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¡Socorro!
por María Zaldivar
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No me asusta de lo que son capaces los peronistas, sino de lo que no es capaz la oposición. Mientras grandes sectores de la sociedad perciben con claridad la inminencia del riesgo institucional que sobrevuela a la Argentina, los políticos que debieran enfrentar el lunático rumbo oficial no hacen otra cosa que recular en pantuflas con la boca abierta de sorpresa. Porque los Kirchner siempre los sorprenden con una movida temeraria que no contempla límites ni consecuencias. Ellos juegan a todo o nada mientras los otros no juegan a nada.
La última barbaridad que nos revolearon fue el adelantamiento de las elecciones, sostenida en argumentos insostenibles, chorreando incoherencias y contradicciones, en boca de una presidenta pintarrajeada hasta el mamarracho ratificando monolítica coherencia entre el continente y el contenido.
Quienes dicen que “el hábito no hace al monje” se equivocan y mucho. El hábito es el monje. Y lo que vemos de Cristina es ella misma con sus hábitos. Los cachetes inflados de rellenos estéticos antiestéticos, la cara revocada a la brocha, el pelo tan artificial como la sonrisa; los florones y la sobrecarga de alhajas. Con una receta personal de excesos para sí misma ¿por qué habría de ser sobria y moderada en las cuestiones de estado? Si su mal gusto no encuentra límites en el ser ¿por qué deberían encontrarlos sus desatinos verbales? Si desaira a huéspedes y anfitriones ¿habría que sospechar que reserva los buenos modales para el mercado local o es más lógico deducir que los desconoce? Y, finalmente, si hace casi treinta años que comparte su suerte con Néstor Kirchner, ¿quién podrá suponer que no son prácticamente, una confusión genética?
Lo que espanta, entonces, no es toda esa exaltación bizarra del medio pelo argentino que el peronismo como nadie ha encaramado en la cúspide de la pirámide, sino la parálisis de los otros que un día optaron por subirse al ring ¿qué les pasa que no reaccionan?
A los radicales, por lo menos, se los ve portando un mediomundo que empieza a conseguir cierto reclutamiento de los propios despojos mortales de aquella diáspora partidaria con la que pagaron el experimento de la alianza con el peronismo “disidente”. Hilachas de viejas y antagónicas líneas internas comienzan a sumarse, tardías y escasas.
Lo del macrismo es pavoroso. Son la tercera posición, los que con voz firme y recia se definen sin claudicaciones ni medias tintas; “lo más probable es que quién sabe” dicen ante cada definición que les impone la realidad política. Se parecen a la Cancillería argentina que, cuando carece de instrucciones precisas sobre los temas, opta por abstenerse. Los macristas el viernes volvieron a abstenerse en esa suerte de ensalada ideológica que les dio vida y que ahora se las está sacando.
Nadie parece interpretar la genial perversidad del peronismo que siempre inventa un “peronismo disiente” que enamora a algún amateur de la política para luego fagocitárselo y seguir reinando tras haber incorporado los glóbulos rojos del circunstancial aliado mientras se deshace del circunstancial aliado y del mote de “disidente” y mutar, simplemente, a peronismo a secas. A ver si lo entiende la dirigencia política berreta y mal preparada que tenemos en cargos inmerecidos para sus inexistentes convicciones filosóficas y raquíticas habilidades partidarias: el peronismo es siempre peronismo. ¡Déjenlos pelearse y amigarse entre ellos pero no colaboren con sus obcenidades y dejen de embarcar a almas de buena voluntad hacia un naufragio seguro!
El “domingo siete” con el que salió el tatuado Francisco de Narváez (que ostenta con orgullo casualmente, una víbora en su cuello) acompañando a los Kirchner en esta última grosería cívica es otra prueba de una genética inmodificable que venceremos sólo cuando la oposición, el día que exista, convoque a escuchar más a Borges (“Los peronistas no son ni buenos ni malos; son incorregibles”) que a Rodríguez Larreta.
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