Llevo casi 37 años de trabajo, sin parar ni un solo día, salvo las licencias.
Durante 25 de esos 37, trabajé en dos trabajos y ocasionalmente, hasta llegué a tener tres.
Durante todos esos años, fui mechando el liceo nocturno, hasta que un día logré terminarlo.
Perdí la cuenta de las noches heladas en el patio del IAVA y en la parada del 141.
Un día, dejé uno de los dos trabajos y como tenía un poco de tiempo me puse a estudiar derecho. Ahí hasta que quedé sin vacaciones, porque cada minuto disponible lo dediqué a preparar exámenes.
Hoy soy abogado y sigo trabajando y estudiando y además, estoy iniciándome en el ejercicio liberal de la profesión.
Criamos con mi mujer dos hijos, que hoy son cuatro, con la suerte que la vida nos fue dando, que fue mucha y por la que no cesamos de agradecerle al creador, cada minuto de nuestras vidas.
No somos ricos, ni pobres. Tenemos momentos mejores que otros, como tantos compatriotas, pero no perdemos la fe ni las ganas de seguir adelante.
El lector se preguntará a santo de que, toda esta historieta de uruguayo común y corriente, y a eso voy.
Un día veo un informativo por TV y veo a un señor legislador, no el único por cierto, maltratando a mis colegas, solo por ser abogados, incluso a aquellos que los representaron cuando ni siquiera lo merecían, o peor todavía, metiéndonos a todos “los uruguayos” en la bolsa de los “atorrantes”.
Y me indigno. Aún viniendo de quien viene, me indigno. Aún proviniendo el exabrupto, de un sujeto al cual no es posible reconocerle ninguna autoridad moral para juzgar ni opinar de nadie, me indigno.
Porque me acuerdo de cada minuto de esos 40 años, y lo único que no puedo recordar es estar al santo botón, como lo están los sujetos que me insultan por TV, a falta de mejor cosa que hacer con sus patéticas vidas.
Nunca hice más que trabajar, estudiar, cumplir con mis obligaciones, respetar la ley y pedir ser respetado.
No tengo deudas con la justicia ni jamás las tuve.
Nunca le exigí ni le impuse a nadie mis creencias propias.
Eso si, recuerdo cuando era peligroso ir a estudiar, porque en cualquier momento algún iluminado, que quería mejorar mi vida a tiros, me metiera en el medio de un tiroteo, o debajo de un edificio derrumbado por una bomba.
Recuerdo salir de trabajar y ver tiroteos en mi apacible barrio buceo, donde moría gente, porque algún genio entrenado en cuba, nos quería convertir en el “hombre nuevo”.
Yo nunca quise ser un “hombre nuevo”, siempre quise y logré ser un hombre común y corriente, nunca necesité de ningún prócer de cuarta para lograr lo poco o mucho que logré.
Mientras yo trabajaba y estudiaba, una banda de ATORRANTES, resentidos, envidiosos y bastante idiotas, se dedicaba a salvar el mundo a balazo limpio.
Esos si que eran y siguen siendo atorrantes, que hoy, paradoja, viven a costillas del estado liberal y democrático que quisieron destruir, y viven muy bien.
Atorrantes, vagos, indignos, no cesan de avergonzar al país, y como una lenta enfermedad incurable, no terminan de dejarnos en paz.
Por eso me indigno.
Aunque los sujetos de los que proviene el intento de insulto, ni merezcan ser nombrados.
Comentarios en este artículo |
|
|