En Defensa de la Economía
por Leonardo Girondella Mora
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Ha sido dicho una y otra vez que una buena forma de comprender el tema de la Economía es definirla como el estudio sistemático y ordenado de los incentivos humanos —sin duda esto es mucho mejor que entender a esa ciencia como el estudio de la asignación de recursos finitos a necesidades infinitas. Y quizá aún mejor sería entender a la Economía en un sentido más humano.
Ortega y Gasset, el español de tanta perspicacia, quizá sin quererlo ayudó a comprender mejor ese campo económico de estudio. Si el hombre es él y sus circunstancias —entonces, la persona es ella y lo que le rodea, un territorio de estudio que la Economía ha llamado incentivos: el qué hacer bajo determinadas condiciones para lograr una mejora personal. Si la persona hace algo, lo que sea, ello es debido a que ella piensa que así mejorará.
La hipótesis es absoluta: sería incomprensible que una persona hiciera algo para empeorar su situación —por tanto, lo opuesto debe ser aceptado. Pero cuando algo se hace, ello no se realiza en el vacío, sino dentro de una situación que es concreta y muy específica. Estas acciones humanas son Economía en su más pura expresión.
Un profesor cualquiera dice a sus alumnos que el faltar a clase no alterará la calificación final, mientras que otro dice a los mismos alumnos que quien falte a clase más de tres veces en el semestre no tendrá derecho a examen final —con facilidad puede predecirse qué curso tendrá más alumnos faltantes: los estímulos lo explican sin que se necesite nada más allá de mero sentido común.
Un comerciante cualquiera sabe que su mercancía se venderá más cuando anuncia rebajas que cuando tiene precios normales y que si por alguna razón desea reducir la venta de un artículo que le es difícil reponer, elevando su precio bajará las ventas del mismo. Este es un terreno comúnmente entendido como económico y tiene en común con el anterior, que se trata de incentivos. La persona comprende sus circunstancias específicas y actúa en consecuencia.
Un artículo de Allen R. Sanderson (Incentives, Incentives, Incentives) trata un ejemplo interesante y que algunos tendrán dificultad para comprenderlo como económico —es un ejemplo de deportes. Los Osos de Chicago, el equipo de futbol americano, tiene vendidos todos los boletos de todos los partidos en su estadio. ¿Tiene la administración del equipo incentivos para comprar mejores jugadores? La respuesta está encerrada en esa frase: el hombre y sus circunstancias.
En México, por ejemplo, se ha hablado consistentemente, como en otras partes, sobre la baja calidad de la educación pública —una situación ante la que se han propuesto las soluciones menos prometedoras, como la elevación del presupuesto de educación pública. Los incentivos, la Economía, tienen una mejor propuesta, la de ver los incentivos de los maestros —si su trabajo no depende de su buen desempeño y no pueden ser despedidos, la respuesta es la natural: no vale la pena esforzarse en ser mejor maestro.
El punto de vista económico, entendido en su sentido más amplio, tiene una visión optimista de la naturaleza humana, a la que cree racional —la persona ve a la realidad que le rodea, la entiende y actúa en consecuencia realizando actos que persiguen mejorar su situación. Por supuesto que la persona puede errar en su entendimiento y realizar una acción que la daña y, también, puede seleccionar una acción indebida, como las de los criminales. La Economía, en este sentido, no señala lo bueno o lo malo, se limita a explicar conductas humanas.
Un criminal que selecciona una persona a la que robará su cartera actuará racionalmente —tal vez decida no robar a un grupo de jugadores de los Osos de Chicago, pero sí a un grupo de ancianos que pasean por el mismo callejón poco iluminado. Su acción es reprobable, pero su razonamiento es lógico si persigue mejorar su situación personal. Y aún más: si las probabilidades de su captura son muy bajas, eso estimulará el cometer más robos —no hay incentivos negativos importantes a su profesión.
No sólo existen, por tanto, incentivos positivos —también los hay negativos y todos ellos en conjunto son parte de las circunstancias en las que se actúa y decide. Sanderson usa otro ejemplo, realmente ilustrativo, el de los restaurantes. Estos establecimientos viven de clientes que repiten sus visitas y el número de visitantes crece dependiendo de la calidad de la comida, sus precios y el servicio —por tanto, los propietarios y los meseros tienen incentivos para esmerarse porque de ello depende su ingreso, lo que no es cierto en el caso de los maestros sindicalizados.
