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Año V Nro. 321 - Uruguay, 16 de enero del 2009   
 

 
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Visión Marítima

 
Fernando Pintos

Conversaciones por mail con Federici
por Fernando Pintos

 
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         Admiro y respeto, desde muchos años a la fecha, a ese notable escritor e historietista que es Carlos María Federici. En alguna ocasión publiqué alguna semblanza sobre su exitosa trayectoria —que se desenvolvió, principalmente, en el plano internacional— y también sobre su obra, que es digna de figurar entre la de grandes nombres de géneros tan disímiles como son el terror, la ciencia-ficción y la serie negra de la novela policíaca. Un año atrás, cuando estuve en Montevideo como representante de la Asociación de periodistas de Guatemala para participar en una asamblea internacional sobre libertad de expresión, llegué con toda la intención de tomar un café y mantener una larga charla con este excelente amigo, pero nos desencontramos y no llegamos más que a un par de charlas telefónicas. Mea culpa.

         La semana anterior, Federici me escribió, siempre preocupado por las difíciles realidades de nuestro entrañable Uruguay y de este mundo, que es el único que tenemos los casi siete mil millones de humanos que todavía respiramos (mal que les pese a los gobiernitos en turno). Contesté, y lo hice con varias de esas opiniones drásticas que me caracterizan. Dos días después me llegó un nuevo mail, y me puse de inmediato a la tarea de contestarlo. Sin embargo, antes de terminar con esa misiva, caí en cuenta de que había allí algunos conceptos interesantes que sería positivo compartir con los habituales lectores de «Informe Uruguay». De seguro, encontrarán algunos conceptos interesantes en esta correspondencia. Veamos entonces qué escribió Federici, en primer término:

«…Gracias por su mensaje. Concuerdo con usted en casi todo lo que expresa en sus líneas, excepto en lo de que los medios están dirigidos por alguna o algunas mentalidades que deliberadamente se propone(n) degradar a la humanidad (si entendí bien el significado de sus palabras). No sé, pero yo percibo un penetrante hedor desde el lado “de afuera”, más bien… del sector que se halla encarando a las pantallas o a las páginas de revistas y periódicos.
En una palabra: el público (esa indescifrable entelequia), que es en definitiva quien determina la cualidad negativa o positiva o positiva de las respectivas programaciones con sus preferencias. ¿O para qué se han inventado los “ratings”, si no? Yo no puedo creer que los empresarios se arriesguen a sufrir pérdidas (¡qué palabra tan atroz para los que tienen como meta principal el acrecentar sus caudales!...) sólo por satisfacer alguna morbosa complacencia propia… No, ellos tratan de gratificar a los gustos de la mayoría… Y que esa “mayoría” haya llegado a ser lo que es obedece a causales que, sinceramente, no me considero capaz de discernir… Basta comparar el “viejo cine” que alegraba nuestros días allá en la niñez y juventud, con la generalidad de los engendros que se producen ahora… ¿Cuándo fue, exactamente, que la gente comenzó a regodearse con la fealdad y a deleitarse con el mal gusto y la grosería?... Yo tengo fuertes sospechas de que todo se origina en el nunca-demasiado- denostado Mayo del 68… En fin, no continúo, porque ya me he atraído demasiadas aversiones por opinar así, y de todos modos, lo que se diga sería completamente inoperante en cuanto a cambiar (para mejor, claro) el presente estado de cosas… Prefiero volverme hacia mi propio interior, rescatar lo que puedo con la lectura de mis atesoradas colecciones de revistas y libros y (gracias a la bendita tecnología, que alguna vertiente positiva había de tener) los estupendos “blogs” que me ofrecen, gratuitamente y al instante, todas aquellas revistas de historietas que alrededor de medio siglo atrás pensaba que nunca llegaría a conocer, aparte de las tapas, alguna referencia o comentario, ciertos fragmentos o recuerdos nebulosos de alguna lectura indefinida de los años infantiles… Soy capaz de pasarme horas leyendo todo lo que voy descargando de una “mina” casi inagotable… Espero no haberlo aburrido ni disgustado con estos “divagues” míos. Deseo para ambos (contra toda probabilidad, y en aras del optimismo) un feliz 2009. Un abrazo, . Federici
P.D. : Le adjunto, a manera de muestra, una de las muchas historietas (no me gusta decir “cómics” que he descargado últimamente). Espero le agrade…».

