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Una sencilla cuestión de egos... por Fernando Pintos |
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Sucede que todos en este mundo, quien más, quien menos, parecerían tener en alguna parte a su alter ego. Mas resulta que, tomando en cuenta que soy en alguna medida esquizofrénico, yo poseo unos cuantos. De repente demasiados. Pero hablemos en idioma español. La locución latina «alter ego» significa ni más ni menos que «otro yo»… Y quienes hayan echado algún distraído vistazo a las pintorescas aventuras del doctor Merengue, sabrán a qué me estoy refiriendo.
Cualquiera se atrevería a decir que, en líneas generales, Fernando Pintos (es decir, yo) es un individuo en cierta medida aceptable. No se emborracha, no fuma, no acostumbra meterse con las mujeres del prójimo y nunca ha ingerido drogas que vayan más allá de una simple aspirina. A ese tipo le gusta trabajar duro, entrenar fuerte en el gimnasio, estudiar fuerte e ir al cine con frecuencia. Y para ser fieles a la verdad: ni roba, ni miente, ni engaña… Como si todo lo anterior fuese poco, algunas veces hasta intenta ser un caballero… Sí, yo: Fernando Pintos… Aunque no podré serlo, formalmente, sino hasta el preciso momento en que me compre o alquile un caballo y monte en él, tan siquiera por una vez. Por todo lo ya expresado, sucede que cuando menos en el fondo —pero muy en el fondo— hasta se me podría considerar un buen tipo. Pero hasta ahí.
Pues nos referíamos a Fernando Pintos, pero sucede que con los otros tipos, inquilinos todos de mi propia esquizofrenia, es todo bien diferente. Vean, si no quieren creerme, a Ferdinand el Pajarón, ese personaje altamente desquiciado que, con sus incesantes bromitas de mal gusto (un vibrador para dar choques eléctricos cuando da la mano, tachuelas en los asientos, ratones en las carteras de las damas) se ha convertido en una verdadera pesadilla para todos cuantos me conocen de alguna manera. Y no digamos nada acerca de sus altisonantes risotadas demenciales, con las cuales acostumbra alterar vecindarios respetables a altas horas de la madrugada… Ni de las morisquetas y saltos funambulescos con que regala, cada dos por tres, a los desafortunados mortales que se cruzan en su camino (confrontar: www.fernandopintosnews.blogspot.com/«Todos deberían saber la respuesta»).
Si el abominable individuo que he descrito les provocó escalofríos, podrían probar a conocer siquiera tangencialmente al detestable engendro denominado Cerdinand von Gula… ¿Hasta cuándo proseguirá, este enajenado, con su vergonzosa manía de devorar la leche condensada por cucharones, mientras intercala con tan abyecta tarea unos insoportables aullidos demenciales? Sí, por supuesto, en alguna época fue un consumidor voraz, esclavizado y abyecto de los jugos de frutas en lata, pero desistió cuando cayó en cuenta que una adicción a la cocaína, el crack o cualquier otra sustancia alucinógena posmoderna resultaría sensiblemente más económica y de mucho más fácil adquisición. Harto conocida es, por otra parte, su afición enfermiza a la pizza y, mucho peor que eso todavía: las técnicas paleolíticas —él lo llama «arte»— que utiliza para fagocitar ese manjar de los dioses (confrontar: www.fernandopintosnews.blogspot.com/«El arte de comer pizza»)… ¡Ejem!
Pero veamos qué tal ese otro engendro, el tal Ferdimántico (¡nombrecito!), un tipejo babeante y almibarado quien exhibe a todas horas unos ojos de carnero degollado (al menos cada vez que pasa una chica delante de sus narices) y ocupa la mayor parte de su inútil y vacua existencia persiguiendo mujeres, escribiendo unos tan pésimos como patéticos «poemitas» de amor y, ¡colmo de males y desgracias!: llenando las paredes de mi apartamento con todos esos descarados posters de chicas tan ligeras de ropa como de vergüenza… para expresarlo de una manera decente. El tal Ferdimántico sí que se las trae. A decir verdad, su estupidez e irresponsabilidad me han acarreado infinidad de percances de diferente índole; han estado a punto de conducirme a la ruina; me han cubierto de ridículo en infinidad de circunstancias; y me han llevado a protagonizar patéticas aventuras que, en ocasiones, hasta han puesto en peligro mi integridad física por n o decir mi propia vida (respecto a esto último, consultar: www.fernandopintosnews.blogspot.com/«Una tragedia en ocho patéticos actos»)
Pero, si tal cosa cabe, existen personajes todavía peores que los ya mencionados. Véase, todavía, a ese tal Ferdepressing, un lúgubre sujeto que se me aparece de manera por demás intempestiva, toda vez que el anterior (el tal Ferdimántico) ha sido víctima de un desaire o fracaso sentimental (es decir: unas diez o quince veces por semana), para sepultarme bajo una letanía interminable de reproches y denuestos —no queda muy claro si es contra sí mismo o contra mí—, citas extraídas de algún libro de bolsillo o torpes referencias a una filosofía tan inteligible como barata, para finalmente proponerme una serie de ingeniosos planes con diversas formas paralelas de suicidio.
Podría mencionar, siquiera de pasada, a Fraquinando, ese torpe de solemnidad que arruina todo cuanto toca, al más puro estilo de los tres chiflados… Por no hablar de Ferdiekrueger, aquel psicópata carcajeante que se aparece en las noches de luna llena, disfrazado como el otro engendro de «A Nightmare on Elm Street»). Y no es que uno sea quisquilloso, ni que pretenda ser más que nadie… Pero convivir con tamaña colección de anormales y enajenados se convierte en un asunto por demás dificultoso. Principalmente, cuando se les tiene a todos aglomerados en un apartamento de apenas 90 metros cuadrados.
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