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Año III - Nº 161 - Uruguay, 16 de diciembre del 2005

 

¿Un Crepúsculo Anunciado
para la Tercera Edad?

* Fernando Pintos
 

Primero, será el paso lento e inexorable de los años. Más adelante, todos aquéllos se irán acumulando en montones desprolijos y las décadas se pasean inexorables por sobre la vida de cualquier persona. Así, cuando el invierno de la vida comienza a hacerse evidente, un frío se cuela insidioso por todas las regiones del cuerpo, haciéndose presente en la sangre, los huesos, las articulaciones& Y también a flor de piel, trazando con firmeza esa complicada geografía de marcas y arrugas& Unos surcos profundos que, a más de presagiar decadencia, pregonan la vecindad de dolencias múltiples y sugieren la cercanía de un viaje sin boleto de retorno hacia la tierra silenciosa de los muertos. En tales circunstancias entra en escena aquello que la psicología denomina Etapa de Conciencia de la Muerte, que no afecta en exceso a quienes conservan capacidad para explorar y desarrollar nuevos intereses -una minoría-, pero sí deprime a casi todos quienes carecen de tal cualidad.

Los años no deberían pasar en vano. Pero muchas personas, ingresando en las postrimerías del ciclo vital, meditarán con tristeza que ellas sí lo hicieron y que toda su historia bien pudiera resumirse en la crónica de un viaje estéril y sin retorno, donde todos los sacrificios y esfuerzos fueron de balde& Y tal vez arriben a la amarga conclusión de que, si para la bibliografía de Calderón de la Barca la vida fue sueño, para todos ellos, muy por el contrario, transcurrió como dura jornada y culminó en segura pesadilla. Para colmo de males, a los ancianos del 2005 les corresponde vivir una época que exalta con pasión la juventud, que proclama la belleza como bien supremo y en la cual el mundo entero -escenario de impresionante explosión demográfica- aparece saturado con legiones de jóvenes que reclaman, a voz en cuello, sus respectivos lugares bajo el sol. Tan sólo dos o tres generaciones atrás, se consideraba la juventud como aquella "enfermedad que se cura con el tiempo". Hoy, en cambio, se declara a voces que el peor de los males, el más detestable estado para el hombre y la única dolencia que nadie desearía sufrir jamás, se llama vejez, una dolorosa e indeseable "enfermedad que pasa con la muerte"& En los países del Tercer Mundo, donde la población menor de 15 años sobrepasa el 50 por ciento, legiones de jóvenes famélicos disputan, entre sí y con los demás, el derecho a la supervivencia, haciéndolo con uñas y dientes. Como lógica consecuencia, a los ancianos corresponderá lo que apenas reste, las sobras, las escasas migajas que pudieran caer de la mesa, si es que las hubiera en un planeta que está cada día más amenazado por el espectro acusador y amargo del doctor Malthus& En países desarrollados el drama tiene facetas diferentes y la gente anciana, si bien no carece de lo necesario para sobrevivir con decencia, vegeta concentrada en ghettos, clínicas y asilos, para evitar que molesten a los jóvenes con sus reclamos, achaques o el penoso recordatorio de que los años pasarán para todos con la misma prisa cruel e indiferente.

Se considera que se ingresa a la Tercera Edad tras cumplir los 65 años. Sin embargo, esa convención resulta engañosa debido a que, como afirman algunos sociólogos, "en la práctica, puede uno encontrarse con jóvenes de 80 años y con viejos de 40". Esto último sugiere que los grados de juventud -o ancianidad- dependen de muy diversos factores, tanto biológicos como sicológicos o sociales, entre los cuales figuran herencia genética; enfermedades agudas o degenerativas que se hayan sufrido; nivel de educación alcanzado; características de la dieta habitual; el poco o mucho ejercicio que se realice; los ambientes en que la vida cotidiana se desarrolle regularmente; índices habituales de contaminación a que alguien haya sido expuesto; costumbres y hábitos del individuo e, inclusive, su estatus socioeconómico dentro de la sociedad. Así y todo, envejecer es un proceso natural donde el cuerpo humano experimenta cambios graduales e inevitables. La piel y los vasos sanguíneos pierden elasticidad. Las células grasas se multiplican. Disminuye la fuerza muscular. La producción de hormonas sexuales decae. Se reducen, también, la rapidez y eficiencia del sistema nervioso central. La conclusión es que, mientras lo antedicho sucede, también cambian las exigencias de vida cotidiana con la aparición de nuevos roles sociales y problemas inéditos que se habrán de sumar a los que ya existían previamente para cada individuo en particular.

