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Mujica, en el Más Allá…
por Fernando Pintos
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No se conocen muy bien todavía las causas, pero lo cierto es que, ¡en plena campaña electorera!, viene Mujica y, para no perder la costumbre, hace una de las suyas: tremendo patatús y estiramiento de pata. Quienes presenciaron el siniestro, ahora explican que antes del último resuello, el personaje tartajeó aquella enigmática frase que, en su momento, había dado celebridad a uno de sus grandes referentes, El Tony Pacheco: «¡Lo mejor está por venir!»… Dicho lo cual, lisa y llanamente se murió, para tragedia de unos cuantos y felicidad de muy, muy, muy muchos (dirían las malas lenguas que demasiados). Pero nada de eso es lo más importante en esta deliciosa historia sobrenatural. Resultó que, una vez muerto y manifiestamente tieso el personaje, sucedió lo inevitable… ¡Nadie lo quería recibir en ninguna parte del Más Allá! ¡Todos se negaban a cara de perro! Por supuesto, Dios no lo quería ni por broma en el Paraíso. Pero mucho menos quería verlo en el Purgatorio, donde tantas almas se esfuerzan por mejorar un look más bien ajado, para así ascender a un nivel superior… Y todavía, ¡muchísimo menos lo quería!, Dios, ni tan siquiera merodeando por las cercanías del Limbo, lugar a dónde, es bien sabido, van a parar aquellas tiernas almas infantiles que mueren en inocencia pero sin bautismo… Por otra parte, Satanás tampoco quería saber ni mucho ni poco —más bien nada— con tamaño pedazo de alma en pena. Se había creado, en consecuencia, una de aquellas embarazosas situaciones a las cuales los juristas gustan denominar «vacíos legales». Los relatores deportivos, mucho más locuaces y cancheros (muchas veces también coimeros), alcanzarían a definir tan espinoso asunto con palabras un poco más al alcance del vulgo: «éste es un tremendo impasse», dirían, ensayando al mismo tiempo esa cara de suficiencia inteligente que tan mal suele salirles en cada intento.
Entonces, ante la fuerza de las circunstancias, se tuvieron que juntar Dios y el diablo para ver qué demonios hacer con el tal Mujica. Después de largas y fatigosas negociaciones, llegaron a una decisión en cierta medida salomónica: alojarían al personaje por turnos. Una semana en el Cielo. La siguiente en el Infierno. Después, nuevamente el Cielo. A continuación, otra vez el Infierno… Y así hasta la eternidad. Una vez llegados a ese acuerdo, quedaba por ver a quién le correspondía recibir la estocada inicial. Hicieron un sorteo, tiraron la consabida moneda al aire y… Como no podía ser de otra manera, el damnificado resultó ser el Cielo (ya se sabe lo tramposo que es el diablo). De manera tal, que mandaron llamar al alma en pena aquella, a la cual hasta ese preciso momento tenían haciendo turismo por la Dimensión Desconocida, le comunicaron el acuerdo y la invitaron a pasar su primera semana en el Cielo. Un poco decepcionado, después de que le informaron que en aquel destino no encontraría Internet, y por tanto estaría privado de ver a la Daisy mojada en YouTube, Mujica se encaminó a su primera semana formal en… Digamos el Más Allá.
