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Año III - Nº 161 - Uruguay, 16 de diciembre del 2005

 

Miguel Hidalgo
El Cura que Perdió la Cabeza

 

Señala la historia (que nos enseñaron) que la liberación de algunos países latinoamericanos, contó desde el primer momento con la participación de numerosos curas que en el momento de los enfrentamientos armados no tuvieron ningún inconveniente en disparar fusiles.

Se trataba de curas gauchos que ofrendaron sus vidas en nombre de las causas populares, encendiendo la hoguera de la rebelión armada.

Miguel Hidalgo

Aquellos pueblos coloniales contaron siempre con el servicio religioso de estos curas que al decir de Carlos Roxlo; "ellos escribían las cartas y las respuestas, ellos bendicen las cunas, las bodas y el sepulcro; ellos son los consejeros de las familias cuyos secretos saben por el confesionario y cuya prole educa en la diaria enseñanza del catecismo, él pesa en su balanza la verdad y el error, la virtud y los crímenes; él falla en los litigios y truena desde el púlpito contra las perversiones, haciendo suyo el credo de los oprimidos."

Sin embargo es justo señalar que no todos los curas se afiliaron a la revolución, aunque fue importante el apoyo ofrecido por la minoría, lo que representó en algunos casos más decisivos que los ejércitos y donde el fanatismo religioso sumaba voluntades y aumentaba el prestigio de algunas personalidades del clero latinoamericano.

Hace algunos años (35) Efraín Quesada describió en el semanario Marcha el coraje y la valentía del cura mejicano Miguel Hidalgo- contada por Martí- que "él vio a los negros esclavos y se llenó de horror, vio maltratar a los indios , que son tan mansos y generosos y se sentó entre ellos, como un hermano viejo."

Hidalgo contaba 63 años, tenía una buena renta (ocho mil pesos anuales). Dió los primeros pasos para lograr la insurrección. El movimiento iba a estallar el 1 º de octubre de 1810 pero "un traidor le dijo a un comandante español que Querétaro trataba de hacer a México libre". Muchos fueron detenidos. Otros trataron de ponerse a salvo.

Los compañeros de Hidalgo lo incitaron aponerse a salvo, pero el cura de Dolores resolvió precipitar los acontecimientos. Reunió alguno de sus amigos y puso en libertad a los detenidos por la conjura y otras injusticias, amenazando con una pistola al alcalde de la cárcel y juntó un cuerpo de 80 hombres mal armados.

"El cura montó a caballo con todo su pueblo que lo quería y fueron juntando los caporales y los sirvientes de las haciendas que eran la caballería; los indios iban a pie, con palos y flechas, con hondas y lanzas. Se les unió un regimiento y tomó un convoy de pólvora que iba para los españoles. Entró triunfante en Celaya, con músicas y vivas. Al otro día juntó el Ayuntamiento, lo hicieron General y empezó un pueblo a nacer".

Carlos Roxlo

El alto clero se pronunció allí como en toda América, contra la insurrección. Un obispo lanzó contra Hidalgo una excomunión mayor; la inquisición lo declaró hereje, la Universidad publicó manifiestos en honor del gobierno español. Numerosas láminas y documentos, lo muestran con pistola en el cinto, fusil en la cartuchera de su montura y revólver en la mano.

El cura Hidalgo -dice finalmente Quesada en su artículo- hizo la revolución mexicana. Peleó en ella. Estuvo en numerosos combates y no vacilo en ordenar fusilamientos y en tomar represalias. Él declaró libre a los negros; él le devolvió sus tierras a los indios, él publico un periódico que llamó El Despertador Americano.

Un día que buscaba amparo a su derrota, los españoles le cayeron encima. y "le quitaron uno a uno como para ofenderlo los vestidos de sacerdote.." Lo llevaron detrás de una tapia y le dispararon los tiros de muerte a la cabeza. Cayó vivo revuelto en la sangre y en el suelo lo acabaron de matar. Le cortaron la cabeza y lo colgaron en una jaula, enterrando los cadáveres descabezados. Pero México fue libre.