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Año V Nro. 395 - Uruguay, 18 de junio del 2010     
 
 
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Nelson Maica C.
Enemigos 2
por Nelson Maica C.
 
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         Seguimos. Otro enemigo de la democracia: El totalitarismo:

         ¿Y que entendemos hoy por totalitarismo? Para los efectos de esta opinión, la existencia de un régimen político según el cual un partido político único, con un líder único, tiene el control y la dirección total de la vida de un pueblo.

El poder del totalitarismo se basa en una manipulación ideológica y en el uso de la fuerza bruta para reprimir. El término fue popularizado por Benito Amilcare Andrea Mussolini (1883 –1945) fue militar, político y dictador italiano. Primer ministro del Reino de Italia con poderes dictatoriales desde 1922 hasta 1943, cuando fue depuesto y encarcelado brevemente. Escapó gracias a la ayuda de la Alemania Nazi, y recibió el cargo de Presidente de la República Social Italiana desde septiembre de 1943 hasta su derrocamiento en 1945, y posterior muerte por ejecución.

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         El partido único supuestamente tiene el monopolio de la ideología oficial (esta por aclararse, aquí, si el PCV desaparece) y responde solo a los deseos del líder y la disciplina interna se impone por medio de comisarios políticos y, a la sociedad, se le impone con el “terror”, por todos los medios que ejecuta la policía secreta y los verdugos voluntarios del régimen.

         El totalitarismo pretende politizar lo cotidiano y la eliminación de la sociedad civil, de sus organizaciones, de todo tipo de pluralismo político.

         ¿Por qué supuestamente durante un tiempo el comunismo se poso en la Urss y otros países?

         Explicaciones a granel. Pero, según muy pocos tratadistas, se le pudiera atribuir, con gran reserva, a la inmensa propaganda desplegada de que perseguía esencialmente un fin justiciero. Un buen engaño.

         Quedo, en la práctica, desmentido totalmente. Incluso lo tenemos enfrente: Cuba y aquí mismo con el supuesto socialismo comunismo del siglo XXI. Nada de justicia por ninguna parte y si mucho de personalismo y caprichismo y sumisión y saqueo y apropiación del bien ajeno. Eso si. Toda una estafa ideológica y práctica.

         ¿Por qué fracasó, en términos generales, el totalitarismo?

         De igual manera muchas explicaciones y, de nuevo, para algunos, porque su finalidad era detentar el poder para, supuestamente, restablecer, en su lugar, cuanto entendían los totalitarios por honor nacional. Aquí, en este país, tenemos una muestra palpable.

         Ahora, bien, las naciones, sus pueblos, pueden ser honorables o no, pero no por el poder que tengan o no. Un pueblo, una nación se pudiera considerar hono­rable si es justa y no lo es si es injusta. Una nación, un pueblo poderoso es temido y quizá envidiado por las naciones, por los pueblos, más débiles. Hay una diferencia entre el honor, por un lado, y el miedo y la envidia por el otro. La mayoría de las veces esta distinción se igno­ra u olvida.

         Es tal vez más que frecuente, como sucede con las personas, que el poder se confunda con la justicia. El poder y la riqueza pueden producir una imitación degradada del honor, una fama si­milar a la que vemos en las secciones de revistas de alta circulación con un titulo parecido a “ricos y famosos”.

         Generalmente las personas a la que se refiere esa frase son famosas porque son ricos, a menudo muy ricos. Saben que es posible comprar la fama y están dispuestos a pagar su precio.

         Las naciones, los pueblos, según algunos, llevan siglos tratando de comprar la fama y unos mas que otros. Co­nocen un medio de obtener la fama adulterada cuando vociferan “honor nacional” y que, casi siempre, consiste en ser militarmente fuertes y capaces de dominar a na­ciones más pequeñas y débiles.

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         Abusar de otros solía ganarles también ese tipo de fama a personas individuales. En las grandes ciudades del mundo, es decir, en la sociedad incivil, o estado de naturaleza, en la cultura de las calles, la fama y el mie­do no se consiguen sólo tratando de ser justos. Se adquieren siendo osten­tosamente rico y lo bastante fuerte como para dominar a otros.

         Se supone que en la comunidad internacional, comunidad de naciones, las mismas prácticas producen resultados similares. Pero no todas las personas están dispuestas a aplaudir la ostentación y los abusos de su gobierno.

         Durante el siglo XX, según hechos, en algunas naciones del planeta con gobiernos democráticos, cuando su ostentación y abusos han sido demasiado obvios, un número suficiente de ciudada­nos se ha opuesto enérgicamente y el gobierno ha tenido que desistir, al menos, temporalmente.

         Muy diferente ha sido el comportamiento de los pueblos no gobernados democráticamente, por supuesto, sino por minorías irresponsables, incultas, oligarcas, que se autodenominan con títulos grandilocuentes y frau­dulentos, como por Ej., padre del pueblo, presidente de la revolución, jefe, líder del proceso, jefe del partido, emperador vitalicio, presidente de la junta, duce, Führer, o lo que sea. Todos son títulos espurios y personales, es decir, fueron concedidos por ellos mismos.

Hacemos énfasis, el totalitarismo solo se preocupa del poder, de tener el poder, y de una marcada adulteración del sentido del honor nacional.

         Es como padecer una enfermedad. Es una enfermedad que podría denominarse “poseer el poder como sea”, “el poder es mío, mío”.

