Los gorriones no cantan&
el salón quedó vacío
Fernando Pintos
Se dice que según una antiquísima tradición hebrea, la mansión de Dios contaba con infinidad de salones. Uno muy especial estaba destinado a las almas y toda vez que nacía un ser humano, el espíritu que le animaba provenía de ese lugar. Y cuando una de aquellas nuevas almas bajaba desde el lugar divino para morar entre los seres mortales, tan sólo los gorriones eran capaces de verla y tal circunstancia explicaba el canto de aquellas aves. Se decía, también, que habría de llegar un día en el cual los gorriones ya no cantarían más, pues sólo existía un número finito de almas en aquel salón que Dios les destinaba& Y cuando la última de ellas bajase a este mundo y el salón quedara irremisiblemente vacío, comenzarían a nacer unos niños sin ánima, presumiblemente muertos en el mismo instante del alumbramiento.
|
 |
En las primeras décadas del siglo antepasado comenzó a gestarse la explosión demográfica sobre este planeta. La Tierra había pasado muchos milenios con una población humana nunca mayor de un centenar de millones de habitantes& Pero a principios del siglo XX recién pasado se llegó a los mil millones. En los años de 1950, ya se había sobrepasado la barrera de los dos mil millones. Y ahora, cuando poco nos falta para completar el primer lustro de este nuevo milenio, hemos sobrepasado con creces los seis mil millones de personas que habitan este mundo& No se necesita ni ser un genio ni recurrir a un moroso recuento de horrores y catástrofes para demostrar que en la pasada centuria las cosas han caminado, para la Humanidad, de patas para arriba. Si hacemos un breve recuento, tenemos como saldo lo siguiente: dos guerras mundiales, el genocidio sistemático de los campos de exterminio y concentración no sólo erigidos por el nazismo, sino también por tantos otros ismos
asesinos, las tiranías comunistas, la guerra fría, las guerras de Corea y Vietnam, las guerrillas en Latinoamérica, las masacres y genocidios en África, la locura fundamentalista islámica, los conflictos de baja intensidad, las revoluciones, la pornografía y obscenidad que campean por sus respetos, y una corrupción incurable que que parece estar corroyendo hasta la médula de infinidad de países en todo el mundo& Nunca, como en este tiempo, ha sido tanto el hombre lobo del mismo hombre. Y con sólo mirar alrededor o ver las noticias con atención, tenemos prueba de la debacle. ¿Podrían tener alma todos aquellos individuos que secuestran por negocio, que toruran a sus víctimas indefensas por deporte y que, una vez cobrado el rescate satisfecho por atribulados familiares, asesinan con la más obscena de las sañas y por el exclusivo placer de hacerlo? Pues Latinoamérica es el paraíso del secuestro, para nuestra vergüenza y oprobio.
Nunca, como ahora, proliferó tanta bajeza en este desdichado mundo que habitamos. La inmoralidad es plato fuerte de cada día y sus dedicados gourmets, los inmorales se han convertido, si no en los héroes, sí en rectores de nuestra época. Jamás se vio, como lo hacemos hoy, a tanto canalla, tantísimo inepto y tales legiones de ambiguos y rastreros personajes, ocupando espacios importantes en todos los ámbitos de la sociedad. Antaño, ser maricón era un oprobio& Ahora, es apenas una preferencia sexual. ¡Y cuidadito con decirles ni pío, porque no es una actitud «políticamente correcta». (De acuerdo con las políticas de quién, ¿de Satanás? ¿De Sodoma y Gomorra? ¿Del conde Drácula?). Encontramos a la mentira entronizada por sistema, al engaño con reiteración proliferando alegremente, a la burla esgrimida como espada de damocles contra los principios, y una multiplicidad de conductas antisociales que parecen convertirse en regla.
Aceptemos que nos toca habitar un mundo sin alma. Un lugar donde los desalmados sobreabundan& Y, a propósito de todo ello, ¿cuánto tiempo hace que usted no ha escuchado el canto de algún gorrión?