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Año IV - Nº 260
Uruguay,  16 de noviembre del 2007
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Discurso pronunciado por el Presidente del Directorio del Partido Nacional, Dr. Jorge Larrañaga, en conmemoración de los 150 años del fallecimiento del Brigadier General Don Manuel Oribe, en el paraninfo de la Universidad Mayor de la República

 
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Sr. Rector de la Universidad
Sr. Presidente del Frente Amplio
Sr. Presidente del Partido Independiente
Sr. Presidente de la Unión Cívica
Sr. Ex Presidente de la República Dr. Luis A. Lacalle
Sr. Intendente Municipal de Montevideo
Señores integrantes del Directorio del Partido Nacional, Senadores, Diputados, Intendentes, Representantes de Organizaciones Filosóficas y Sociales.
Compatriotas, en el sentido de pertenencia a esta nuestra República Oriental del Uruguay.

Es como se pueden imaginar para mi un gran orgullo en el día de hoy participar de este homenaje, asumir la representación partidaria, y presidir los actos recordatorios del 150° Aniversario de la muerte del Brigadier General Manuel Oribe.

En esta Casa, íntimamente ligada a la historia nacional, y para la que aspiramos esté cada día mas vinculada al futuro de todos los uruguayos.

Con los grandes de la historia sucede eso, su vida y su ejemplo, encierran la potencialidad de ser interpretados y releídos a la luz de las circunstancias cambiantes y particulares de cada tiempo.

La intención es homenajear a una figura que marcara a fuego, una manera de ver y sentir la tierra, la región y el mundo.

Encerrar la figura de Oribe en los estrechos marcos de un partido, sería traicionar sus sentimientos y su vida.

Nuestra presencia en esta Universidad Mayor responde a la voluntad del Partido Nacional de rendir honor a su fundador, pero mucho más al luchador por la Libertad, al 2° Jefe de los Treinta y Tres y 2° Presidente Constitucional.

A quien, con tozudez y valentía, resistió la prepotencia de los imperios de turno, reivindicando el derecho de autodeterminación de los pueblos y la unión de las Patrias Americanas.

Una unión basada en nuestros fraternos vínculos hispanoamericanos, respetuosa de valores originarios y singularidades propias de cada pueblo, Unión llena de Democracia y de República.

Estamos persuadidos además que es bueno recordar en estos tiempos a quien se constituyera en primigenio ejemplo de ejercicio del Gobierno con profundo respeto al Estado de Derecho, sin caída alguna en desbordes autoritarios, por más poder que detentara.

La Providencia, con sin par generosidad, dio a la República, en el momento mismo de sus primeros pasos como nación independiente en el concierto americano, un ejemplo vivo y permanente de las virtudes que deben adornar a sus gobernantes.
Con ello no hizo más que seguir el ejemplo de sus mayores.

La personalidad del General Manuel Oribe es conocida. Su labor como Gobernante prudente, justo y previsor, con cumplimiento del Deber y respeto de las Leyes.

Avezado militar, exitoso en mil batallas, gana todos y cada uno de sus galones en combate, ajeno a toda intriga y a toda vanidad.

Como dijo en su momento Carlos Rodríguez Larreta: “los hombres de la estirpe de Oribe podían extraviarse en el camino de las pasiones pero nadie tendrá el derecho de reprocharles que hayan perseguido la gloria a través de la traición”.

Es por eso que obedeciendo al llamado de la hora, no dudó en ocupar los cargos de Gobierno que se le encomendaran y es electo 2° Presidente Constitucional de la República por aclamación de la Asamblea General.
El hombre del orden, de la paz, de la justicia y del progreso.

Ante el alzamiento contra su gobierno, ordena la utilización de la divisa blanca con la leyenda “Defensores de las Leyes”, de honda raigambre artiguista, como símbolo de unidad y de apoyo a la legalidad. Obligación que cesa una vez derrotada la revolución, siempre privilegiando el respeto de las normas jurídicas, frente a cualquier tentación partidista y sectaria.

