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La Catedral
* Fernando Quiroga |
Escena típica donde las haya: cuando se acaban los ensayos y representaciones de Brundibar, nos reunimos unos cuantos en un restaurante a charlar sobre las cosas que han pasado.
El director cuenta que un niño-mafaldito se le plantó delante un día diciéndole que "me darás la entrada no, Jordi?"
También cuenta que una mafaldita le enseñó el reloj diciéndole que "faltan 20 minutos para que se acabe el ensayo, como es que terminamos
antes?"
Las anécdotas fluyen, está el director de la Joven Orquesta Nacional de Catalunya que dirigió hace unos años Brundibar, y que llegaba a la casa estirándose los pelos porque los guitarristas no sabían leer el cifrado americano y se perdían (por suerte yo no había intervenido es esa representación).
La directora del conservatorio está sentada al lado mío y se desternilla de risa con las anécdotas.
De golpe parece que hubiera entrado en una catedral, con las ilustraciones que se ven en las paredes laterales, epopeyas de obras representadas en diferentes lugares de España.
Y les toca a los críticos: anécdotas de críticas de conciertos que aparecieron publicadas cuando el concierto no se celebró, porque el músico perdió el avión o se enfermó.
Críticos que hicieron la crónica de una obra que se cambió, y que se comentan a mandíbula batiente.
Y la mejor de todas: el crítico de un importante diario barcelonés que se dormía en los conciertos, y cuando el público estaba a punto de aplaudir la mujer le pegaba un codazo en las costillas para que se levantara y aplaudiera él también, como si hubiera escuchado alguna cosa.
Un día, éste señor estaba en un casamiento en la catedral de Barcelona, allí, como de costumbre, se durmió, cuando se terminó la ceremonia y la novia ya pasaba por donde él estaba sentado, su mujer le dio el consabido codazo en las costillas.
El buen hombre se levantó a los aplausos en medio de la catedral más grandiosa de Catalunya, y sumió a parientes y amigos en el más espantoso bochorno.
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