Estos y muchos otros casos muestran a la Economía como una ciencia rica en explicaciones y más amplia de lo que puede pensarse —pero además, indican direcciones prometedoras para el entendimiento de la conducta humana como causada por un ser pensante que decide y actúa. Lo que intento evitar es el derivar una visión equivocada y que haría ver a la persona como al perro de Pavlov, el que, condicionado, saliva cada vez que oye una campana —este perro no piensa, pero la persona sí: ella estudia y comprende sus circunstancias para decidir y actuar.
Es posible que la mayor de las pruebas en contra del error al que puede conducir el estudio de los incentivos es la Teoría de los Efectos no Intencionales —si los humanos fuesen capaces de ser condicionados como el perro, los gobiernos y las empresas no tendrían fracasos en sus decisiones: todo lo que haría falta es crear ese condicionamiento. Cuando, por ejemplo en México, se adoptó una política proteccionista que impedía importaciones fue obvio que no se previó una de las consecuencias imprevistas —los mexicanos se convirtieron en compradores de bienes prohibidos cuya demanda fue satisfecha por los contrabandistas: razonaron y actuaron con lógica ante las circunstancias creadas por el gobierno.
Finalmente, quiero hacer algunas consideraciones algo más abstractas. La Economía es una ciencia descriptiva —ella explica la realidad, o mejor expresado, una parte de ella, la conducta humana bajo circunstancias específicas: es algo que se ha expresado como el estudio de las relaciones de intercambio entre personas. Lo hace partiendo del supuesto de una persona pensante y racional, que puede equivocarse, pero que es libre y busca su bienestar definido por ella misma. No tiene un componente moral.
La Economía es en este sentido igual al resto de las ciencias —la Química explica lo que sucede, por ejemplo, al combinar ciertas sustancias que pueden usarse para fabricar una bomba terrorista o una vacuna. La Economía explica la conducta de un criminal, pero también la de un monje. No hay contenidos morales ni éticos en estas ciencias explicativas.
La Moral y la Ética son otras ciencias, diferentes, con el propósito de estudiar lo que debe ser, no lo que es —por eso puede haber conductas económicas morales e inmorales: el monje que compra comida para los pobres y el ladrón que roba un banco razonan de la misma manera económica, pero es obvia la diferencia moral de sus acciones. Con esto quiero ayudar a evitar juicios inválidos que tienden a acusar a la Economía de inmoral —sería lo mismo que decir que la Ingeniería es inmoral. Carece de sentido hacerlo.
En cuanto a las ciencias que tienen como campo de estudio a la conducta humana, apoyo la noción de que la Economía es más prometedora de lo que usualmente se piensa —ella está enfocada a la conducta real y observable, capaz de ser medida y conocida y que no se basa en concepciones mucho menos sólidas, como las psiquiátricas. Tampoco se basa en concepciones más colectivistas, como las de la Sociología, sino que tiene como unidad a las personas vistas una por una. La Economía es más como la Historia, otra ciencia abocada al estudio de la conducta humana concreta, específica y centrada en personas individuales.
Mi intención colateral al escribir esto ha sido el poner en tela de juicio las opiniones que ven a la Economía como una disciplina concentrada en lo material, en recursos que deben ser asignados de manera lógica para lograr maximizar resultados —la distorsión marxista de la Economía en su mundo exclusivamente materialista ha causado un daño terrible, al igual que la inclinación de los economistas a ver agregados que les hacen expertos en matemáticas pero no en conducta humana.
Termino con una invitación al lector, la de intentar entender las conductas humanas como eso de la persona y sus circunstancias —le aseguro una aventura prometedora y de gran diversión intelectual.
Addendum
Me parece que lo anterior deja una duda sobre la definición del bienestar personal y que es definido por la persona de manera personal —ella actúa, dentro de sus circunstancias para alcanzar la felicidad como la ha definido. Puede ser que la haya comprendido como una vida que sucumbe a los más execrables de los placeres, pero puede ser que la haya definido de acuerdo con los más altos ideales. Este es el terreno de la Filosofía, válido y legítimo, destinado a encontrar lo que debe ser la felicidad verdadera del ser humano. El que la definición de felicidad sea un asunto de definición personal no significa apoyar al relativismo moral, como tampoco lo es el afirmar que las personas valoran subjetivamente a los bienes que están a su alcance.
Gentileza de: Contrapeso.Info |
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