No era para él un cargo el Gobierno de la República, sino una carga llevada con hidalguía y con responsabilidad personal e intransferible.

No pertenecía a aquellos que practicaban la actividad política desde el alto altar, mirando desde arriba a la gente, sino que caminaba entre los compatriotas soportando la mochila cargada de frustraciones, de sueños y de esperanzas.

Quizá, como gobernante, cometió el error de adelantarse a su tiempo.

Vislumbró un Estado moderno, dotado de autoridad y actor del progreso moral y material de los orientales.

No advirtió que los oscuros e inconfesables intereses de los imperios, secundados por los malos orientales y peores americanos, obstaculizarían sus propósitos, sembrando las semillas de la discordia, la desunión y el resentimiento.

No obstante los obstáculos, su labor de gobierno fue fecunda. Equilibró las finanzas públicas; fundó la seguridad social en el Uruguay, fijando los principios de responsabilidad del Estado en materia de solidaridad, de amparo a la invalidez, de proporcionalidad de los aportes, prohibiendo, además, la acumulación de jubilación y sueldo en actividad.

Combatió el tráfico de esclavos y decretó la abolición de la esclavitud 20 años antes que Lincoln lo hiciera en los Estados Unidos.
Instaló y dotó escuelas; fundó la de Artes y Oficios; promovió la reinstalación de la Biblioteca Pública y la creación del Museo Nacional

Defensor del orden y de las leyes, así como del derecho de las patrias americanas para decidir libremente su destino; administrador prudente; celoso custodio de los intereses económicos del país; ferviente impulsor de la educación popular y de la cultura nacional; fundador como decíamos de la Universidad de la República, en la que además propició un conjunto importante de actos presidiendo personalmente la primera reunión de Cátedra nada menos que en la Iglesia Matriz con el conjunto de sus ministros.

¡Un gran combatiente por la Libertad y la Independencia!

¡Un hacedor de nuestra Institucionalidad!

¡Un gran Presidente!

Y fue sin duda el primer “Defensor de las Leyes” de nuestra vida como República independiente.

Pablo VI, decía que “se puede pecar contra la verdad lo mismo por omisiones calculadas como por informaciones inexactas” Oribe fue durante decenas de años víctima de este pecado, se elaboró sobre él, metódica y arteramente, una leyenda negra que intentó empañar una trayectoria que sería orgullo de cualquier nación libre.

Pero basta internarse desapasionadamente en nuestra historia, revisar los documentos de época, recurrir a los testimonios honestos, para aquilatar lo que significó realmente, y dar por tierra con esa conspiración contra la verdad histórica.

No fue la única víctima de estas canalladas, el propio Artigas también lo fue, no puede ser casualidad, ambos interpretaron la esencia misma de lo nacional, de la tradición en su acepción más esencial y pura, en el concepto de Patria, en la entrega de lo personal por lo colectivo, en el sacrificio de sus vidas por sus ideales.

No resistimos la tentación de hablar del Oribe de los renunciamientos.

El primero es una carta a su amigo Larravide, que decía:
“Querido amigo, recibí su carta y su magnífico obsequio, le devuelvo ambas cosas. Lo uno, porque no merezco los conceptos con que me favorece, y porque como su amigo leal, creo que no conviene a Ud, para el porvenir dejar con su firma esa carta cortesana de los tiempos de Luis XIV, mal dirigida a un republicano.
El regalo porque es demasiado valioso y no conviene a mi decoro aceptarlo, ni a Ud. el hacerlo dado nuestras posiciones respectivas.
No debo ni quiero quedar obligado a persona alguna del modo que me obligaría la admisión del importante presente que Ud. tiene la amabilidad de hacerme en este día de mi cumpleaños”

El segundo ejemplo de renunciamiento es una carta a la Asamblea General en la cual Oribe rechaza el título de Gran Ciudadano.
“…mi carácter individual, así como los principios republicanos que arraigadamente profeso, me impiden aceptar el grande honor que se me hace, aún cuando él no ataque aquéllos, desde que me cubre con un título escrito que me saca en cierto modo del nivel del rango común de mis conciudadanos.”