Un antiquísimo relato de las estepas siberianas recuerda un pueblo nómada que cierto día vio agotados sus pastos y por fuerza debió emigrar. El jefe, joven e impulsivo, razonó que los ancianos serían una carga y debían ser abandonados. Pero un joven que sólo tenía en el mundo a su padre anciano, se las ingenió para esconderlo en una especie de bolsa de cuero que llevaría a lomos de caballo. Comenzó el viaje y todas las noches el joven se las ingeniaba para alimentar a escondidas al padre y relatarle los sucesos del día. Pasadas varias semanas, los viajeros arribaron a las orillas de un gran lago. La superficie cristalina permitía ver, en el fondo de las aguas, una enorme copa de oro cuajada con piedras preciosas. El jefe de la tribu, mordido por la codicia, ordenó a uno de sus jinetes que buceara en busca del precioso objeto, pero el lago era muy profundo y el hombre no volvió a emerger. Encaprichado, el jefe ordenó lo mismo a varios jinetes más y todos ellos se lanzaron al agua, pero ninguno volvió a salir. Esa noche, el joven del relato se encontraba deprimido. Casi no quedaban adultos para ir por la copa de oro y eso significaba que a la mañana siguiente llegaría su turno. No le dolía tanto encaminarse a una muerte segura como dejar al padre librado a su suerte. Por última vez fue a alimentar al anciano y, cuando éste preguntó la causa de su abatimiento, le contó con detalle lo que sucedía. Al finalizar el relato, el viejo quiso saber más sobre el lago y sus alrededores. "Al borde de la otra orilla del lago se levanta una enorme montaña", explicó el joven. Entonces el padre le dijo que, cuando llegara su turno, en lugar de tirarse al agua bordeara el lago y escalara la montaña hasta la cima, pues allí encontraría la copa. Y así fue como sucedió. Cuando todos felicitaban al triunfador éste confesó la verdad y aquellos trashumantes comprendieron que, si la juventud tiene fuerza, la vejez atesora conocimientos, y ninguna sociedad humana puede prescindir de una de aquellas preciosas cualidades, so pena de condenarse a la desaparición.

El relato, muy antiguo, encierra una sabiduría profunda que fue hija de la necesidad. Pero nuestra civilización, que ya ha transitado el primer lustro del Tercer Milenio, olvida ésa y similares lecciones por culpa de un engañoso optimismo, desenfrenada deificación del progreso y soberbia enfermiza. Cegada por todo ello, se despoja de su humanidad y desecha a los débiles e indefensos& Rechaza a quienes agotaron su vida económicamente útil o en apariencia carecen de uso dentro de un sistema cada vez más egoísta. Con panorama como el descrito y en el marco de una sociedad tan obsesionada por gratificarse con réditos inmediatos y un consumismo tan estúpido como desenfrenado, los ancianos y desheredados, los niños y mujeres, los animales y el medio ambiente& Todos habrán de ser, en el mejor de los casos, la quinta rueda del automóvil.

El problema global de la Tercera Edad muestra facetas diferentes de acuerdo con la idiosincrasia y coyuntura de cada país en particular. Lo cual conduce a la siguiente pregunta: ¿Con qué características se presentará en Uruguay? Nuestra problemática es más compleja de lo que se pudiera pensar, pues tenemos un país con una alta presencia de ancianos y adultos mayores. Un país donde los niños son escasos, los jóvenes minoría& Y en donde buena parte de quienes tienen oportunidad, emigran. Para colmo de males, Uruguay es, además, un país con una economía precaria y con la carga de un caricaturesco Estado Benefactor, muy a nuestra usanza o hechura, lo cual significa decir: torcido y remendado. La economía uruguaya afronta los retos de la globalización y cualquier variación en el estatus económico de nuestros enormes vecinos, provoca oleajes entre nosotros. Entonces, ¿qué opciones quedan para la Tercera Edad? Tal vez ha llegado el momento de replantearlas. Quizá nos provoque un daño mayúsculo renunciar a tamaño bagaje de experiencia acumulada. Y dado que la juventud -convenientemente exaltada por el marketing- parecería hermanarse con la gloria, convendría prestar oídos a la sabiduría de Boecio: &"La gloria humana no es más que un gran rumor de viento en los oídos".