distinta y atraviesan su sistema en zig-zag. El pecado original provoca a cada paso nuevos pecados”.
En cuanto al fracaso social y político del marxismo ¡qué vamos a decir que ya no se sepa, con sus engaños, mentiras, estafas, terrores, masacres, rencores y odios, especialmente contra todo lo que huela a religión!. Se podrían poner muchísimos ejemplos, que justificasen todo esto. Los más paradigmáticos serían los casos de Kondratieff y Lyssenko. El primero, economista ruso (1892-1930), demostró que la economía capitalista se movía en ciclos que podían durar hasta medio siglo, con alternancias de prosperidad y depresión, pero que en el cómputo total el crecimiento de la renta y de la producción eran innegables. Como esto no concordaba con la teoría marxista, que decía que “sólo existe una fase en la economía capitalista”, fue condenado al GULAG, donde murió loco a la edad de 38 años.
El caso de Lyssenko, puede considerarse como un caso de engaño, estafa, mentira, lavado de cerebro, etc que puede sufrir un pueblo. Este personaje prometió un desarrollo enorme de la agricultura soviética, prometiendo una segunda cosecha en invierno. Se basaba en que las leyes de Mendel eran “burguesas” y creó un sistema patrocinado por Stalin, basado en los fundamentos del marxismo-leninismo y que resultó, claro está, una patraña. Todo esto fue vergonzosamente silenciados por la historiografía soviética en su delirante afán de construir una nueva sociedad.
El general Dimitri Volkogonov, ex director de Propaganda del Ejército Rojo y luego director del Instituto de Historia Militar, después de consultar más de 6000 notas y documentos de Lenin, escribió un libro que lleva por título “El verdadero Lenin”, en el que dice: “Pensamiento dogmático, burocracia totalitaria, autoritarismo y miedo irracional, fueron los rasgos característicos de la nueva sociedad”.
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| Fuente: Diario de América |
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