Nuestro difícil camino
a la perfección * Fernando Pintos
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Muchas veces me pregunto: ¿qué haríamos en Guatemala si, de vez en cuando, no llegase algún pomposo burócrata o tecnócrata extranjero para decir qué tenemos que hacer y cómo deberíamos hacerlo? He ahí una pregunta interesante. Porque tales personajes abundan por estas latitudes. Y no sólo se remiten a decirnos qué se debería hacer y de qué maneras hacerlo: de vez en vez, también tienen la divertida ocurrencia de expresar, a voz en cuello, que en este país somos una partida de estúpidos. Deberíamos agradecer con vehemencia tan generosa franqueza, pues todos estos exóticos especímenes en realidad nos están demostrando su predilección, su preferencia por nosotros& Pues, como es de todos bien sabido, ninguno de ellos -ni cualquier otro que se les parezca- manifiesta la costumbre de hacer tales numeritos de vodevil en más que algunos contados países, entre los cuales figura muy, pero muy especialmente Guatemala& Sucede que, para desconsuelo de la Humanidad, en la mayor parte del mundo todos ellos se abstienen de exhibir tamaña sabiduría y de emitir tan drásticos como pintorescos juicios& He ahí la Cuba de Castro, los Estados Unidos de Bush, la Venezuela de Chávez, los países árabes del Cercano Oriente, el Irán fundamentalista y muchos otros países que son un ejemplo flagrante de tan penosas omisiones. A todos ellos, los países con sus respectivos gobiernos y mandamases, nadie les indicará jamás qué deberían hacer con sus respectivos sistemas impositivos, ni mucho menos de cuántas diferentes e ingeniosas maneras deberían hacerlo. Tampoco nadie desembarcará triunfalmente, en ninguno de ellos, y convocará inmediatas conferencias de prensa para señalar a sus respectivos gobiernos como "violadores de los derechos humanos" y a los ciudadanos que con sus impuestos sostienen el erario como "perfectos estúpidos" o cosas todavía peores.
De buen seguro, todo ello habrá de significar una sola cosa: que tanto la Cuba de Fidel, como los estates de Bush, la Venezuela de Chávez, la Arabia Saudita y los Emiratos Árabes, el Irán de los ayatollahs, la Libia de khadaffi y algunos otros por el estilo son, sin excepción que valga, verdaderos modelos de cómo se deben manejar no sólo las economías en tiempos de Globalización, sino, más que nada y antes que todo, los sacrosantos derechos humanos. Deberemos tomar nota de ello con suma presteza, pues bien nos convendría aprender de todos y cada uno de aquellos paraísos de la democracia. Y así, si llegásemos a aprender de qué impolutas maneras se manejan los derechos humanos en Cuba, en USA, en Venezuela, en Arabia Saudí, en los Emiratos Árabes, en Irán, en Libia y unos cuantos otros países ejemplares, y si aplicásemos en Guatemala con diligencia y premura tamañas enseñanzas, cabe presumir que en brevísimo plazo ya nadie vendría a enseñarnos nada, ni a recomendarnos tan siquiera aquella tan anhelada -a nivel universal- erradicación de la pena de muerte.
Ahora veamos: otro lugar que parecería ser un verdadero modelo de manejo económico racional, de recaudación impositiva perfecta y de escrupuloso respeto por los derechos humanos, parece ser, sin sombra de dudas, Corea del Norte, ese país al cual todos cuantos nos viven sermoneando a nosotros se abstienen, muy persistentemente, de beneficiar con sermones, consejas, reprimendas, sindicaciones, tirones de orejas, admoniciones cíclicas y algún que otro pintoresco insulto dicho como por descuido&. Por deducción lógica, deberemos concluir que ésa sí tiene que ser una democracia desde todo punto modélica; una sociedad perfectísima hasta extremos de exasperación virtuosa. Un mundo feliz, donde los interminables aciertos y bondades del sistema se acumulan, sin pausas ni treguas, para felicidad de sus afortunados ciudadanos, quienes, de buen seguro, todos los días habrán de montar gigantescas manifestaciones para hacer patente, de alguna manera, el grado de felicidad en que viven inmersos& He ahí que uno se imagina a los felicísimos ciudadanos norcoreanos estrellando sus cabezas contra las paredes y lanzando al viento alaridos ululantes, frente a la absoluta incapacidad humana para soportar tan exageradas dosis de felicidad, tamañas proporciones de dicha, tales acentuados extremos de gozo& Algo igual, cuando menos en apariencia, a lo que debería acontecer con los respectivos ciudadanos en la Cuba de Fidel, los estates de Bush, la Venezuela de Chávez, la Arabia Saudita y los Emiratos Árabes, el Irán de los ayatollahs y la Libia de Khadaffi. Y tal cual de ninguna manera sucede, ni por asomo, con nosotros -¡pobrecillos! ¡Desventurados del subdesarrollo económico y moral!-, quiénes de tantísimas severas advertencias, morigeradas admoniciones y sapientísimos consejos foráneos requerimos& Y lo hacemos con tan extremada frecuencia que, a decir verdad, ya nos tienen a casi todos hasta la mismísima coronilla.
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