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Crónicas del Viejo Montevideo. El antiguo cementerio inglés
Recopilación de Alvaro Kröger
Sobre un texto de José María Fernández Saldaña |
Cuando se llevó a las cámaras el proyecto de ley por el cual se expropiaba el solar del antiguo Cementerio Inglés, la comisión informante del Senado introdujo una atinada modificación en el texto.
Creyó que en vez de expresarse que el predio adquirido por el Estado se destinaba a construir allí el Palacio de Gobierno, debía contemplarse con más amplitud y libertad el definitivo plan de futuro y la ley - en consecuencia -vino a quedar redactada en estos términos:
Art.1º.- Declárase de utilidad pública la expropiación del terreno que ocupa el Cementerio Británico situado en la calle 18 de Julio, destinándose a la construcción en él de edificios de los Poderes Públicos. Art. 2º.- El importe de la expropiación será abonado por rentas generales. |
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Esta ley en 2 simples artículos, promulgada por el presidente Santos y su ministro de gobierno Dr. Carlos de Castro, el 1º de octubre de 1884, significaba la definitiva solución de un asunto de importancia extraordinaria para Montevideo y que venía arrastrándose de muchos años atrás en tramitación diplomático-administrativa.
El Cementerio Británico, o Inglés como se lo llamaba popularmente o de Disidentes, que era el más apropiado de todos, constituía un obstáculo insuperable para el desarrollo de la capital.
Lejano y extramuros en su época primitiva, el progreso urbano lo iba rodeando a punto de que los 2 manzanas que integraban el predio venían a hallarse en medio de Montevideo y con frente a la calle 18 de Julio, la principal de sus vías de tránsito.
El plano de Reyes de 1829, marca en extraña forma que más recuerda una laguna que un solar, la ubicación del Cementerio Inglés. Los límites que le asigna el ilustre general de ingenieros se prolongan hasta la vereda norte de 18 de Julio por un lado y sobrepasan Soriano en la esquina de la hoy llamada Santiago de Chile, antes Médanos.
Por la época del plano iba corrido un año que un grupo de residentes ingleses había adquirido a John Hall, por escritura de 1828, la propiedad del gran predio.
Hall, a su turno, lo tenía como suyo por compra efectuada el 30 de setiembre de 1825 al presbítero Manuel Salinas, quien lo hubo por donación del Gobierno portugués que entonces mandaba en nuestra patria.
Una comisión delegada de la colonia británica bajo el alto patronato de sus ministros o cónsules estaba encargada de todo lo atinente al cementerio y esta forma de administración dual tuvo su parte en los tropiezos que cruzaron las tentativas de un arreglo con la comuna.
En la solución final debió influir mucho, la estrecha amistad que existía entre el presidente general Santos y el coronel Guillermo Grifford Palgrave, representante de Inglaterra, hombre medio excéntrico a quien se llegó a creer consejero militar del gobierno.
Por curioso contraste el coronel que era católico, cuando falleció en nuestra capital fue enterrado en el panteón de su compatriota J. Ingouville en el Cementerio Central.
Al proyecto de ley de expropiación había precedido una prolija negociación con la Comisión de Residentes, que concluyó en una especie de protocolo privado y discutido y capitulado punto por punto.
La ley que terminaba la tramitación, solicitada de las Cámaras por el Ejecutivo nacional, tuvo sanción después que el Gobierno Inglés dio su necesario acuerdo, trasmitido telegráficamente a Palgrave.
"Foreing Office. Londres, agosto 25, 1884. Los arreglos propuestos en el Memorándum de DR. Castro trasmitidos de U.S. de 12 de julio último, han sido aprobados en general por el gobierno de Su Majestad. Los detalles quedan para ser arreglados entre V.S. el Comité y el Gobierno de la República de Uruguay. (Fdo) Granville".
En el proyecto de Castro figuraba la previa fijación por peritos del valor del inmueble cuya área alcanzaba a 20.258,79 metros cuadrados y a tal objeto fueron designados los agrimensores Eduardo Cansttat por el Estado y Alberto Calamet por los residentes.
Su cometido era hallar la cantidad equitativa entre el mínimo de $100.000 ofrecidos por la Nación y las 29.000 libras esterlinas que pretendía la contraparte.
Los peritos "según su leal saber y entender" se colocaron en $126.000, cifra que convinieron ambas partes.
