Los árboles ejercen un silencioso magisterio. Yo procuro aprender las lecciones de esos filósofos inmóviles. He aquí la última que me enseñaron.
En el invierno, cuando no tienen sol para nutrirse, los árboles ahondan sus raíces en busca de los dones ocultos en la tierra. No crecen hacia afuera; sus desnudas ramas no muestran hoja o flor. Crecen por dentro, sin ser vistos por nadie, y en el silencio y en la soledad se guardan a sí mismos y se disponen a alcanzar su plenitud.
Deberíamos ser como ellos: en los inviernos de la aflicción, la soledad o el dolor, cuando no hay sol de dicha en nuestras ramas, deberíamos crecer hacia lo hondo de nuestro propio Corazón, y en el silencio de nosotros mismos hallar la plenitud humana, hecha de amor, de bien y de verdad.
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