Señalábamos que Oribe era un gobernante inusual para su época y, seamos honestos y menos injustos, también para nuestra época.

A nuestro juicio correspondió a Oribe, como rol histórico indiscutible, ser quien constituyó los aspectos sustantivos del Estado Oriental en cuanto tal, No nos tiembla la voz al sostener que fue el continuador más auténtico de la obra artiguista en lo que hace a los orientales y al Uruguay como País.

Benjamín Franklin decía “si no quieres perderte en el olvido tan pronto como hayas muerto, escribe cosas dignas de leerse o haz cosas dignas de escribirse”

Oribe hizo ambas cosas y, como si fuera poco, nos dejó además un ejemplo de vida a todos los uruguayos alumbrando el presente y el porvenir.

La excelente administración de la presidencia constitucional de Oribe está más allá de toda polémica, y fue reconocida incluso por algunos de sus más acérrimos enemigos.

Juan Carlos Gómez destacado intelectual colorado, decía, recordando este período desde un avanzado 1872: “El caudillaje enciende la guerra civil en 1836 bajo un gobierno que respetaba la ley, que administraba con escrupulosidad los dineros públicos, que ningún derecho atacaba, que fomentaba la educación popular, tributaba consideración a los talentos y a las luces y hacía alarde de modestia republicana y de cultura de procederes” Y Andrés Lamas, el firmante de los tratados de 1851, escribía a Melchor Pacheco y Obes, en 1852: ¿No vio usted, no tocó, como toqué yo con el alma despedazada, todo lo que habíamos perdido en sustitución de la administración de Oribe?”.

Pretendió la neutralidad del País en el campo internacional y en los conflictos con nuestros vecinos, a la vez que legó su inserción y su reconocimiento internacional como nación soberana.

Oribe pertenece también a los que desde su condición partidaria nunca medraron con los supremos intereses de la nación, a los que nunca por atacar al gobierno de turno arriesgaron debilitar al país.
No pertenecemos nosotros, el Partido Nacional en estos tiempos, a quienes con tal de fragilizar al gobierno arriesguemos perjudicar al Uruguay todo.
Nunca vamos atacar al gobierno de turno debilitando a nuestro País.

Oribe derrotado por la combinación de las fuerzas extranjeras, llegada la paz de 1851, sigue siendo el fiel de la balanza de la Nación, el respaldo del orden y de la legalidad.

Y, tal es la fuerza de su prestigio, que a la sola invocación de su nombre, el pueblo oriental, las masas populares con las que Oribe perdiera contacto por encontrarse en el extranjero, acuden a ponerse a sus órdenes para apuntalar el gobierno de Pereira, firmando con el Gral. Flores el Pacto de la Unión, que trajo la anhelada paz a la República.

Oribe encarnó como nadie una forma de concebir el hombre, el país y la región.

El Partido Nacional, en cada tiempo y en cada circunstancia, intenta pensar, pretende actuar, encarnando sus virtudes y sus principios.

Aquel 12 de noviembre de 1857, Montevideo vivía angustiado por la fiebre amarilla, que hacía estragos en la ciudad.

La lluvia caía de a ratos con intensidad. Pese ello, cientos de personas de toda condición social, a pie, a caballo, en carruaje, peregrinan al Paso del Molino para despedirlo.

Instantes antes de morir, pronunció estas palabras que traslucen su personalidad y nos mandatan: “Amigos, no os separéis del lado del Gobierno constitucional de la República; acatad sus actos y sostenedlo en su marcha constitucional”

Ese fue Manuel Oribe; defensor feroz de la Soberanía de la Nación de la Libertad individual, de la vigencia del Estado de Derecho, de la Constitución, de la Ley y de la Justicia Social.

Subrayamos esa faceta de Oribe que nos legó la Universidad de la República y una preocupación central por el quehacer educativo, por eso es que tenemos que velar por transmitir a las futuras generaciones de ciudadanos una mejor educación que la que tenemos.

