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La Argentina frente a las consecuencias de la crisis
por Manuel A. Solanet
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Hay abundantes evidencias de que aquello que pudo limitarse a una fuerte turbulencia financiera, adquirió una profundidad y magnitud tales que inevitablemente se continuará con una crisis recesiva de amplio alcance internacional. Las proyecciones de crecimiento de todos los países están siendo revisadas fuertemente hacia abajo y la información sobre la producción industrial ya muestra caídas en prácticamente todas las naciones desarrolladas. La característica más destructiva de la crisis financiera no fue la pérdida de valor de las acciones y bonos, por cierto muy dolorosa para sus poseedores, sino la destrucción del crédito. Quienes prestaron dinero están realizando todos los esfuerzos por recuperarlo y quienes pueden prestar, ahora exigen tasas de interés mucho más elevadas y aún así se resisten a dar crédito. Es lo que se llama el credit crunch. El efecto es como quitarle el oxígeno a un enfermo o dejar de ponerle combustible a la locomotora. Rápidamente se ha reducido la demanda de automóviles, viviendas, electrodomésticos, el uso de tarjetas de crédito y todo lo que se compre en cuotas. Por otro lado se paralizan inversiones que ya no están en condiciones de producir un retorno que iguale el mayor costo del capital. Inevitablemente bajan las ventas y lo que hasta hace poco funcionaba como círculos virtuosos, comienza a autoalimentarse hacia abajo configurando círculos viciosos. Las empresas suspenden o despiden personal, hay menores ingresos tanto en sueldos como por rentas empresarias, por ello se gasta menos y así sucesivamente. Este es el proceso característico de los ciclos depresivos, que tradicionalmente los gobiernos atacan con políticas keynesianas, como el aumento del gasto público, la reducción de la tasa de interés y eventualmente la devaluación de la moneda. Tratan así de neutralizar las fuerzas recesivas y cortar los círculos viciosos hasta que se retome la confianza para prestar, consumir e invertir nuevamente. Lo conveniente y recomendable es que durante los períodos de auge y crecimiento se preparen las condiciones para actuar con la mayor presteza cuando llegue el momento de la crisis. Por ejemplo, la acumulación de un fondo anticíclico con los excedentes fiscales, o el logro de una moneda apreciada para que una devaluación posterior tenga la menor repercusión posible sobre los precios internos.
¿En qué situación está el gobierno argentino y qué puede hacer hoy? Está peor que el gobierno chileno que constituyó un fondo anticíclico, o que el gobierno brasileño que acumuló importantes reservas internacionales al mismo tiempo que revaluaba su moneda y de esa forma contó con un margen amplio para corregir ahora.
Nuestro país gozó del más favorable viento a favor internacional permitiendo incrementar fenomenalmente los ingresos fiscales, pero en vez de ahorrar en un fondo anticíclico el gobierno aumentó el gasto público en el orden nacional y provincial a niveles inconcebibles. Hoy se pagan subsidios que duplican la partida de salarios; los empleados públicos superan en un 25% a los que había en 2001, y se gasta ineficientemente con filtraciones non sanctas por todos lados. Las reservas internacionales se adquirieron con emisión, manteniendo un tipo de cambio artificialmente alto. Cuando esa emisión se hizo inflacionaria, el Banco Central debió absorber la moneda excedente mediante letras, cuyo stock equivale hoy a la mitad de las reservas. El saldo neto solo cubre el 75% de la moneda en circulación. Una situación nada prudente en este clima de turbulencia financiera y de temores por doquier.
La caída de los precios agrícolas y la probable recesión invalidan las previsiones presupuestarias. Habrá que bajar las alícuotas de las retenciones y enfrentar una importante caída de recursos. No habiendo fondo anticíclico ni crédito para un gobierno que ha sabido crear un riesgo país estratosférico, sólo queda el duro camino de actuar estructuralmente para reducir el gasto público. Es el camino inverso de la receta keynesiana. Tampoco parece posible devaluar como lo hicieron nuestros vecinos. Además, sensibilizados por su experiencia histórica, los argentinos siempre están atentos a la menor señal para retirar sus depósitos en pesos y transformarlos en dólares. Si algo se requiere de la política cambiaria del Banco Central, es inmensa prudencia. En definitiva el camino que le queda a nuestro gobierno es el de restablecer la confianza extremando la seriedad y recuperando la seguridad jurídica en el más amplio sentido. Deberá trabajar sobre el gasto público con gran racionalidad y austeridad. Esto no asegura el éxito pero le da una oportunidad. De lo contrario, la manipulación ostentosa de los índices, el congelamiento de precios, el patoterismo internacional de la mano de socios indeseables, y las demás prácticas de estos años, no dejarían chance alguna.
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Fuente: Fundación Futuro Argentino |
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