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La nueva Colombia
por Darío Acevedo Carmona - (Perfil) - Medellín/Colombia -
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Ahora si que va tomando una forma más sólida la idea de que es posible un nuevo país, una idea que ha motivado a partidos, movimientos y líderes de diversas orientaciones y desde que el Frente Nacional mostrara signos de desgaste hacia fines de los años setenta. Los indicios de este nuevo país no son obra de un solo gobernante, incluso se ha realizado a pesar de algunos de ellos, tampoco es obra de un partido o liderazgo, si algo había hecho falta en nuestro país era una confluencia entre elites y proyecto. Tampoco es el resultado de unos cuantos años. Me explico, el nuevo país está en gestación desde la crisis del Frente Nacional y la emergencia de una mentalidad de reforma que condujo, en medio de un mar de dificultades, a la búsqueda de un cambio profundo.
En ese largo camino atravesamos el mar y el desierto, encaramos situaciones que nos llevaron a pensar que éramos un país inviable y un estado fallido. No creo necesario entrar en detalles, eso lo tendrán que hacer los investigadores sociales en textos más densos y complejos, por ello me limitaré a mencionar en líneas muy gruesas el decurso de lo que puede dar sustento a que ahora sí y por fin, el país puede enrutarse por sendas de progreso con equidad.
LA VIOLENCIA Y LA PAZ: desde finales de los setenta y en el momento de recambio de las instituciones del Frente Nacional, el país empezó a asumir con seriedad el fenómeno de la persistencia de la violencia política. Con la creación de una Comisión de Paz por parte de Julio César Turbay que nombró al ex presidente Carlos Lleras Restrepo como su director, y, luego, con el inicio de negociaciones oficiales de paz por parte del presidente Belisario Betancourt, se abrió paso a la búsqueda de la superación de la violencia guerrillera. Hoy estamos muy cerca de la paz política en razón de los éxitos de la política de seguridad democrática adelantada por el presidente Alvaro Uribe Vélez. Se puede afirmar que con la desmovilización de los grupos paramilitares y de autodefensa, de los fuertes golpes propinados a las poderosas mafias del narcotráfico y del debilitamiento evidente de las Farc y el Eln, el país puede mirar en el horizonte cercano la posibilidad del silenciamiento total de los fusiles, es decir, de la paz política, del cese de las amenazas al orden establecido, de los sobresaltos causados por el estruendo de las bombas y del llanto ocasionado por los graves hechos contra la vida y los bienes de los ciudadanos. Las fuerzas guerrilleras que aún subsisten no tienen alternativa distinta a negociar en las condiciones honrosas que ofrece este gobierno o arriesgar a la eclosión de lo poco que tienen, es decir, al desmoronamiento total.
Alcanzar la paz política significa para la historia de nuestro país una conquista gigantesca. Significa el entierro de muchos prejuicios y malentendidos como el de que las guerrillas eran invencibles o como el que nos hablaba de un empate militar negativo en el que ninguno de los bandos era capaz de imponerse al otro. También quedaría regada en el camino la hipótesis de una supuesta representación real de los intereses populares en cabeza de las agrupaciones guerrilleras de la cual se desprendía la conclusión taxativa de que si no se hacían las reformas planteadas por ellas no habría nunca paz. Después de 44 años de intentos fallidos, Colombia puede decir que cierra el ciclo de la lucha armada revolucionaria y guerrillera como camino para alcanzar “la liberación nacional y el socialismo”. Quiere esto decir que Colombia tardó 20 años para finiquitar lo que en todo el orbe se había producido como consecuencia del derrumbe del socialismo soviético. Sufrimos las consecuencias de ese anacronismo histórico por dos décadas y ello no tiene sino una explicación: la influencia perniciosa del narcotráfico tanto sobre el conjunto de la sociedad como sobre las guerrillas y muy especialmente sobre las Farc.
Librar las batallas políticas del inmediato futuro será menos azaroso y menos incierto pues al fin habremos encontrado que podemos debatir y pelear por el gobierno sin poner en peligro ni la vida ni los derechos esenciales ni la vigencia de las instituciones. Es realizar un sueño y despertar de una pesadilla. Significa que podemos cambiar los contenidos de la agenda nacional, que ya habrá que pensar en consolidar la paz, en mantener los principios y la metodología que garanticen el mantenimiento de la seguridad democrática, pero sobre todo, que los partidos y movimientos políticos, que la ciudadanía y la sociedad civil podremos pensar en los temas del desarrollo y la equidad, de la democracia y la participación sin tener que enfrentar amenazas violentas. Escribirlo es fácil, todavía debe haber más de un escéptico que se burle de estas reflexiones. Tomará varios años entender que estamos en un nuevo estadio del desarrollo de la vida política, que la violencia política es asunto del pasado y por tanto de la Historia. Las nuevas generaciones oirán hablar de reparación y perdón, de reconciliación y dormirán más tranquilas. Otro tipo de problemas concitarán nuestra atención: el empleo, la cobertura educativa, la equidad, las reformas sociales, la vivienda, la salud pública, la infraestructura, las alianzas comerciales. Lo que siempre sostenían los más sensatos: encarar los problemas sin violencia. ¿Será que nos lo creemos?
