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Año IV - Nº 247
Uruguay, 17 de agosto del 2007
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Y ahora ¿Qué hacemos?

por José Luis Milia
 
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            Salvo que Dios nuestro Señor decida otra cosa, diluvio o lluvia de fuego mediante, Botnia en un mes comenzará a producir.

            Pocos son los actores que en este extravagante vodevil – que por lo que duró en cartelera algunos lo considerarían un éxito - quedarán ilesos, pero dos saldrán heridos de gravedad. Uno de ellos es el que, disfrazado de estadista, entró a paso de carga sin saber donde se metía y al que nunca, ni sus empleados ni su prepotencia, le posibilitaron una salida elegante. Es que uno se puede jugar de macho de conventillo con las Fuerzas Armadas, ya que sus jefes están tan devaluados que ni los soldados rasos los respetan, o reírse de los figurones que integran la “oposición política”, o tratar como lacayos a los industriales de la UIA, pero de ahí a creer que el presidente de un País - que sí es un País en serio - por el mero hecho que le dieran una mano para ganar las elecciones les había firmado un pagaré, ronda la estupidez.

            Los otros que tampoco saldrán indemnes serán los asambleístas de Gualeguaychú. Ellos, azuzados por algunos que ahora han hecho mutis por el foro, han llevado las cosas a tal extremo que solo bombardear la pastera les alivianaría la pesada mochila que han arrastrado en este ríspido camino que eligieron. La cosa empezó con algún pícaro, de esos que sobran en Argentina, que los convenció que cortando en verano los puentes harían colapsar el turismo, y por ende, la economía uruguaya.

 
Comentario de Luis Anastasía
   

            Es probable que en el verano pasado Punta del Este no se haya llenado de argentinos como en otras épocas - lo cual desde un cierto punto de vista no es malo - pero no porque les arredraran los cortes sino porque el cambio no los favorecía. Como contrapartida a Uruguay llegaron turistas de otros lados para suplir la falta argentina. Pocas veces hemos visto una Punta tan cosmopolita y, valga el término, tan “extranjera”.

            No obstante, creyendo en lo que les contaban persistieron en usar a la Constitución Nacional como papel higiénico, y, gracias a ellos, una empresa naviera de bandera uruguaya ganó plata como nunca trasladando en masa a argentinos poco dispuestos a perder sus vacaciones. Porque nosotros somos asi, podemos firmar manifiestos y solicitadas “ambientalistas” a dos manos y días después disfrutar el sol de La Barra, y depositar, mucho o poco, eso ya no tiene importancia, nuestros óbolos en bolsillos uruguayos.

            En realidad, el golpe económico fue para la propia Gualeguaychú. Dejaron de pasar los autos que, rumbo al este, hacían su última carga de nafta o gas oil y paraban para comer o comprar lo que les faltaba o se habían olvidado porque sabían que del otro lado del río Uruguay las cosas costaban el triple. Pero también dejaron de venir los uruguayos que cargaban combustible barato, que eran la delicia de los supermercados, almacenes y tiendas de Gualeguaychú, y que, además, se hacían atender en sus hospitales y sanatorios y no por medio de obras sociales precisamente.

            De lo que se perdió de ganar, se puede calcular escuchando las quejas de los comerciantes del lugar, y estas por lo bajo, porque en este espiral de apasionamiento la cordura desapareció hace mucho y el miedo se enseñoreó de la ciudad. Entonces, según cuentan, empezaron los aprietes y amenazas contra todo aquel que disentía con la posición “mayoritaria” de los asambleístas y Gualeguaychú ha quedado, en lo profundo, dividida.

            Obsesionados en su intransigencia pero también ahítos de soberbia no supieron o no quisieron darse cuenta que eran usados (Ginés González García los hubiera puesto como emblema de alguna de sus campañas profilácticas), y su obcecación, sumada a la ineptitud de la cancillería, le posibilitó a la Argentina el peor papelón jurídico de su historia. Han sido pasto de politiqueros que para conformarlos hicieron votar leyes que terminaron de agredir económicamente a Entre Rios - prohibición de venta de madera e insumos a Botnia - mientras los forestadores de Misiones y Corrientes piensan ya en los negocios que van a hacer.

            Para apaciguarlos, les regalaron la Secretaría de Medio Ambiente, secretaría que, lamentablemente, nunca sirvió para nada en la Argentina, dejándola en manos de una de los suyos que nunca hizo nada, ni por Gualeguaychú ni por nadie, excepto darle conchabo a cuanto pariente o amigo apareciera y viajar en primera a cuanto lugar le permitieran.

            Se desgañitaron frente a las embajadas de Uruguay y Finlandia sin saber, o sin querer saber que el apoyo del resto de los argentinos se limitaba a un tibio aplauso y que cada vez les importaba menos el problema de Gualeguaychú. Que la chimenea de Botnia era construida por una empresa argentina, que un buen porcentaje del cemento, hierros y demás materiales usados en la construcción, triangulados según dicen, eran argentinos y que empresas argentinas han firmado excelentes contratos para provisión de materias primas y servicios de mantenimiento.

            Y ahora, la vida seguirá, pero con Botnia funcionando. Duro camino para un pueblo que fue empujado a extremos que nunca se debieron alcanzar, y al que lo han abandonado. Pueblo que hoy se da cuenta que el tema fue mal planteado y peor manejado, que la ambición política de unos pocos y el deseo de revancha de los que se perdieron el negocio de este lado del río les metió en la cabeza un futuro de calamidades - cosa que jamás pudieron probar técnicamente - y que el director de escena, Greenpeace, aprovechó algún tumulto para desaparecer.

Fuente: La Historia Paralela

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