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Año III - Nº 221
Uruguay, 16 defebrero del 2007
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Fernando Pintos Viejas profesiones se adecuan al mundo posmoderno
por Fernando Pintos
 
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            Recuerdo una graciosa anécdota de cuando llegué a Guatemala. Resulta que siempre he sido un aficionado a los masajes relajantes y, por supuesto, seguiré siéndolo hasta mi hora final. Pero he ahí que apenas un par de meses tenía yo en Guatemala cuando descubrí, en los clasificados del ya extinto diario «El Gráfico», unos cuantos anuncios donde se ofrecían masajes relajantes. Tal descubrimiento me hizo sentir en el paraíso, porque tales servicios profesionales no solían abundar entonces tan públicamente en la Muy Fiel y Reconquistadora Ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo. En consecuencia, preparé mi incursión hacia el mundo de los masajes relajantes de Guatemala, pero antes de hacerla efectiva, por alguna razón se me ocurrió comentarlo con un amigo, quien, para mi sorpresa y desencanto, me informó que no se trataba de unos masajes profesionales tal cual yo creía e ingenuamente esperaba, sino de vulgar prostitución encubierta. A decir verdad, el alma se me fue al suelo, porque me había hecho sobradas ilusiones. Por tan infeliz circunstancia, quedé sin la gratificación de unos verdaderos masajes relajantes hasta que encontré un par de lugares donde sí los hacían muy profesional y seriamente.

            Corría entonces el Año de Gracia de 1985 y Guatemala era una ciudad en cierta medida pacata. La sociedad guatemalteca se mantenía conservadora y en grado apreciable recatada. Por supuesto, existía todo cuanto pudiera pedirse o buscarse en una moderna ciudad de aquella hermosa época… Pero cierta clase de actividades, entre ellas la prostitución, se las arreglaban para subsistir con sobrado disimulo. Fue así que comenzó a correr el tiempo, que como bien sabemos, resulta tan rápido como inexorable. El tiempo había pasado y algunos años atrás, mientras esperaba frente a un semáforo en rojo de la Zona Viva, una chica muy sonriente se acercó a la ventanilla de mi carro, inconvenientemente abierta, y me entregó un volante al que no presté en aquel primer momento mayor atención. Pero, una vez llegado a casa, retomé el mencionado papelucho y pude leer con sorpresa el siguiente anuncio:

            «Top Model… Damas a tu servicio. Si eres hombre, ¡atrévete a llamarnos!» (seguía un teléfono con la característica 368, pues la telefonía de Guatemala no había llegado, todavía, a los ocho dígitos).

            ¡Sorpresa! Allí estaba, entre mis manos, un verdadero retazo posmoderno de la «profesión más antigua» (al menos, eso dicen las malas lenguas)… Para decir verdad, tentado estuve entonces de tomar el teléfono para discar el citado numerito y decirle, a quien me atendiera, lo que pensaba acerca de su ofensiva publicidad. Pero al final me contuve y dejé de hacerlo… En aquel momento reflexioné que todo el mundo tiene el derecho de ganarse la vida como mejor le parezca o pueda, y que los publicistas o sus aprendices muchas veces pecan por exagerar la nota. También medité el fenómeno, innegable, de que unas pocas palabras impresas sobre un papelucho no deberían tener el poder suficiente como para sacarme de mis casillas, pues, como es bien sabido, si a las palabras se las lleva el viento, no menos cierto es que la letra impresa aguanta con cuanta barbaridad o disparate uno pudiera imaginar.

            Sin embargo, mi molestia derivaba de la imposibilidad de aceptar que cualquier hijo de vecino se diese el lujo de indicar, muy suelto de cuerpo, que no me atrevo a «ser hombre» por el simple hecho de que las prostitutas —unas señoras y señoritas a quienes he respetado siempre profundamente— no me atraigan en lo más mínimo. Si tales servicios no son de mi agrado y en la práctica no los utilizo nunca (las pobres prostitutas se morirían de hambre si dependiesen de un presunto cliente como yo), eso me incumbe solamente a mí y nadie más. He ahí por qué aquel asunto me parecía a todas luces agraviante e injusto, si ustedes me entienden.Apenas unas pocas semanas más tarde, mientras transitaba una vez más sobre cuatro ruedas, también por la zona 10 de la ex «Tacita de Plata» (así era llamada en los años 50 y 60 la Ciudad de Guatemala, al igual que lo fue también Montevideo), recibí el regalo imprevisto de un nuevo volante, el cual propalaba lo siguiente:

            «¡Oferta! Relajante masaje… mmm…». Aquellos nuevos actores del mercado, utilizando nuevamente los masajes relajantes como la proverbial piel de oveja que encubre al lobo,  se desataban ofreciendo prebendas y delicias tales como: «…cálido aceite, aromáticos talcos, baño de espuma europeo y hasta una bebida gratis al exijir (SIC) su factura…».

