Ana Vinocur
Aquella luz que se apagó * Fernando Pintos
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Ana Vinocur a los 10 años de edad
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Pocas semanas atrás, he recibido una noticia más que infausta. La escritora Ana Vinocur había cerrado los ojos para siempre. Ana, autora de LIBRO SIN TÍTULO y de LUCES Y SOMBRAS DESPUÉS DE AUSCHWITZ. Ana, que había nacido en Polonia y quien por su condición de judía había experimentado en carne propia los horrores del Holocausto, las infamias de Auschwitz. Ana, quien después de la guerra llegó a Uruguay y lo convirtió en su patria. Ana, quien con una vitalidad enorme, un amor indeclinable por los seres humanos y una férrea voluntad de vivir, se negó a olvidar y por ello fundó en Montevideo el Centro Recordatorio del Holocausto, al cual dedicó su trabajo y su preocupación hasta el último instante. Ana, quien fue mi amiga muy querida por muchos años. Aquella misma a quien admiré y quise y respeté. Ana la del corazón enorme, la sonrisa luminosa, la personalidad cálida, humana, impecable. Ana se había ido para siempre.
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Ana en la barraca donde dormia en Auschwitz - 1996
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Fue aquélla una noticia terrible pero, a la ve una información inexacta. Y lo digo porque hay gente que no muere aunque su cuerpo repose quieto y frío bajo la lápida. No mueren los que tanto amor sembraron en la vida, ni mueren aquellos que con montañas de fe consiguieron mover los muros de la infamia y poner en retirada a esa infame mayor que es la muerte. No mueren los que construyen sin cesar a su alrededor, ni quienes se niegan a ceder ante las sombras e iluminan, por ello, el mundo con su sola presencia. Y todo ello Ana lo tuvo y lo fue y lo seguirá siendo aún después del sueño eterno de la muerte. Bien sé que para muchos se habrá perdido una mentora, una inspiradora, una intelectual sólida, una cantante de sutil encanto (me sorprendió, pocos meses atrás, escuchar un CD con sus canciones en yiddish, tan llenas de nostalgia y dulzura), una valiosa creadora literaria: pues Ana Vinocur fue todo eso y todavía más. Sin embargo, muchos otros hemos perdido una gran amiga. Una amiga de verdad. Y esa habrá sido la peor entre todas las pérdidas posibles. Porque los verdaderos amigos son escasos a lo largo de una vida y cada vez que perdemos uno, quedamos un poco más solos, un poco más pobres, un poco más tristes. Cada vez que se nos muere un amigo verdadero -Ana sabía serlo como pocas personas podrían saberlo- avanzamos un trecho nuevo hacia la muerte, porque también murió una parcela de lo mejor que guardábamos en el alma y el corazón.
Para la comunidad judía de Uruguay será una enorme pérdida. Porque Ana Vinocur, sobreviviente y testigo del Holocausto, luchó como pocos para que aquel cúmulo de horrores no fuese echado en el olvido. Ella quería que la lección fuese recordada y por ello se embarcó en una lucha tremenda, porque si algo caracteriza en nuestra época a los individuos, a las colectividades, a los pueblos -los judíos no son excepción a la regla-, ello es una memoria endeble, frágil, quebradiza& Tan frágil y quebradiza como esas hojas muertas que tapizan los suelos invernales, hojas que vuelan y se pierden con la menor provocación del viento. Ana estuvo determinada a hacer de la memoria una estructura sólida, pues conocía la sentencia amarga de Santayana: "los pueblos que olvidan su historia, están condenados a repetirla". Por eso mismo, ella escribió libros, dictó conferencias, habló en radio, apareció en televisión, puso su site en la Web, cantó y grabó media docena de discos, e impulsó con voluntad inquebrantable su Centro Recordatorio del Holocausto. Aquella mujer tan entera, tan fresca, tan llena de vida y de amor se negó, por ello mismo, a olvidar. Es posible que entre muchos uruguayos su muerte haya pasado desapercibida o haya significado "un acontecimiento más". Para algunos otros, habrá sido la desaparición de una persona famosa, muy mencionada& Y poco más. Sin embargo, me gustaría rectificar tanto a unos como a otros: con Ana Vinocur hemos perdido a un ser humano extraordinario, un ser de luz, y perder a alguien así no sólo es triste, sino también grave, siempre y cuando tomemos en cuenta que éste en que vivimos es un mundo en el cual las sombras ganan terreno con cada día que transcurre.
En este mundo de la posmodernidad y la globalización, donde todo está de patas para arriba. En este extraño presente, cuando la academia de Hollywood se apresta a premiar, con apoteosis, el ya famoso (desde antes de estrenarse) "western gay" de Ang Lee. Mundo donde las fronteras se desvanecen, las nacionalidades se difuminan, las identidades se deslíen& Este universo que es, por completo, lo opuesto de cuanto debería ser, y que tantas veces se nos presenta como la perfectísima réplica de aquel "mundo bizarro" de las historietas de Superman& En este lugar borrascoso, donde ni los locos terminan en el manicomio ni los ladrones van a dar con sus huesos en las cárceles& En éste, que es el perfecto hábitat para los talk shows de Cristina, de Marta Susana, de Carmen Salinas o de Laura "de América". Éste, que aplaude con delirio las depravaciones mediáticas de Madonna y absuelve, en juicios de opereta, asesinos como O. J. Simpson o monstruos como Michael Jackson& En esta realidad cotidiana, que parecería determinada a impulsarnos hacia la desesperación o hacia la locura... En este sin dudas (y me permito parafrasear al desaparecido escritor Santicaten) mundo podrido, aquellas personas que son lúcidas, inteligentes y juiciosas; todas esas personas racionales al estilo "old fashion"; las personas sanas de cuerpo, alma, mente y espíritu& Aquellas personas que son, en una palabra, ese ejemplo y sostén que todos necesitamos para aferrarnos a la cordura, ¡resultan cada día menos numerosas! Y si en mi vida conocí a alguien que fuera modelo arquetípico dentro de tal clase de personas, ella fue sin lugar a dudas Ana Vinocur. Cada vez que una persona como ella muere, se apaga una luz. Y el hecho no sólo tiene que ver con una familia, con unos amigos, ni con mucha gente que conociera o admirase a quién se ha ido. Ni tan siquiera se restringe a los límites de una comunidad o un país. Cada vez que una persona así se nos va, la humanidad entera pierde. Porque en este mundo, universo posmoderno proclive a la sombra, las luces que alumbran y dan esperanza o aliento son cada vez más escasas. Son luces que agonizan.
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