El precio sería pagado con 2000 libras al contado y el resto en cuotas mensuales de 1000 hasta su cancelación. Todo esto, junto con varias cláusulas de detalle, se redujo a escritura pública que suscribieron el 10 de octubre de 1884, ante el escribano del Gobierno y Hacienda Julián Muñoz, el Presidente del la República Teniente General Máximo Santos, el ministro C. de Castro. Guillermo Grifford Palgrave por la Comisión de Residentes, y J .V. Drake, gerente interino del Nuevo Banco de Londres y del Brasil.
Simultáneamente con la ley de expropiación habíase dictado otra tendiente a adquirir un terreno hasta de 4 cuadras en las inmediaciones del Cementerio Católico del Buceo, que debía destinarse al nuevo camposanto británico.
La expropiación llevaríase a efecto de acuerdo con las disposiciones vigentes en la materia y su importe debía ser satisfecho por la comunidad inglesa o por quien en el caso la representase legalmente.
El Cementerio, en esos días, era un gran solar rodeado de cercos que el tiempo había vuelto desparejos y sórdidos y la mancha verde de un grupo de árboles añosos y adustos no compensaba sino muy penosamente aquella nota ingrata puesta al margen de la calle 18 de Julio.
Las inhumaciones infrecuentes siempre, estaban interdictas desde hacía algún tiempo y en la paz del recinto, entre pastos altos, campeaban sin molestia algunos ñandúes.
Por el lado de 18 el cerco estaba retirado unos metros adentro y en el frente Oeste, corría más o menos a unos 20 de la línea de Ejido. Por Médanos y Soriano lo delimitaban las calles.
La depredación de los terrenos circundantes era evidente: cuando desapareció el cementerio - según palabras del senador Tulio Freire - se alzaron o fueron renovados cerca de 200 edificios.
Una misma fisonomía invariable denotan los panteones y piedras tumbales de antes comparadas con las que ahora existen en el Cementerio Británico del Buceo.
Algunas son las mismas que fueron trasladadas allí, según autorización capitulada en la escritura.
Los ingleses M. y E. Mulhall, en 1876, anotaban este dato: "en muchas lápidas se leen las palabras ahogado en el puerto".
Otro sugestivo detalle lo hallamos en que entre los sepultados había una gran porción de griegos ortodoxos, acogidos allí por la ejemplar tolerancia británica en un país donde la iglesia católica oficial, en nombre de la Infinita Bondad, había ensayado negar sepultura en el cementerio público no ya a los disidentes en religión sino a los católicos masones por ciega intolerancia sectaria.
Veinte mil y más metros de espacio libre en una ciudad tan necesitada de terreno para edificios públicos y para plazas, no sirvieron en más de un siglo ni para edificios ni para plazas.
El ministro Carlos de Castro hablando en la Cámara de senadores esbozó, sin embargo, un primer plan de urbanización del despejado predio.
Trazó a grandes líneas - ante sus oyentes un poco asombrados - un proyecto que alcanzaba a comprender 3 grandes cuerpos de edificios altos, separados por jardines y anchas vías de cómodo acceso bordeados todo alrededor por una cintura de plazas.
Hombre de amplia cultura, formado en Italia, y con alma de gran señor, a quien tuve la ocasión de conocer, viejo ya, en su magnífica quinta del Miguelete, era natural que el Dr. de Castro viese estas cosas con ojos muy distintos al común de los ministros y senadores.
Pero como dije recién no se hizo nada de ello en un siglo. En 1892, por decreto del 4 de abril, el gobierno del Dr. Herrera y Obes dispuso que allí fuese la Plaza de Armas.
Durante la administración de Idiarte Borda se destinaron las 2 manzanas para asiento de la Exposición Nacional, celebrada bajo los auspicios de la Asociación Rural.
Clausurada ésta, uno de los pabellones se transformó en el llamado Teatro de Verano y en otra parte - los galpones y los boxes - fincó la feria dominical.
En la dictadura de Cuestas, estáblecióse allí el cuartel de una nueva unidad militar bautizada Plantel de Artillería.
Gobernando el Dr. Williman fue el sitio elegido para asiento de la Casa de Gobierno. Se colocó la piedra fundamental, acuñándose una plaqueta conmemorativa y se principiaron luego las obras conforme a un proyecto de muy discutibles líneas y poco estudiado.
El presidente Batlle y Ordóñez, al iniciar su segundo período y con excelente acuerdo, hizo detener la construcción que ya sobresalía algún metro del suelo.
Finalmente se concluyó echando los cimientos del Palacio Municipal que a estas horas lleva habilitados unos cuantos pisos.
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