LA POLÍTICA Y LAS INSTITUCIONES: El acontecimiento institucional y político más notable de todo este proceso de 30 años fue la expedición de la Constitución Política más democrática de toda nuestra historia en el año 1991. Ahí se sembró una semilla que consignó el mensaje de que era posible que Colombia se reformara y construyera acuerdos entre fuerzas políticas y sociales con intereses diferentes. No fue el único hecho, otros como la elección popular de alcaldes y más adelante la de gobernadores han abierto paso a transformaciones profundas de las prácticas políticas y de recambio de los liderazgos, de resignificación de lo local y regional en la vida nacional y de crisis de los partidos tradicionales. El reformismo, adoptado no sin obstáculos desde fines de los setenta, constituyó una ventana de esperanza para resolver problemas, demandas y aspiraciones, pero también para restarle legitimidad y apoyos a la lucha armada. Por supuesto, no todo es color de rosa en la vida política, aún tenemos graves deficiencias, aún existen prácticas deleznables y vicios que ofenden la dignidad de la democracia, pero no se puede negar que a su vez la opinión y las instituciones tienen herramientas para avanzar en la lucha contra la corrupción política.
Lo que es destacable en la experiencia colombiana es que la conquista de la paz se alcanza, a diferencia de otros países en el mundo y de nuestro continente, sin desmedro de la democracia, al contrario, al calor de su ampliación y consolidación. A pesar de la infiltración sufrida por unidades de la fuerza pública que sucumbieron ante los sobornos de mafias y paramilitares no se puede afirmar que todo el estado o toda la dirigencia del país cayó en la tentación de la respuesta violenta y al margen de la ley a los desafíos de las guerrillas. Si bien la infiltración fue profunda, también es cierto que en la dirección del estado, aún con desaciertos, primó el espíritu de proceder con la fuerza legítima y desde la ley y que es con esas herramientas con las que se ha conquistado la paz nacional. La democracia está vigente, este es un país respetable a ese nivel y de ahí la solidaridad que ha recibido de gobiernos y entidades internacionales en la lucha por la paz y contra la violencia y el terror. No parece necesaria una reforma constitucional mucho menos una nueva constitución ya que los colombianos manifiestan su agrado con la que nos rige en la actualidad. Quiera aceptarlo o no, la Oposición política tiene hoy más garantías que nunca antes, goza de libertades, de seguridad, tiene espacios de acción y está sometida a las mismas presiones y exigencias que les hacen a todos los partidos.
En conclusión, pienso que Colombia está iniciando una nueva era en su desarrollo, una era de paz y reconciliación que le permitirá cambiar la agenda nacional y los énfasis en los problemas. Una era en la que los partidos tendrán que repensar la sociedad en términos de posconflicto, es decir, sin que la violencia, la guerra y el terror continúen siendo nuestra principal preocupación. Hemos arribado a una coyuntura histórica que nos abre la oportunidad de cambiar nuestra imagen ante el mundo, en la que se debe asignar prelación a las demandas sociales de bienestar y equidad, a reparar con generosidad a las víctimas, a educar a las nuevas generaciones en los ideales de la tolerancia política y el perdón, a demostrarle a las generaciones que fuimos protagonistas activos o pasivos de tantos años de dolor que sí fue posible el cambio.
Colombia ha tenido oportunidades de progreso desperdiciadas en el pasado, seguimos siendo un país rico en recursos naturales y en recursos humanos. Según estudios internacionales somos uno de los pueblos más felices de la tierra, tenemos talento, iniciativa, espíritu de trabajo, somos industriosos. Hemos logrado una ruptura histórica, le hemos torcido el curso a la desgracia, superamos una verdadera tragedia, ahora tenemos, en los años inmediatos por venir, todas las condiciones para realizar otra gesta, la de ingresar al grupo de países desarrollados, una acertada planeación y diseño de las estrategias y la construcción de sólidos acuerdos nacionales nos pondrán en el camino de abrir procesos de consolidación, renovación y avance hacia los retos que siempre deben estar en la agenda de los partidos y la ciudadanía, que nos conduzcan al nuevo país, un país más educado, un país más equitativo, un país bien gobernado.
Rionegro, julio 6 de 2008
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