         ¿Cómo y el por qué de esa obsesión de detentar el poder?

         Se ha dado con cierta frecuencia en el siglo XX. Infinitas explicaciones. Algunos lo atribuyen a la meteórica expansión de la igualdad después de la Revolución Francesa.

         Otros, como Alexis de Tocqueville en el periodo 1830-1835, (su verdadero nombre era Alexis Henri Charles de Clérel, vizconde de Tocqueville - 1805 - 1859) sostienen que la practica de la democracia pudo crear un vacío entre el pueblo, en donde todos son y/o se suponen iguales, y el gobierno, que, a pesar de ser electo por el pueblo, se convierte en una cúpula que no es igual al pueblo y que, además, detenta un poder amenazador que es usado, la mayoría de las veces, contra el mismo pueblo y para provecho de los funcionarios.

         Durante esa fase supuestamente igualitaria, todos los poderes mediadores (organizaciones civiles) del anterior régimen son destruidos, por el supuesto motivo de que se basan en privilegios tradicionales e inmemo­riales. ¿Han oído últimamente esta frase: “aquí no hay intocables”?

         A Tocqueville comparte eliminar los privilegios, pero explica que esos poderes intermedios (organizaciones civiles) tenían una finalidad, estaban entre el gobierno y el pueblo y se ocupaban de evitar que el poder del gobierno, atropellara, abusara del pueblo, del individuo.

         La gente, los ciudadanos, sin esas organizaciones intermedias quedaban sin protección ante los abusos y/o desviaciones del gobierno, no tenían ante quien acudir y buscar apoyo. Esas organizaciones intermedias eran las mediadoras de la sociedad, protegían a la gente como un gran paraguas.

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         El pueblo que carezca de ellas hoy seguramente permitirá una tiranía fuerte. Recordemos que algunas de las naciones más avanzadas del siglo XX, en determinado momento, tomaron la decisión de deshacerse de tales organizaciones civiles mediadores: Italia y Alemania son los ejemplos más notables, pero no los únicos. La mayoría de los Estados comunistas también han sido totali­tarios.

         En el caso de Alemania, la decisión se tomó a causa de la de­vastación, tanto social como económica, que produjo la derrota de 1918. Los vencedores de esa guerra del siglo XX exi­gieron y se cobraron reparaciones. También se le exigió a Ale­mania que cediese valiosas zonas industriales, que le hubieran ayudado a hacer frente a los pagos que le exigían. El resultado fue que la economía alemana colapso a finales de la década de 1920 y la sociedad fue al caos. En esas circunstancias es quizá comprensible que la nación le pusiera cuidado a un loco que le prometía salvarla del caos y la condujera, de nuevo, a restaurar su honor nacional.

Así, Adolf Hitler (1889-1945) prometió llevar a Alemania a la “tierra prometida”, “al mar de la felicidad”, con una condición: que el Estado tuviera un con­trol total sobre todos los organismos, organizaciones y ciudadanos “Nuestra situación es desesperada y requiere medidas extraordinarias —dijo—. Que todo alemán y toda em­presa, iglesia, club, organización y asociación alemana trabajen juntos para salvamos. Sin excepciones. No puede haberlas o fra­casaremos. Juntos, nada puede detenernos y venceremos”. ¿Se repitió esta historia en Cuba, ahora aquí?

         Alemania, tras 1918, era un Estado democrático, pero la de­mocracia, para Hitler, no era eficiente, vociferaba: “Ved lo blandas y débi­les que se han vuelto todas las democracias del mundo”. Ofreció una alternativa, a la que llamó nacionalsocialismo. Hoy: “antes no había nada aquí”. ¿?

         El nombre no era importante, combinaba varios elementos propagandísticos pero en realidad no significaba casi nada. La organización polí­tica resultante se convirtió en una entidad extremadamente po­derosa en el panorama mundial. Los líderes nacionalsocialistas, o nazis, combinaron la fuerza de todos los ciudadanos y asociaciones privadas alemanas y la convirtieron en una terrorífica “arma” nacional.

         Hitler usaba un símil, convertiría a la nación en una “espada”. ¿Le recuerda algo actual con la espada de Bolívar y América Latina? En la Revolución francesa, Robespierre y Napoleón, por cierto ninguno de los dos fue loco, pero se creyeron ser el pueblo. Hitler pretendió que cada palabra que decía la expresaba el pueblo, el era la nación y, por consiguiente, el era personalmente la “espada nacional”. ¿Alguno cerca? Seguimos en el próximo.

“Los tiranos se rodean de hombres malos porque les gusta ser adulados y ningún hombre de espíritu elevado les adulará”. - Aristóteles (384 AC-322 AC) Filósofo griego.

Caracas, Venezuela, 13/05/2010.

Nelson de Jesús Maica Carvajal, venezolano, natural de San Fernando de Apure, Licenciado en Ciencias Políticas y Administrativas, mención Politologia, egresado de la Universidad Central de Venezuela y del Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional; miembro del Colegio de Politólogos y de la Fundación Venezolana de Ciencias Políticas. Ha prestado servicios en el sector privado y público y actualmente se dedica a la actividad privada y parte de su tiempo a la preparación de futuras publicaciones sobre temas y proposiciones de interés político.

 
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© Raúl Seoane para Informe Uruguay

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