Y transcurrió, entonces, aquella famosa y discutida primera semana de Mujica en el Cielo. Para decir verdad, a Dios se le antojaba que, en lugar de siete días, el tiempo se había extendido hasta algo así como medio siglo, con incluso algunos días de yapa. Porque, en apenas esa semana, el Cielo (alias Paraíso), que hasta aquel momento había sido destino final de los justos, de los píos, de las almas limpias y puras, de los honestos y los decentes, de los libres de pecado… Así como también el hogar de los santos y santas, los ángeles y arcángeles, los querubines, los serafines y todo el resto de la corte celestial… El Paraíso (alias Cielo), que desde la Creación había sido un lugar de luz, de paz, de tranquilidad, de limpieza, de pureza, de belleza… ¡Se había convertido, de la noche a la mañana, en un tremendo e insoportable relajo! Timba a todas horas y por todas partes; carreras de caballos, de galgos, de cucarachas o de cuanto bicho con patas pudiera conseguirse; santos varones tomando apuestas clandestinas para quinielas o peleas de gallos; borracheras salvajes con orgías incluidas; banquetes pantagruélicos con porno-shows de hard sex; los ruidos más estridentes e irritantes a cualquier hora; musiquetas latosas y estúpidas, escandalizando sin pausas; publicidad chatarra por todas partes; eslóganes revolucionarios en casi todas las paredes; efigies del Che Vergara (¡Perdón! ¡Guevara!) regadas por dónde uno pudiese mirar; santas pintarrajeadas y prostituidas en cada esquina; santos de altar exhibiendo un lenguaje soez que con razón hubiera hecho ruborizar al Caníbal de Rotemburgo; los ángeles, todos mugrientos y desaliñados, desatendiendo sus actividades para jugar fútbol y terminar cada uno de los partidos con grescas descomunales; aquellos ascetas que alcanzaron santidad en los desiertos, persiguiendo ahora a querubines y serafines con manifiesta pretensión pedofílica… ¡Y algunas otras yerbas por el estilo! Resumido en tres palabras: un verdadero espanto. Por eso, cuando Mujica se largó a pasar su semana de rigor en el Infierno, no sólo Dios, sino también San Pedro y demás autoridades del Cielo respiran con alivio… Y de inmediato pusieron manos a la tarea de reparar los daños incontables provocados por la permanencia del «ilustre huésped»… Aunque, en las airadas y textuales palabras de San Pedro, «más ilustres habrán sido las pelotas del cura de la Unión». Intermedio, entonces.
Pasó con rapidez la semana aquella de paz en el Paraíso. Y fue acelerada no sólo porque las cosas buenas duran lo que un suspiro, sino también debido a que había demasiados daños que reparar por todos lados. Dios meditaba, preocupado, que mejor le hubiera venido al Cielo un tsunami, ¡de aquéllos!, antes que la presencia de aquel innombrable que todos sabemos… ¡Pero se acercaba el día fatal en que Mujica tenía que retornar, con todas sus mañas a cuestas! Y Dios comenzaba a enfermarse por la preocupación. La víspera del tan esperado como temido acontecimiento, San Pedro se acercó tímidamente a Dios y le recordó, con un hilo de voz entrecortada: «…Señor… Tengo que recordarte que, precisamente mañana, tiene que volver aquél que te jedi…». Dios, que estaba de muy mal humor a esas alturas, le contestó literalmente tronando: «¡Y qué puedo hacer Yo frente a eso! ¡Un acuerdo es un acuerdo! ¡Desgraciadamente, tengo que cumplirlo! A ver, ¿qué te parece que debería hacer ahora?». Siempre apocado y casi inaudible, San Pedro se atrevió a decirle: «Recuerda, Señor, que te corresponde llamar al Infierno para que preparen el traslado del sujeto de marras…¡Por no decir marrano!». Tras asentir con iracundia, El Señor se fue, entre rayos, truenos, centellas y alguna que otra palabreja irrepetible, a buscar el teléfono para cumplir de inmediato con su penoso deber. Llegó, levantó el tubo, marcó el número del Infierno… Y sonó… Y sonó… Y siguió sonando… Pero nadie atendía. «¡Qué extraño!», pensó Dios. «Siempre atienden el teléfono del Infierno al instante. Es que ese Satanás sí que los tiene bien aleccionados… No como aquí, donde con el cuento de la bondad, la democracia y todo lo demás, viven haciéndose los locos…». El teléfono seguía sonando. Y seguía sonando. Y seguía. Después de un largo rato, alguien levantó el teléfono del otro lado. La voz sonaba impertinente y malhumorada. «Esto es el Infierno, ¿quién carajos llama a esta hora?». Reprimiendo su disgusto, El Señor contestó: «¡Aquí le está hablando Dios en persona, desde el Paraíso!». La voz del Infierno seguía sonando desagradable, o sea, chabacana, descarada, descocada, etcétera, al contestar: «Ah, sí… ¿Y qué es lo que quiere, camarada?». Ahora, Dios estuvo a punto de echar truenos, pero reprimiéndose, contestó entre apenas vientos huracanados: «¡Quiero hablar con el Demonio! ¡Y me lo comunica ahora mismo!». Del otro lado se escuchó un incómodo carraspeo. Se hizo un silencio incómodo, cargado de presagios oscuros. Se escuchó otro carraspeo más, verdaderamente incómodo. Más silencio y, al fin, la misma voz, pero ahora vacilante y confundida, que preguntaba: «…Perdone, Don Tata Dios… Pero… ¿Con cuál de los dos?».
© Fernando Pintos para Informe Uruguay
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