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Otro Don José... Desde Italia por Gonzalo de Murga |
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No es mi propósito el contradecir la opinión del Sr. Don Luis Tappa expresada en su articulo titulado “Es Don José” publicado recientemente en Informe Uruguay, sino que quiero enfocar el problema situando mi propio punto de vista desde un ángulo diferente, basado en mis experiencias personales y en relatos de terceras personas de mi extrema confianza.
Por todo ello es el titulo de esta nota: “Otro Don José.”
Estoy muy de acuerdo en que una operación militar de entrenamiento tiene costos muy elevados, y que nuestro país hoy no está en el mejor momento para afrontarlos.
La decisión de no participar en estas maniobras y ejercicios navales tomada por el gobierno, seguramente decidida de acuerdo a las posibilidades y necesidades del país, debe respetarse por sobre todo.
Sí puedo asegurar que para participar en las referidas maniobras no se necesitan barcos de ultima generación, pues se trata de ejercicios navales donde nuestros profesionales, tanto oficiales como personal subalterno, reciben entrenamiento actualizado incluyendo tácticas militares que se pueden aplicar para fines bélicos como también y en nuestro caso particular, para servicios de búsqueda y rescate en el mar, quizás una de las funciones primordiales de nuestra Armada Nacional.
Es cierto que hoy nuestra flota no se cuenta entre las más avanzadas del continente y eso se debe necesariamente a que no está al alcance de nuestras posibilidades. El hecho de no poseer una flota moderna no implica el no entrenar a nuestros efectivos si las posibilidades lo permiten, ya que muchas veces la falta de medios se suple con una buena cuota de ingenio.
Para fundamentar esta afirmación puedo citar algunos ejemplos directamente relacionados.
En tiempos en que trabajaba como Técnico Civil en la Armada Nacional, reparando radares y equipos de radiocomunicaciones, intervine en dos o tres oportunidades para asistir técnicamente a barcos participantes en las maniobras.
Debido a nuestros escasos recursos, la improvisación tenía lugar y ello en varias oportunidades fue objeto de elogio y a la vez de asombro por parte de nuestros visitantes.
Puedo destacar dos oportunidades en que me consultaron oficiales de los barcos visitantes para obtener repuestos inexistentes en nuestro país, ni posibilidad de obtenerlos pues en aquel tiempo no había Internet ni DHL.
Mientras que para ellos era cosa normal reemplazar completamente el modulo electrónico defectuoso del transmisor por uno nuevo, para nosotros era muy normal reemplazar los dos o tres transistores y los condensadores que eran los causantes de la falla, (por supuesto a un costo económico cientos de veces menor) reponiendo el mismo módulo reparado nuevamente en el radar o transmisor de radio solo uno o dos días después. Y así se hizo para el asombro de los oficiales de aquel buque extranjero, aunque para lograrlo trabajamos día y noche en aquella oportunidad.
Ni hablar de cuando debimos pacientemente rebobinar un transformador de alimentación, eso fue un milagro totalmente inusual, mezcla de artesanía, magia, conocimiento y por que no decirlo, algo de suerte también.
No olvidaré las expresiones de sus caras cuando en tiempo record nuestro personal desmontó, reparó y reinstaló un tubo reconstruido de una pantalla de radar. El trabajo de reconstrucción del tubo fue realizado en una muy conocida firma de plaza que se dedicaba a reconstruir tubos de TV, y que felizmente entendieron y aceptaron nuestra urgencia. Sólo cuando vieron aquel radar volver funcionar normalmente otra vez, los oficiales principales de aquel barco perteneciente a una de las más poderosas armadas del mundo, salieron de su desconfianza para sumirse en un total asombro. La reconstrucción de tubos de rayos catódicos (o de TV) era una práctica totalmente inusual en países como Estados Unidos o en Europa.
Otra buena oportunidad fue cuando debimos improvisar un reflector de radar para localizar botes salvavidas en medio de mar agitado durante tempestades. El ejercicio consistía en simular un naufragio y localizar solo mediante radar a los botes salvavidas.
Las crestas de las olas producen ecos falsos haciendo que la pantalla del radar tenga una verdadera “urticaria” imposibilitando el poder diferenciar los ecos de las olas de los ecos provenientes de los pequeños botes.
La solución al problema es bajar la sensibilidad del receptor de ondas de radar, evitando los falsos ecos y a la vez lograr que el bote aumente el reflejo de señal, cosa que se logra izando una pantalla reflectora de aluminio. Al reflejar mas señal, el bote será visto en la pantalla de radar por el operador en el puente de mando, y de ese modo se podrá acercar el barco para el rescate de los náufragos.
Las pantallas no alcanzaban para todos nuestros botes, por lo que junto a un oficial y dos marineros colegas muy hábiles con sus manos, construimos 4 reflectores con lámina de aluminio, réplicas muy similares a las que teníamos.
Para sorpresa de todos, al final del ejercicio estas replicas resultaron mucho mas eficientes que las originales.
