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Año V Nro. 286 - Uruguay,  16 de mayo del 2008   
 

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Helena Arce

En el Día de la Madre
por Helena Arce

 
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         Los días previos a este último fin de semana, me encontraron muy complicada. Sumada a un virus que asoló a los integrantes de esta familia, se complicó el trabajo con el cual nos ganamos el pan de cada día. Estos hechos me impidieron escribir un artículo en ocasión del  día de la madre.

         Frases hechas manifiestan: “El día de la madre son todos los días”, “Es un día comercial”.

         Pero aquellos que fuimos hijos, sabemos que más allá de extrañar todos los días a nuestros padres, esos días elegidos para homenajearlos son  esos especiales,  en que nos gustaría poder verlos aunque más no fuese unos momentos.

         Quienes somos padres, sabemos también que ese día no es lo mismo si no tenemos cerca de nuestros retoños.

         Este fin de semana en especial donde el Uruguay entero se vio conmovido entre otros hechos tremendos, por el asesinato de una pequeña de 11 años en el Departamento de Maldonado, y el cruel descubrimiento del entorno en el cual vivía la pequeña. Estas atrocidades  nos llevan  a reflexionar profundamente sobre lo que es una madre.

         A las madres,  aquellas que somos bien paridas, se nos paraliza el alma cuando vemos situaciones como la ocurrida.

         No soy capaz de juzgar, ni siquiera atreverme a sospechar si la madre de la niña estaba o no en conocimiento de lo que pasaba por la vida de su hija.

         Si en cambio, puedo decir con probidad que resulta por lo menos inaudito, más allá de las circunstancias de la vida de cada uno, que una niña pase por semejantes circunstancias y su madre no esté ni siquiera enterada de lo que le ocurre.
 
         La vida de nadie es fácil, no lo ha sido la mía, pero si estoy convencida que cuando uno trae un hijo al mundo es únicamente para ser responsable por él.

         Criar un hijo no es tarea sencilla, ni imagino, nadie pretende que lo sea. Hace poco comentábamos con una querida amiga, que si cada ser humano lograba dar al  mundo una buena persona como cosecha de lo que ha sembrado en su hijo, bastante habrá logrado. No será poca cosa que el futuro esté compuesto por seres más buenos de lo que nosotros hemos sido,  en términos generales.

         Obvio que uno pretende para sus hijos lo mejor, y se desvive por ellos, cuando lleva en las entrañas un mínimo de sentimiento, ya n digo humano, por lo menos  animal. Los animales se desviven por sus crías, por lo menos hasta que pueden valerse por si mismas.

         En lo que a la raza humana corresponde, suele ocurrir que los padres no nos desentendemos de nuestras crías jamás.

         Por ello es inconcebible que la madre de una niña de 11 años, no haya tenido  siquiera sospechas,  del calvario que estaba viviendo. Aunque más no sea por omisión, esta señora ha faltado al deber sagrado que asumió al traer un hijo al mundo.

         A los 11 años, antes y ahora, una niña es una niña,  incluso si su cuerpito se ha desarrollado, incluso si es rebelde, incluso si sus hormonas comienzan a revolotear antes de lo debido. Si todo ello ocurre, más es menester la incidencia de la madre en forma permanente en su cuidado.

         Si realmente  esta señora, no sabía lo que sucedía en la corta vida de su niña, no soy yo quien para dar más palos al árbol caído.

         Pero nada justifica lo ocurrido. Cada día nos enteramos más asiduamente de atrocidades ocurridas con niños pequeños, en los cuales su familia está por acción u omisión involucrada. Es imprescindible que en el incluyamos no únicamente en nuestras leyes, pues en la misma ya existe, sino en el colectivo social, la exigencia de la importancia de los deberes inherentes a la patria potestad, y nos olvidemos por un rato de los derechos, que estos los tenemos todos claros..

         Hace poco nos enterábamos de una compatriota que en un acto de locura tiró a su bebé desde una montaña en la madrastra patria.

         En la lejana, culturalmente hablando,  Austria, nos hemos azorado con un padre quien en la misma vivienda que compartía con su familia, tenía secuestrada a su hija y a los hijos que con ella tuvo, en una especie de catacumba.

         Por lo tanto no es siquiera privativo del Uruguay, ni de los uruguayos. El mundo está en un punto de quiebre hacia la locura, donde si seguimos recorriéndolo terminaremos con nuestra especie, en el mejor de los casos, y en el peor nos convertiremos en seres menos sensibles que la más despiadadas de las fieras.  

         Estos hechos no tengo idea, ni puedo siquiera analizar como suceden. Si se que el hecho de hogares destruidos y la existencia de padrastros o madrastras no hacen al tema.

         Mi madre se divorció muy joven y este último 3 de abril hubiese cumplido 96 años, quedó de ese hogar truncado una niña, mi hermana mayor, y mi madre volvió  a casarse. Tanto el padre de mi hermana, el verdadero, como su segundo padre, el mío, fueron dos seres maravillosos quienes aun en la primera mitad del siglo pasado, supieron poner coto a posibles enconos, en honor a sus hijas. Así hoy las tres hermanas, hijas de la misma madre, y de distintos padres, conservamos un amor infinito por esos tres seres quienes alumbraron nuestra existencia, la de las tres. Enseñándonos en los hechos, que por encima de todo estábamos nosotras.

         Esos tres seres humanos tenían por encima de todo,  valores. Ninguno de ellos eran extremadamente religiosos, pero tenían amor a borbotones para dar y nos lo dieron.
Por ello no acepto que me digan que los hogares rotos, o la existencia de personas conviviendo con niños sin ser sus padres son las causantes que estos hechos ocurran, tampoco el hecho de la educación fuera de ámbitos religiosos.

         Los valores inherentes al ser humano, debiéramos tal vez comenzar a aprenderlos de los animales, ellos por encima de todo defienden a sus crías.

         Por ello, en este día de la madre que ha pasado me gustaría dejar únicamente como reflexión la necesidad urgente de la raza humana, de recuperar los valores que atañen a nuestro relacionamiento con los niños, en especial con los que uno parió.

        
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