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Año III - Nº 199
Uruguay, 15 de setiembre del 2006
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Fernando Pintos Una breve revisión de la Galaxia McLuhan
por Fernando Pintos
 
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Marshall McLuhan nació al comenzar la segunda década del siglo XX, el 21 de julio de 1911, en la ciudad canadiense de Edmonton (Alberta). Fue hijo de un vendedor de seguros de religión metodista y de una actriz que profesaba la religión bautista. En primera instancia estudió ingeniería en la universidad de Manitoba, donde obtuvo su primer título y la maestría, entre
McLuhan
los años de 1933 y 1934. Más adelante, ya ganado por un intenso deseo de profundizar en la creación literaria se matriculó en el Trinity Hall de la universidad de Cambridge (1935), donde finalmente obtuvo una maestría y un doctorado en literatura inglesa. Su trabajo final para aquella universidad incluía un exhaustivo estudio de la retórica, a partir de la cultura griega. Ya por aquella época, McLuhan se interesó, vivamente, en la manera como los discursos —tanto orales como escritos— habían afectado las distintas civilizaciones. Pero además estudió historia, sociología, economía e incluso fisiología, con el propósito de generar una macro historia de los medios de comunicación y su influencia sobre las distintas sociedades históricas.

En algún momento y como culminación de un largo proceso de convencimiento, hacia finales de los años 30, Marshall McLuhan se convirtió al catolicismo, lo cual no tiene nada de extraño si se toman en cuenta sus antecedentes familiares: un padre metodista y una madre bautista… (Tanto bautistas como metodistas surgieron del tronco de la religión anglicana, una confesión que ha tenido, desde un principio, notables semejanzas con el catolicismo). En el curso de aquella misma época fue catedrático en varias universidades, hasta el momento de vincularse con la de Toronto, donde a partir de 1963 sería director del Centro de Cultura y Tecnología. Durante sus primeras dos décadas de trabajo como crítico y pensador, Marshall McLuhan publicó un par obras a las cuales se consideró interesantes desde el punto de vista de lo literario. Ellas fueron «Principios de Crítica Literaria» (1935) y «Crítica Práctica»(1939). Pero no comenzó a tomar notoriedad como analista y teórico de primera magnitud en el campo de la comunicación hasta que se publicó, en 1951, su primer libro de envergadura, «The Mechanical Bride» («La Novia Mecánica»), un ensayo de ruptura basado en un método original: presentaba docenas de ejemplos de historietas, primeras planas de diarios, anuncios publicitarios, encuestas de opinión, personajes de revistas o periódicos sensacionalistas y toda la simbología por entonces posible para llegar a una caracterología del hombre de la sociedad tecnológica. Pretendía demostrar que dentro de todo aquel folclor mediático estaba dirigido a la venta o promoción de productos, utilizando para ello imágenes de vanguardia tecnológica mezclados con otras de muerte, sexo y violencia. «La Novia Mecánica» es un libro muy valioso, pero ha sido dejado de lado o enterrado en el olvido en favor de dos obras posteriores de McLuhan, lo cual ha sido una verdadera lástima.

McLuhan

En efecto, dos libros de enorme resonancia siguieron a aquél. El primero fue, en 1962, «The Gutenberg Galaxy» («La Galaxia Gutenberg»). El segundo iba a ser, en 1964, «Understanding Media» («Comprendiendo los Medios»). Si a éstos se agrega «The Mechanical Bride», se tiene como conclusión que aquellas tres obras, publicadas en un lapso de 13 años, resumieron lo más importante y perdurable del pensamiento teórico de McLuhan y contribuyeron a difundir enormemente sus mejores ideas, las más polémicas y también las más perdurables. Todo lo que siguió después de aquellos tres libros parecería haber sido considerado como una sucesión de meros ajustes, calculadas aproximaciones y oportunos amagos intelectuales, todo ello con el propósito de mantener la vigencia en el campo teórico y el mundo académico (más adelante, tal vez se comprenderá el por qué de tales consideraciones)… Es cierto que, posterior a 1964, publicó algunas obras, pero, por más que desarrolló en ellas algunas ideas muy notables, todas pasaron prácticamente inadvertidas o, cuando menos, carecieron de la resonancia y difusión que fueron asignadas a las tres que publicó entre 1951 y 1964. Debido a su formación intelectual, McLuhan sostuvo en todo momento una visión optimista del futuro. Argumentaba, por ejemplo, que la posibilidad de insertar a todos los habitantes contemporáneos del planeta dentro del estatus hipotético de una única y primigenia aldea global, con marcado carácter neopaleolítico. Según él, ello se conseguiría gracias a los medios contemporáneos, principalmente la televisión, y no representaría un retroceso sino, antes bien, una marcada ventaja para la Humanidad. Por aquel entonces, McLuhan no estaba de acuerdo con las oscuras visiones de Ray Bradbury o George Orwell  sobre medios como la televisión. Por otra parte, también se había revelado como un buen discípulo de Montaigne y Rousseau al aceptar el mito del «Buen Salvaje» que aquéllos habían defendido con ahínco. De la misma manera que lo había hecho Rousseau en su momento, McLuhan presumía la existencia, entre los seres primitivos, de unos valores que faltaban por completo o cuando menos escaseaban de manera alarmante en la civilización contemporánea…

