Evo Morales. La paz de “wiphala”
por GEES
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Esto va, claro, de Bolivia, capital La Paz, y de la bandera aimara que ZP ha hecho ondear aquí y allá durante la visita de Morales. Ya han pasado por la pasarela gubernamental los dictadores de Venezuela y Bolivia. Este otoño-invierno se lleva la manga ancha para hacer caja a costa de España y el taparrabos estilo Apocalypto para ocultar la opresión a pueblos que hablan español.
Se supone que a cambio de la humillación e insultos del ex cocalero Morales nos hemos garantizado reglas claras, es decir, seguridad jurídica y Estado de derecho para las empresas españolas en Bolivia. Buena suerte.
No convendría olvidar que Morales no es un presidente democrático, que ejerce un autoritarismo aniquilador de libertades en su país y que es racista. Esto lo ha dicho Mario Vargas Llosa cosechando de paso la calificación de imbécil por parte de la autoridad boliviana y el silencio de la España oficial. El peruano lleva razón: el discurso indigenista de Morales es un discurso de segregación racial y violencia creciente, en nombre del cual oprime al pueblo boliviano.
La anexión de este programa con el chavismo, también llamado socialismo del siglo XXI, recuerda los logros del socialismo real del XX: cien millones de muertos y una miseria desmedida. Si ya entonces estas medidas parecían atroces, con el juicio de la historia rendido parece un tanto inoportuno seguir insistiendo en levantar el puño y hacer marxismo vestido de indigenismo, ecologismo, liberación de oprimidos o protección de invadidos.
No debieron quedar sin respuesta los insultos de Morales. Es profundamente ofensivo e injusto tener que oír de un apañador de constituciones, atosigador de opositores y azote de toda prensa no adicta, que es el invadido invitado por el invasor. España descubrió América, la colonizó y la evangelizó. Que este pobre ser renuncie a su propio legado, eso sí, hablando en español que es una de las dos o tres lenguas universales que existen, y venga aquí a insultarlo es algo que jamás debió tolerarse. España no sólo no debe pedir perdón por haber construido catedrales, mercados y universidades en América, sino que debe sentirse orgullosa, como también tienen derecho a estarlo los hispanoamericanos. Claro está que las universidades que entonces se erigieron allá nada tienen que ver con las ominosas facultades que hoy reciben al dictador en España.
Tras la II Guerra Mundial, la comunidad internacional, y, en primer término Europa occidental, dio a luz una generación de constituciones que garantizaran la división de poderes y la protección de los derechos fundamentales de la persona que ningún Estado ni gobierno debían tocar. Parecía una medida razonable para tratar de evitar el nacionalismo y socialismo que habían arrasado el continente. Hitler llegó al poder por las urnas, constituyó su propia bandera, se apoyó en el populismo, resucitó el panteón de dioses nórdicos laicos y, en definitiva, insistió en el comunitarismo y la raza de un hombre nuevo. ¿Resulta familiar?
Esta ola de democracias semi-formales en que las urnas más o menos bien rellenadas dan lugar a mandatarios que cambian constituciones para despojar a los individuos de sus derechos y otorgarlos a presuntas comunidades intocables procedentes de mitologías absurdas como la Pachamama (madre tierra) –que da vergüenza escribirlo– son peligrosas y opresivas.
Estas similitudes son preocupantes y graves. Lo es aún más la afinidad en el antiespañolismo. A ZP le gustan la paz de wiphala y los nacionalismos, indigenismos y comunitarismos que diluyen los derechos individuales aquí y allá. Con los demás pueblos que hablan español está nuestra hermandad, aunque sólo fuera porque aquí también se viven tiempos de democracia y libertad menguante.
Y a esto, que manda ahora en España, le va a tocar presidir la UE, y el acontecimiento planetario con Obama, que, dicho sea en su descargo, no tiene embajador ni en Caracas ni en La Paz. Debe ser que no le gustan los racistas.
Con la autorización de GEES (Grupo de Estudios Estratétigos)
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