Luego de ser evaluadas por varios de los expertos en la materia de la marina visitante, concluyeron en que las artesanalmente construidas, por ser de lamina mas fina y débil, debido al viento durante el uso y de andar rodando sobre la cubierta de los botes mientras no estuvieron instaladas, sus extremos se habían doblado presentando así bordes irregulares y de forma asimétrica, produciendo una incidencia a la señal de radar mucho mayor que las originales que se utilizaban y por ende resultaron reflectores mucho mas eficientes. No se nos ocurrió a ninguno de nosotros lamentablemente en aquella época, patentar el diseño.
Referente al caso de nuestros compatriotas integrantes de las Fuerzas Armadas destinados en misiones de paz en el extranjero, puedo decir con fundamentado orgullo que nuestros batallones están considerados como excelentes tanto por su profesionalismo y efectividad, como por la calidad de todos sus integrantes, pudiendo aportar yo algunos detalles quizás desconocidos para muchas personas.
Desde los cocineros, que en más de una oportunidad me sorprendieron por su habilidad y destreza propia de un entrenamiento constante, sacando a relucir una renegrida olla “tres patas” y armando un fogón con unas leñas al lado de una improvisada mesa, desde donde en pocos minutos un exquisito aroma de ajos, cebollas y carne avisaba que un apetitoso estofado estaba siendo preparado.
Mientras los integrantes de otros ejércitos, más poderosos y mejor pertrechados quizás, que marchaban en el mismo convoy que los nuestros, se arrimaban curiosos a observar, al tiempo que abrían sus raciones alimenticias empacadas al vacío, que no tenían para nada el sabor de un plato preparado con ingredientes frescos, quienes al final terminaban por deponer aquellos alimentos prefabricados y compartir con nuestra gente aquel estofado delicioso.
Los doctores, odontólogos y enfermeros, quienes cumpliendo cabalmente con su juramento hipocrático, atendían no solo al personal militar, sino que a muchísimos de los pobladores de las aldeas vecinas a los campamentos, en su mayoría campesinos de poquísimos recursos, quienes se acercaban a pedir ayuda, siendo tratados de diversas dolencias, prescribiendo tratamientos y vacunando a niños y ancianos
Mecánicos que acostumbrados a lidiar con camiones y maquinaria de muchos años en servicio, y por ende conocedores de diversos artificios, efectuaban increíbles reparaciones, llegando a fabricar con pedazos de goma provenientes de cámaras viejas, las desgastadas juntas de vetustas bombas de agua que abastecían a las aldeas cercanas, dejándolas casi como nuevas para el beneficio de todos.
Especialistas en minas trabajando cuchillo en mano y de rodillas en las escarpadas laderas de los volcanes de Centroamérica, bajo un sol tórrido y durante largas jornadas, librando los caminos de esos traicioneros peligros enterrados, devolviendo la confianza, la tranquilidad y el libre tránsito de los campesinos hacia a sus parcelas de cultivo.
Oficiales que dejando su grado fuera de la cancha, jugaban partidos de fútbol con sus pares y con tantos otros, sin necesidad de distinguir a cuales bandos aquellos pertenecían o de que nacionalidad eran.
El pabellón nacional ondeaba gallardamente en remotas zonas de la selva de Camboya, mientras efectivos de nuestras tropas siempre en forma voluntaria reparaban techos de zinc, puertas, ventanas o tuberías de agua de escuelas y policlínicas, ante la atenta mirada de los pobladores de las aldeas, quienes a su vez les obsequiaban con verduras frescas, huevos o algunas frutas provenientes de sus huertas, mostrándoles así su agradecimiento.
Porque nuestra fuerza está compuesta de auténticos profesionales respetuosos y respetados.
Porque nuestros efectivos están acostumbrados a las tareas más difíciles, y quizás porque casi todos ellos provienen del interior del país, las efectúan con esa destreza, practicidad y habilidad únicas, con ese sentido de asistencia propio de la gente del interior, con su sencillez característica y con la vocación de servicio que reside en el corazón de todos y cada uno de ellos.
Porque cada integrante de nuestras fuerzas armadas parte al extranjero con una misma misión y portando consigo un mismo mensaje: el de un pueblo amante de la libertad y de la democracia, que desea la paz en el mundo, y dispuesto a trabajar para lograrlo.
Porque nuestro sol y sus nueve franjas flamean alto hoy en Eritrea, en la Republica del Congo, en Haití y en otros países que necesitan de la asistencia de todos para lograr la paz y el bienestar de su gente.
Porque todo esto lo he visto no sólo yo con mis propios ojos, sino que puede ser confirmado también por muchísimas otras personas.
Porque está a nuestro alcance el deseo y la voluntad de ayudar, yo creo sin temor a equivocarme que el máximo héroe de los Orientales, el General Don José Gervasio Artigas podrá estar orgulloso del aporte de nuestros soldados para lograr la paz en el mundo, pues son ellos al fin el fiel reflejo de nuestro pueblo, de nuestro sentir y de nuestro actuar.
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