El destino trágico de Venezuela
por Andrés Mejía-Vergnaud
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Hace ya más de setenta años, cuando Venezuela daba inicio a su carrera histórica como país petrolero, se publicó una columna de prensa, escrita por un joven intelectual hasta entonces un tanto desconocido. En dicha columna, el autor se apartaba del regocijo general que empezaba a sentirse en Venezuela, y del cual participaban amplios sectores de la población, que no podían contener la dicha de pensar que su país era rico. Había en la columna una severa advertencia: según el autor, Venezuela estaba construyendo una economía "destructiva”: una economía basada en la mera explotación de un recurso natural no renovable.
Con un llamado de urgencia, el autor exhortaba a los venezolanos a que la riqueza provista por ese recurso se aprovechase para crear la base de una economía sólida, productiva y creativa. Esta fue la propuesta de “sembrar el petróleo”, pronunciada por Arturo Uslar Pietri el 14 de julio de 1936, en una columna que llevaba ese lema como título. Habiendo pasado ya siete décadas, hay elementos suficientes para decir con justicia que los temores de Uslar Pietri se hicieron realidad, y que su recomendación no fue escuchada ni fue puesta en práctica.
En efecto, la vida contemporánea de la “infeliz Caracas” —para usar una expresión de Bolívar— ha transcurrido dentro de un torbellino de anormalidades, y ha dado lugar a una configuración patológica de la sociedad, la economía y el Estado. ¿Por qué ha ocurrido esto? ¿Cuáles son las perversas causas que hicieron descarrilar a este país, el cual alguna vez soñó con convertirse en una república moderna a la usanza occidental, y el cual tiene una vocación geográfica e histórica que le guiaba hacia el comercio y la producción? ¿Gracias a qué cruel mecanismo este país, que tuvo líderes profundamente amantes de la democracia, ha tenido que vivir bajo el mandato de personajes como Juan Vicente Gómez, Marcos Pérez Jiménez y Hugo Chávez? Son estos los interrogantes que me he propuesto analizar en El destino trágico de Venezuela, libro de reciente publicación (Tierra Firme editores, Bogotá).
Es claro que, en cualquier investigación que se emprenda sobre los problemas de Venezuela, el primer y principal sospechoso siempre será el petróleo. Y tendremos por tanto la tentación de despachar el tema acudiendo a la idea que se ha denominado “maldición del petróleo”. Hacer esto, sin embargo, dejaría sin responder muchas de nuestras dudas. Esto porque, tomado en su sentido rigurosamente científico, la llamada “maldición del petróleo” ha sido objeto de estudios dedicados al tema del crecimiento económico, es decir, a estudiar por qué los países ricos en petróleo presentan patrones anormales de crecimiento económico. Pero el caso de Venezuela, sabemos muy bien, va más allá del problema del crecimiento: es un cuadro de un sistema político acostumbrado a sobrevivir por medio de la distribución de la renta, y es el caso de una población que ha vivido dentro de una extraña ilusión de riqueza, dentro de la cual al Estado no se le percibe en su concepto clásico de guardián y árbitro, sino que se le ve como un generoso proveedor. En Venezuela, además, no hallamos ese equilibrio que garantiza la estabilidad y la funcionalidad de las democracias liberales: el equilibrio entre una sociedad que ejerce las actividades económicas, y un Estado que ejerce el poder político, y para financiarse necesita de la prosperidad de la sociedad civil. En ese sano equilibrio, por tanto, nada interesa más al Estado que mantener las condiciones que permiten a la sociedad civil progresar en sus actividades privadas. Pero cuando el Estado puede derivar su financiamiento de una renta, es decir, de un ingreso que recibe únicamente como contrapartida de la propiedad de un recurso natural, no existe el equilibrio que hemos descrito. Y todos estos factores son tan sólidos, que harían ilusoria llevar a cabo la recomendación de Uslar Pietri de “sembrar el petróleo”.
De creer al título del libro, el porvenir de Venezuela dista de ser alentador. Incluso si se terminase la vigencia del régimen político actual, los factores que causan todas estas disfunciones seguirán vivos. Y para cada posible sugerencia acerca de cómo enfrentarlos, casi siempre es posible elevar objeciones significativas, provenientes en su mayoría de los comportamientos individuales que se generan en una sociedad rentista. Son esos comportamientos tan bien comprendidos por Adam Smith, quien habló de aquellas personas que gustan de “cosechar donde nunca sembraron”, y que con precisión describió la indolencia y la “falta de aplicación” propias del carácter rentista. Hay al final del libro, sin embargo, una cierta propuesta que, pese a ser muy difícil de concretar y de llevar a cabo, parecería ser el único camino posible hacia la superación de los males que han aquejado a la “infeliz Caracas”.
Fuente: Cato Institute
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