No Moral, No mercados
La eficiencia no basta
por Samuel Gregg
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“Pocas cosas más son necesarias para llevar a un estado al mayor nivel de opulencia partiendo del más bajo salvajismo que paz, impuestos sencillos y una tolerable administración de la justicia”.
Adam Smith estaba esencialmente en lo correcto cuando describió las condiciones previas necesarias para una amplia prosperidad económica. Pero si la reciente crisis financiera nos enseña algo, ello debe ser lo mucho que el capitalismo de mercado depende de que la mayoría de las personas desarrollen y se adhieran a virtudes morales incontrovertidas.
El mismo Smith entendió siempre esto. Es la razón por la que su famosa Riqueza de las Naciones, de 1776, siempre debe ser leída a la luz de su tratado de 1759, La Teoría de los Sentimientos Morales.
Desde luego, hay muchos factores económicos bajo la crisis financiera, como una política económica relajada, apalancamiento bancario masivo y la implosión de las hipotecas subprime, por no mencionar programas de ingeniería social seguidos por empresas patrocinadas por el gobierno, gigantes al estilo de New Deal, Fannie Mae y Freddie Mac.
No importa que los mercados libres hayan rescatado de la pobreza a literalmente cientos de miles en China e India. Los europeos continentales como el ministro de finanzas en Alemania, Peer Steinbrueck, proclaman en voz alta que “el capitalismo anglo sajón” está “muerto”, al mismo tiempo ignorando totalmente la realidad de que muchas de las economías dirigistas de la UE se dirigen o ya están en recesión.
Una realidad poco discutida es, sin embargo, que la crisis financiera ha sido también causada por amplios deslices morales que se han manifestado ellos mismos tanto en Wall Street como en el ciudadano común. Un ejemplo es el fiasco de las hipotecas subprime. Sabemos ahora que miles de ciudadanos endeudados mintieron sobre su ingreso, activos y pasivos al solicitar préstamos subprime. De la misma manera, los otorgantes de crédito fallaron de la manera más rudimentaria en la verificación de la historia crediticia de la persona.
El descuido también está entre los pecados subyacentes a la presente crisis. Miles de ciudadanos comunes se hipotecaron hasta la empuñadura bajo la poco prudente creencia de que los precios de las casas continuarían elevándose. Mientras tanto en Wall Street, los bancos de inversión se sobre apalancaron ellos mismos, a veces a razones de 30 a 1.
Está también el materialismo rampante que aparentemente ha invadido al ciudadano común y a Wall Street por igual. El frugal, incluso parsimonioso, Adam Smith estaría sorprendido por la mentalidad de “lo quiero todo ahora” que ha ayudado a que la tasa de ahorros en EEUU ronde por el cero desde 2005, la tasa más baja desde los años de la Depresión 1932 y 1933.
Puede argumentarse que la misma mentalidad animó a muchos en Wall Street, ansiosos de engrandecer sus bonos posibles, para vender valores, cegados por el prospecto de ganancias rápidas, que ellos sabían estaban basados en cimientos subprime débiles de ciudadanos comunes. Estas acciones no son ilegales. Sin embargo, nadie se apresuraría a defenderlas éticamente.
Ninguna de estas fallas morales son en sí mismas argumentos concluyentes a favor de reglamentación. Son, sin embargo, demandas populistas que alimentan el retorno de intervenciones fallidas del pasado. Hasta ahora, los partidarios de mercados libres han tratado de impedir presiones de re-regulación recordando a todos las poderosas razones en contra de tales políticas. Pero relativamente pocos, si es que algunos, han examinado las dimensiones morales de la crisis financieras.
Una explicación de este silencio podría ser que algunos de los proponentes del mercado libre han abrazado, dándose cuenta o no, del suave relativismo tan prevalente en las sociedades occidentales y que hace imposible un coherente análisis moral. Puede ser también que muchos de ellos han sido por largo tiempo incapaces de articular argumentos en favor de los mercados libres y la libertad en general más allá de los utilitarios.
Que no haya engaño. El caso moderno a favor del mercado libre —tan trabajosamente desarrollado contra los intervencionistas de todo tipo desde los tiempos de Smith —ha sufrido un retraso de años por causa de la situación de los mercados financieros. Esta misma calamidad, sin embargo, debe recordarnos que si van a ser soltadas las riendas contra la libertad económica por parte de keynesiamos y partidarios del New Deal desde los años 30, entonces las riendas morales de la sociedad requieren una renovación y un fortalecimiento constantes.
En breve, estamos aprendiendo de la manera dura que virtudes como la prudencia, templanza, frugalidad, honestidad y humildad —por no mencionar la voluntad de no hacer a otros lo que no quiero que me hagan a mí— no pueden ser extras opcionales en las comunidades que valoran a la libertad económica.
Si los mercados van a funcionar y se mantienen límites apropiados al poder del gobierno, entonces la sociedad requiere una cantidad sustancial de reservas de capital moral.
Al final de su vida, Adam Smith añadió una sección enteramente nueva, llamada “Del Carácter de la Virtud”, a la sexta y final edición de su Teoría de los Sentimientos Morales. Sus razones para hacerlo son muy debatidas. Pero quizá Smith decidió que mientras atisbaba un mundo en el que la difusión de los mercados libres ya comenzaba a disminuir la pobreza, necesitaba él enfatizar de nuevo la importancia de hábitos morales sólidos en sociedades que aspiran a ser comerciales y civilizadas. Es un consejo que merece atención hoy.
Nota del Editor
Hay otras consideraciones morales importantes, como la que señalé en Créditos Oficiales Crean Pobreza (1 octubre 2007), el desperdicio de dinero por motivos políticos:
La otra manera de dar crédito es la gubernamental y que es muy diferente a la privada por una razón: no es necesario devolverle el dinero prestado a nadie porque proviene de los impuestos o puede ser sustituido por ellos. Consecuentemente la evaluación de riesgos es descuidada y basada en motivos políticos, no financieros. El dinero se da a proyectos que buscan popularidad política... El resultado es un crédito riesgoso e ineficiente… No es solamente que el perdón de deudas cree hábitos de no pago, sino algo peor y que pocos suelen ver: recursos necesarios para crecer son desperdiciados.
Un gran economista, H. Hazlit discutió esta misma idea en su clásico libro; hay un buen resumen de ella en La Empresa Desconocida. Los créditos oficiales dados sin criterios de recuperación son moralmente reprobables en buena parte por el desperdicio de capital que daña a terceros.
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Gentileza de: ContraPeso.info |
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