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La encrucijada
por Marcelo Ostria Trigo (Perfil)
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Muchas veces Bolivia vivió momentos difíciles. Los ciento ochenta y tres años de vida independiente fueron duros; marcaron nuestra historia atormentada, dolorosa y, hasta ahora, incomprendida. Hubo -y aún existen- esfuerzos notables para explicarnos esta construcción de nación diversa y complicada, con gravísimos problemas; fuimos durante mucho tiempo el país de las revoluciones, de los cuartelazos, de los golpes de mano para la toma del poder. Con el afán de saber cómo hemos llegado hasta aquí, hasta este siglo XXI, nos acercamos a la visión de Charles Arnade, el de “La dramática insurgencia de Bolivia”, y los que piensan que no tenemos remedio repasan casi a escondidas las páginas de “Pueblo enfermo” de Alcides Arguedas.
Nosotros mismos somos los responsables de la imagen de “encuevados” y de “proyecto frustrado”. Las causas son recurrentes: caudillos bárbaros, tiranos y dictadores ignorantes y demagogos y, ahora, un curioso experimento populista que deambula entre el indigenismo racista y el extremismo de los nostálgicos de la izquierda. Es el populismo que ahora sigue estrategias para inducir la crispación de la ciudadanía y sembrar el miedo y la incertidumbre. Esto se agrava cuando en el oficialismo hay vicios mayores como la corrupción, la violencia, el atropello a las leyes, el engaño, la prepotencia y, al fin, la negación de las libertades democráticas. Peor aún si en este clima sombrío de autocracia cerril, nace el mesianismo y las utopías de los dictadores que buscan eternidad.
En los experimentos “de avanzada” o “populares” -siempre en nombre de una revolución- se enseñorean el sectarismo secante y las prácticas arbitrarias. La “democracia del cero votos” fue en los años cincuenta y, ahora, el fraude, burdo y expuesto cin desenfado. Y no faltan las actitudes teatrales: disfraces, ceremonias alteradas, innovaciones malsanas y el endiosamiento al líder. Recuérdese al dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo que se hacía llamar "Benefactor de la Patria y Padre la Patria Nueva". Pero todo montaje -fraude electoral incluido- se agota y, a medida de que se estructura una previsible oposición y la resistencia ciudadana, las contradicciones son cada vez más acerbas y peligrosas.
Todo es válido para el que se enseñorea en el gobierno, hasta una ridícula huelga de hambre presidencial. Y cuando las crisis se van haciendo más agudas, la respuesta es simple: mayor represión y denodados esfuerzos para anular a los opositores y disidentes. Y una manera para ello es, como en el caso boliviano, insistir en elecciones, pero con fraude manifiesto y cínico.
Cuando la autocracia se ve cercada por sus propias tropelías, salen a relucir las medidas desesperadas. Y, con esto, viene el desaliento y la división, especialmente de los que pierden el favor de la cúpula gobernante. Entonces todo vale, desde el engaño hasta la prepotente persecución -en Bolivia ya tiene la forma de ilegal acoso judicial. Entonces también arrecia, con mayor impudicia, la bravata de los jerarcas, junto con la prepotencia y los abusos recurrentes.
Lo que acaba de suceder en el congreso con la ley electoral, muestra que el populismo del MAS ha comenzado su camino descendente. Está desesperado por ganar, aun con el escamoteo, las elecciones de diciembre próximo. Pero, “…elecciones no es sinónimo de democracia, es un requisito, es la forma, es el procedimiento. Pero no la define, la hace posible. Es el requisito necesario, pero no suficiente” (Constanza Mazzina). Y vaya cómo el MAS desnaturalizó su triunfo electoral de diciembre de 2005.
Quizá comience también un periodo más duro y más arbitrario. Es la encrucijada del proyecto populista ya agotado. Después, costará años, sino décadas, reconstruir y recobrar la confianza.
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