«…Apreciado amigo Carlos María: Agradezco su nueva misiva y las reflexiones que ella contiene. Obviamente, su punto de vista —muy respetable y articulado, por cierto— difiere del mío, casi diría que radicalmente. Soy un firme adherente de la Conspiracy Theory, en el sentido que le he expresado y que usted ha refutado. Pero no quiero profundizar en ese tema, porque es muy complejo y hasta el Uruguay —en su génesis y posterior desarrollo como país independiente— podría caer envuelto en la bandera…
En cuanto a público y ratings… ¿Quién habrá sido primero, preguntaron a Colón? ¿El huevo o la gallina? Creo, eso sí, que: 1º) los ratings están manipulados a la conveniencia de los conspiradores; 2º) que los medios, también manipulados o influidos para que produzcan programación/basura, están enfocados a envilecer y estupidizar al público, así como a promover un consumismo perverso y vicioso; 3º) que el público, cada día más cretinizado y masificado, está por completo alejado de todo aquello que pudiera representar una alternativa a lo que pudiéramos llamar, en términos generales y en english language: «The Trash Media».
En cuanto a «los gustos de la mayoría», en general no responden más que a una invención de quienes manipulan los ratings. La gente no está, todavía, lo suficientemente estupidizada ni lo suficientemente degenerada, como para que ésos sean, precisamente, sus gustos en cuanto a programación o información en Mass Media.
El viejo cine que usted menciona, tenía sus pros y contras en comparación con el de hoy en día. Las películas de los años 30, 40 y 50 del siglo pasado, reflejan una sociedad y unos valores tan radicalmente diferentes de los actuales, que ello provoca con frecuencia una especie de shock intelectual. Porque hasta los malvados y canallas de aquellas películas nos parecen infantiles, al ser comparados no ya con el cine, sino más bien con la realidad del mundo actual… En cuanto a los demás personajes, es decir, «los buenos» de la película, aparecen definitivamente ingenuos e irremediablemente acartonados, tal como si fueran maniquíes de alguna vieja tienda por departamentos que hubiera sido abandonada a la crueldad despótica del tiempo. Pero es recién cuando nos confrontamos con la tecnología de aquellas cintas pretéritas, cuando solemos caer víctimas de un shock estético… ¡Qué efectos arcaicos! ¡¡King Kong, manoteando aviones desde la cúpula de un rascacielos, era una de las realizaciones máximas! Y si eso me sucede a mí, que he sido crítico de cine por unos 15 o más años en forma ininterrumpida, imagínese lo que sucederá con esa verdadera infantería de los Mass Media que es el público liso y llano… Después, cuando toca repasar las películas de los años 60 y buena parte de los 70, nuestro intelecto y sentidos también se manifiestan agredidos por un cúmulo de factores extraños, ¿qué dije?, ¡más bien alienígenas!. Repasemos aquellos personajes definitivamente alocados —digamos mejor, «hippiedelicos»; unas vestimentas francamente grotescas (la moda de aquellos tiempos…); limitaciones tecnológicas todavía ofensivas (¿recuerda, por casualidad, los vuelos tórpidos de aquellos patéticos murciélagos de las películas de Drácula que protagonizaban Christopher Lee y Peter Cushing, para la Hammer Films?); temáticas que, por lo general, resultan poco digeribles para los auditorios de esta Modernidad Tardía del año 2009, etcétera. Ya las películas de los años 80 son bastante menos chocantes. Las de los 90, se presentan como casi, casi contemporáneas. Y las actuales, con alta tecnología, con difusión globalizada y con toda esa podredumbre y decadencia moral que se pretende inculcar a la Humanidad desde las sombras de la conspiración. Éstas sí, absolutamente familiares, si bien repudiables por la reiterativa estupidez de productores, guionistas, y un Star System plagado de nulidades acretinadas en grado superlativo.
En cuanto a revistas de historietas. Bueno, me considero sí afiliado a las de los años 50, 60 y 70 del siglo XX, porque eran muy buenas. ¿La razón para ello? La civilización audio visual no había llegado a su apogeo. La televisión por cable no había irrumpido en nuestro universo. La Modernidad todavía se negaba a protagonizar los últimos estertores. Y las revistas estaban todavía cercanas a los tiempos dorados de su mayor apogeo. El satélite de telecomunicaciones «Telstar» era todavía una novedad que a muchos dejaba con la boca abierta. Después, llegó el tsunami tecnológico que arrasó con todo aquello. Las revistas que hoy sobreviven, son rarezas o son productos extraños, prostituidos… ¡Absolutamente globalizados y posmodernizados! Y recuerde, una vez más, que la Globalización y la Posmodernidad llegaron con el exclusivo propósito de poner de patas para arriba el mundo que antes habíamos conocido: el de la Modernidad.
¿Qué más podría agregar a ese respecto? Agradeciendo nuevamente su carta, me despido cordialmente de usted. Fernando Pintos…».

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© Fernando Pintos para Informe Uruguay
 
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