            Aquella nueva pieza de la publicidad callejera evidenciaba que la oferta de prostitución se estaba diversificando y extraje del asunto, a manera de moraleja, que todo aquello obedecía a los efectos directos de una competencia mercantil desenfrenada, que se estaba desarrollando en Guatemala. Despojando el mensaje de groserías y alusiones personales, hasta quedaba la remota tentación de expresar una cierta admiración. ¡Qué maneras tan originales de poner aggiorno una antiquísima profesión!Se produjo un breve paréntesis… Hasta pocos días después, cuando estando una vez más a la espera de luz verde frente a un semáforo tozudamente estacionado en el color rojo —al costado de la Guardia de Honor—, otra jovencita muy coqueta me entregó un tercer mensaje publicitario, a través del cual la por mí ya conocida mas no bien recordada empresa Top Model volvía a la carga, con expresiones como éstas:

            «Ven, disfruta y saborea con lindas señoritas que te atenderán y estarán dispuestas a complacer tus más grandes fantasías…».

            Llegado a este punto e impulsado por tan abiertas exhortaciones, comencé a sopesar mis propias fantasías, que eran y siguen siendo: tener por entonces cuando menos en el banco (ahora, mejor debajo del colchón o en cualquier otro escondrijo casero, dada la escasa fiabilidad de los bancos) unos cinco millones de dólares… Irme a una isla desierta en compañía de Joan Chen… Terminar con la miseria en el mundo… Quedarme en una isla desierta con Janeth Lee… Salvar las especies animales en vías de extinción… Radicarme en una isla desierta con Lucy Liu… Que la Selección uruguaya de fútbol no sólo concurriera a un Campeonato Mundial, sino que además lo ganara, invicta y sin goles en contra… Pasar una temporada (en una isla desierta) con Li Gong… ¡Ah, mis fantasías! Pero sigamos con el resto del papelucho aquel, donde se ofrecía, además de lo antes mencionado:

            «…Jueves: Bebida gratis. Viernes: sorteo de señoritas. Sábados: Bebida y churrasco gratis».

            Y se concluía informando un cambio de dirección, porque se habían trasladado a la zona 2 de Mixco, o sea, fuera de los límites de la Ciudad de Guatemala. Al igual que el primero y segundo, aquel tercer volante terminó en la basura. Y la tercera fue la vencida en el sentido de que no volví a aceptar publicidad de aquella índole, ni dentro ni fuera de mi carro. En la actualidad, los clasificados de PRENSA LIBRE, el diario más… digamos conservador de esta Guatemala posmoderna del 2007, abundan en anuncios sobre masajes de aquéllos que ustedes pueden imaginar. Aparecen agrupados bajo la categoría de VARIOS, ofrecen servicios a domicilio y ciertos días de la semana en que el periódico llega bien gordo, pueden andar rondando los treinta o más anuncios, porque inmediatamente antes de VARIOS aparece una categoría algo más… light —digamos—, bajo el ambiguo letrero de OTROS: allí se publicitan desde la doctora Guzmán (una dama que usurpa un título universitario para anunciar sus servicios, consistentes en, «…Caballeros C/problemas D/Stress. Tensión, Sentimentales, Q/Deseen eliminarlos C/Tratamientos Relajantes Desestrezantes (SIC), Terapéuticos. A/Gratis Folleto Higiene Sexual y Enfermedades Venéreas…»), hasta el sex shop «Adán y Eva», el servicio denominado «Bachelorette parties» (eventos especiales sólo para damas en estado de euforia), y el «joven especializado en masaje americano, sólo para caballeros»… Palabra, esta última, que no pasará de ser un infame eufemismo. En cuanto a mí atañe, no necesito visitar antros de prostitución para demostrar mi condición masculina. Eso es algo que creo haber dejado fuera de cualquier duda. De acuerdo con mis puntos de vista, un hombre es quien va a la guerra porque su país está en peligro. O es quien encaja con estoicismo todos los golpes que la vida le propine sin ponerse a lloriquear como una Magdalena. O será aquel otro quien, tras sufrir una caída estrepitosa y en apariencia definitiva, retoma el sendero sin quejas, ni vacilaciones. Hombre es, en una palabra, sinónimo de Carácter, como bien lo expresó el poeta argentino Almafuerte:

            «Procede como Dios, que nunca llora
            o Satanás, que nunca reza,
            o el robledal, cuya grandeza
            necesita del agua y no la implora…
            ¡Que grite y vocifere, vengadora,
            ya rodando por el polvo tu cabeza!…».

            Existen muchas maneras para ser un hombre de verdad. Una de las más importantes, mantenerse fiel a una sola mujer, aunque a ésta uno le sea indiferente. Y no será jamás un lenocinio el lugar más idóneo para afirmar la masculinidad de nadie. En tales lugares, por el contrario, se podría captar un variado repertorio de enfermedades venéreas (“de transmisión sexual”, según los “correctos” de la lengua), con el SIDA en vanguardia. Por no hablar de ese insecto anopluro de la familia pedicúlida, tan homologado al piojo: la ladilla. Porque, a pesar de la Posmodernidad, de las tecnologías de vanguardia y las antiquísimas profesiones aggiorno, las “enfermedades de transmisión sexual” prosperan en progresión geométrica y las ladillas retozan entonces por doquier, ensayando el salto olímpico con garrocha desde uno hacia otro desgraciado primate globalizado.

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