Las principales ideas que McLuhan lanzó y difundió con los tres libros arriba mencionados —principalmente los dos últimos— han sido: 1º) que la evolución de la humanidad debe comprenderse y explicarse a la luz de una cronología de las diferentes técnicas aplicadas a la comunicación. Se trata entonces de escribir una historia general de las civilizaciones, pero no explicada —como lo hizo Marx— a través del proceso de evolución de las técnicas de producción y de las fuerzas productivas, sino por la evolución de las diferentes técnicas de comunicación, o sea, aquello que conocemos como medios; 2º) Que la naturaleza física y tecnológica de los diferentes medios de comunicación masiva entraña capacidad suficiente como para influir sobre la esencia, forma y contenido de los mensajes que a través de ellos se canalizan. (De ahí su celebérrima definición según la cual «El Medio es el Mensaje»). 3º) Que los diferentes medios por los cuales se canaliza la comunicación pueden ser divididos entre aquéllos considerados como «Fríos» («Cool»), y aquéllos otros denominados «Calientes» («Hot»), lo cual responderá a la cantidad de i
nformación que sean capaces de transmitir y el grado de participación que asuma el auditorio frente a esas transacciones. 4º) Que a lo largo de la evolución de las civilizaciones, cada técnica que ha sido aplicada al manejo de la comunicación se ha transformado, pura y sencillamente, en la prolongación de alguno de los sentidos o capacidades del ser humano. De manera que, durante la «Edad Mecánica» —simbolizada por la máquina que reinó a partir de la Revolución Industrial—, los medios se convertían en las extensiones de órganos o sentidos; pero, ya durante la «Edad Eléctrica», que se desarrolló en el siglo XX, los nuevos medios eran prolongaciones del sistema nervioso del ser humano. 5º) Que todos los hombres contemporáneos somos habitantes de la «Aldea Global», una situación de interconexión comunicativa que abarca todo el universo conocido y nos coloca, de lleno, en un ámbito de comunicación instantánea, retrotrayéndonos, paralelamente, hacia una relación de características tribales. En tanto Marx había explicado la evolución de la Humanidad a través de las relaciones existentes entre la economía, el poder y las clases sociales, Marshall McLuhan lo hizo trasladando todo el eje de gravedad hacia el campo de la comunicación y las tecnologías que de ella han resultado…

En sus últimos años, tanto el deterioro experimentado por la civilización contemporánea como la pérdida de identidad y valores que ha afectado al hombre en vías de Posmodernidad hicieron que McLuhan pasara revista a algunas de sus ideas más célebres y que tomara en cuenta la acción disolvente ejercida por los medios de comunicación masiva, principalmente la televisión. Por ejemplo: llegó a la conclusión de que aquellos niños que habían crecido bajo la influencia del medio televisivo terminaban, una vez adultos, por carecer de metas, de disciplina personal y hasta de una condición de alfabetismo definido… Y concluía, a ese respecto, que una de las consecuencias más nefastas de aquella prolongada exposición a los mensajes televisivos consistía en que las personas experimentaban serias dificultades y hasta cierta imposibilidad para desarrollar debidamente el hemisferio izquierdo del cerebro. (El hemisferio izquierdo tiene directa relación con las  funciones intelectuales del ser humano. Gracias a él se pueden desarrollar la escritura, el pensamiento lógico, el razonamiento y la música rítmica. Al hemisferio derecho corresponden la intuición, las emociones, la imaginación, la creatividad artística y la música melódica).

Es evidente que aquellos postreros razonamientos de McLuhan deben haber desagradado muy seriamente a mercadólogos y publicistas, principalmente a todos aquéllos quienes viven y prosperan gracias a su estrecha relación (o complicidad) con un medio tan decadente como es la televisión actual. Pero se debe tener en cuenta que McLuhan formulaba aquellos razonamientos unas tres décadas atrás, pues su muerte se produjo el 31 de diciembre de 1980, mientras dormía tranquilamente. ¿Qué diría aquel formidable teórico si pudiera ser testigo de la televisión contemporánea, con sus detestables «Talk Shows» (al estilo de Marta Susana, Carmen Salinas o «Laura de América»), con su sinfín de aberraciones, de estupideces y de personajes anodinos? En cualquier caso, siempre valdrá la pena revisar con atención la obra e ideas de un pensador que tanta influencia ha tenido en el campo de lo que se conoce como «Communication Research», y a quien los intelectuales marxistas siempre adversaron o agredieron con tan unánime ferocidad.

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