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El Estado benefactor y paternalista
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por Alvaro Kröger |
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Existe un punto que provoca fuertes discrepancias entre Estado y privados: los roles. En un nuevo orden, cuando el Estado empieza a transferir funciones al mercado, inevitablemente provoca situaciones de marginalidad y desprotección de los sectores más necesitados de la sociedad. El Estado como canal de la solidaridad social ha demostrado una brutal ineficiencia e ineficacia porque la mayor parte de los recursos destinados a la protección de dichos sectores son mal aplicados y atrapados en la misma burocracia estatal. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el mercado no tiene mecanismos de protección social y la sociedad civil no puede enfrentar éste problema.
Inevitablemente, por el contrario a la creencia común, es al Estado a quién le corresponde asumir el rol protagónico, pero con una óptica y una lógica diferentes.
La situación actual es de total inoperancia y tremendamente injusta. A los sectores más necesitados de la sociedad sólo se les brinda un pobre e indigno servicio, sin que los destinatarios sean conscientes de la situación. Todo ello es parte de una perversa cultura nacional y lo más dramático es que somos parte de esa cultura. Quienes asumen esa postura facilista ven la solución sólo mediante un incremento presupuestal. "Si les diésemos más dinero a la educación (salud o seguridad) no pasarían ésas cosas" dicen los populistas vernáculos, pero frente a la situación planteada, si se aumentan las partidas como única medida, una parte muy importante del incremento "desaparecería" en su momento. De ésta cultura participan también los funcionarios públicos, que suman su cuota parte de mal trato al usuario y a veces casos de malversación de fondos y/o bienes públicos que luego defienden a ultranza frente a las hordas privatizadoras. Son partícipes los gobernantes; ellos tienen en sus manos la posibilidad de tomar medidas para que la administración de ésos servicios se realice con una eficiente aplicación de los recursos disponibles que, no son tan escasos como generalmente se cree. En la mayor parte de aquellos servicios sociales destinados a los sectores carenciados de la sociedad, estamos frente a un triste ejemplo en el cual se combinan el presupuesto bajo y la mala administración, con la dilapidación de los recursos que los contribuyentes pensábamos que se aplicaban para solucionar factores de inequidad social.
La situación actual demuestra que la tan mentada solidaridad social de la cual nos enorgullecemos los uruguayos no es tal; toda la sociedad aporta para que los sectores más necesitados cuente, como los demás sectores, con servicios dignos y efectivos, pero la cruda realidad es que ese aporte se pierde en el agujero negro de una burocracia estatal ineficiente y corrupta. Es aquí donde se patentiza la ruptura del viejo Estado paternalista y benefactor, que termina siendo esencialmente injusto y en absoluto solidario.
Sobre éstas bases muchos se han subido al carro y piensan que se debe minimizar el costo de la ayuda social, que es parte muy importante de la ecuación del "costo-Estado", que limita severamente nuestra productividad. Son quienes afirman que estamos frente a la muerte del "Estado benefactor". Sin embargo, aquí estamos frente a un silogismo inverso: un Estado paternalista y voluntarista no es de modo alguno un Estado benefactor, aunque éste se comporte de forma voluntarista y sea un pésimo padre de familia. Pero, ¿que debe pretender el Estado si no es la búsqueda continua de la felicidad y el bienestar de la gente? El rol de benefactor es inherente al concepto de "Estado", otro asunto es si lo hace bien o mal. Cómo ocurre a nivel familiar, un padre sobreprotector, que intenta guiar todos los pasos de sus hijos, que oculta sus errores, que los encierra en su casa para que no los contamine el exterior, que dice lo que se debe hacer frente a cada una de las situaciones y que complace todos y cada uno de sus caprichos, seguramente va a producir hijos insatisfechos, infelices, incapaces de adaptarse al medio y muy posiblemente les vaya terriblemente mal en la vida. Por el contrario hay padres que buscan el beneficio para sus hijos dándoles una buena educación, orientándolos sobre las mejores maneras de actuar frente a la vida, alertándolos de los peligros sin intervenir en las acciones para que experimenten por sí mismos, dándoles criterios y herramientas para que puedan decidir en cada caso. Estos seguramente serán emprendedores, libres y exitosos.
¿Porque el Estado no copia de la vida cotidiana algo tan elemental? No lo hace por el simple hecho de que al igual que muchos padres es vencido por la inercia y el sentido de sobreprotección, aún si llega a racionalizar el problema. Es así que con las mejores intenciones se cometen los peores errores (ergo, el IRPF) y las peores injusticias (ídem). Hoy, el que fuera el vector más importante para la integración social, cumple un rol desintegrador, permitiendo una larga lista de errores e injusticias sociales.
Ya que se copian tantas estupideces del exterior, bueno sería que se copiara éste ejemplo descrito más arriba, que no hace falta mucha energía para conseguirlo. Basta mirar un poco a amigos y conocidos.
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