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El peligro de una nueva
moneda global de reserva
por James Dorn
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Un tema que se ha discutido últimamente es el futuro del dólar como una moneda de reserva internacional. La crisis financiera global, la cual comenzó con la crisis de hipotecas subprime en EE.UU., ha erosionado la confianza en el dólar como ancla para pagos internacionales. Además, los grandes déficits fiscales de la administración Obama podrían añadirle más de $10 billones a la deuda del gobierno estadounidense a lo largo de la próxima década—sin olvidar los billones en deuda implícita por concepto de seguridad social y Medicare.
La bomba de la deuda estadounidense constituye un riesgo creciente para China y otros países que tienen grandes cantidades de reservas extranjeras en activos denominados en dólares, principalmente bonos del gobierno estadounidense. Si los bancos centrales extranjeros están menos dispuestos a financiar a Washington, la Reserva Federal podría ser el comprador de primera instancia.
Recurrir a la imprenta de billetes para hacerle frente a la nueva deuda generaría expectativas inflacionarias. Si la presión política previene que la Fed absorba rápidamente el exceso de liquidez, el poder de compra del dólar caería drásticamente—y todos aquellos que tienen deudas en dólares sufrirían una pérdida neta de riqueza. China, con casi $2 billones de reservas extranjeras, sería el principal perdedor si EE.UU. fuese a utilizar la inflación para reducir la carga real de su deuda. Es por esto que, por primera vez, los líderes chinos están expresando públicamente su preocupación acerca del futuro del dólar como una moneda de reserva.
En un discurso en marzo—ahora ampliamente citado—el gobernador del Banco del Pueblo Chino, Zhou Xiachuan, formuló una pregunta fundamental: “¿Qué tipo de moneda internacional de reserva necesitamos para asegurar la estabilidad financiera global y facilitar el crecimiento económico mundial?” El Dr. Zhou señaló “las fallas institucionales” en el actual sistema financiero global y argumentó que la reforma debe crear “una moneda internacional de reserva con un valor estable, una emisión basada en reglas, y una oferta administrable”. Su recomendación específica era expandir el uso de los Derechos Especiales de Giro, o DEG, una moneda sintética creada por el Fondo Monetario Internacional en 1969.
Actualmente, el valor de un DEG es determinado por una canasta de monedas claves (el dólar, el euro, el yen y la libra). Los DEGs no son aceptados para realizar transacciones, y son una fracción diminuta del total de las reservas. Crear una moneda global de reserva bajo la dirección del FMI no resolvería el problema de fondo: la falta de un ancla en un mundo de dinero fiduciario.
El problema fundamental con el tal llamado sistema monetario global moderno es que el dólar es dinero fiduciario a discreción del Estado. La Reserva Federal no sigue un principio de convertibilidad ni tampoco una regla monetaria que la comprometería con un solo objetivo—la estabilidad de los precios a largo plazo. A ningún funcionario público se le ha hecho rendir cuentas por la tendencia al alza en el nivel de los precios de EE.UU. desde que el presidente Richard Nixon cerró la ventana del oro en agosto de 1971.
Lo que este debate ignora es la idea que, si los tipos de cambio fuesen libres de moverse de acuerdo a las fuerzas del mercado, no habría necesidad de acumular reservas de divisas para anclar los tipos de cambio. Una Reserva Federal sujeta a reglas controlaría la oferta de dólares para asegurar una unidad monetaria con valor estable en términos de bienes, mientras que el valor del tipo de cambio del dólar se liberaría a las fuerzas del mercado. China, mientras tanto, no se tendría que preocupar del poder de compra del dólar porque su banco central no estaría manteniendo reservas oficiales para anclar el valor del yuan.
El peligro de los sucesos actuales es que si el mundo se mueve a una moneda de reserva “súper soberana” diseñada por expertos, tales como aquellos que conforman “La Comisión de Expertos de la ONU” liderados por el Premio Nóbel Joseph Stiglitz, renunciaríamos a la posibilidad de un orden espontáneo de dinero y a una armonía financiera y aceptaríamos un orden centralmente planificado y la politización del dinero.
Tal cambio de régimen pondría en peligro no solamente el valor a futuro del dinero pero, más importante todavía, nuestra libertad y prosperidad.
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