Como decía Couture: “No somos dueños de nuestro país; somos depositarios, llamados a transmitir lo recibido sin poder llevar nada con nosotros. Podemos, acaso llegar a adquirir un pedazo de tierra, pero nunca seremos dueños del paisaje ni del pago. Vivir es recibir para transmitir; la nación es una transmisión pura, incesante, inacabada e inacabable”.

La ciudadanía tiene el derecho y el deber, de exigir a los responsables de la educación, resultados. Como ha dicho recientemente el especialista Pablo da Silveira: “Los sistemas educativos no existen para que los docentes tengan trabajo, para que las escuelas funcionen, ni para que los gobiernos gasten dinero. Los sistemas educativos existen para que los alumnos aprendan. Todo lo demás es instrumental a ese objetivo”

Los principales cambios en nuestra Universidad, lo digo desde mi humilde pero a la vez orgullosa condición de egresado de esta casa, deben pasar por el camino de la descentralización, mediante nuevas estructuras orgánicas creando centros universitarios dotados de autonomía académica y presupuestal.

La Universidad embarcada en el País de la enseñanza, entendida como una apuesta a la generación de nuevos conocimientos y a la formación de ciudadanos.

La riqueza de las naciones pasa en nuestro siglo por la riqueza en el conocimiento,

El País tiene que destinar una mayor parte del PBI a la educación llevándolo al promedio internacional, esto es una deuda de todo el sistema político. Hay que impulsar un cambio profundo de la ley orgánica porque el rezago, a nuestro juicio, cercena el futuro.

Nuestro País compatriotas, o invierte mas y mejor en educación o seguiremos envueltos en los círculos concéntricos de la pobreza interna y la dependencia en el campo internacional.

El nuevo concepto de la Libertad es la Educación –nuestros hijos, nuestros muchachos, los que están acá y los que andan en cada rincón de la República- no serán independientes si no les damos una mejor educación, no serán libres si no les damos la mejor educación. Y tenemos todos que tener la humildad y el coraje republicano suficiente como para hacer la autocrítica de que hay manifestaciones de nuestra sociedad que son manifestaciones de antigüedad.

Que Oribe para su tiempo fue más moderno que nosotros para el nuestro, y que con una enseñanza no actualizada, con un sistema político antiguo, y con un Estado antiguo, no podemos tener un país moderno.

Todo esto supone un desafío. Un desafío de sumar y no dividir, de construir y no destruir.

Yo quiero finalizar este discurso, leyendo respetuosamente unas palabras de un gran ciudadano, ejemplo de uruguayo y de nacionalista, Don Juan Pivel Devoto. Quien en una “Semblanza a Oribe, el Hombre, el Soldado, el Gobernante” sintetizaba:

“Mis palabras no han querido narrar la historia de su vida, sino bosquejar los rasgos de su personalidad tal como la descubro a través de sus actos y de su conducta, que nos lo muestran patriota, valiente y amante de la libertad, pero encarnando además la idea de la autoridad, del orden constitucional y de la probidad administrativa”…”este soldado que había combatido en 23 batallas murió enaltecido bajo el signo de la paz, y por lo tanto no es irreverente imaginar las reflexiones finales de quien fue siempre tan recatado para exteriorizar sus sentimientos”.

Y Don Juan hace un relato de episodios trascendentes e importantes de su vida por ejemplo aquel cuando dijo: ”Al presentarme ante vosotros a prestar el juramento de la ley, mi corazón se halla sobrecogido de un temor que no había experimentado ni aún al frente de los enemigos”…”cumpliré y haré cumplir fielmente la constitución y las leyes”

Y finaliza “Y mientras hacía el recuento de tantos años vividos y desdichas sufridas al decir de su mujer por su “demasiada honradez “, sin dejar de acusarse por sus faltas, severo como era consigo mismo, habrá pensado que el medio siglo de su vida entregado a la causa de la patria le había ganado el derecho de reposar en su seno con gloria y con honor”

Muchas gracias.

12 de noviembre de 2007

Dr. Jorge W. Larrañaga
Presidente del Directorio
Partido Nacional

 
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