SOBRE UN PERSONAJE ARQUETIPICO CON SUS INELUDIBLES NEOLOGISMOS
* Fernando Pintos
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Nuestra geografía latinoamericana aparece surcada en todas las direcciones imaginables de situaciones insólitas, países inviables, personajes imposibles, transacciones rocambolescas, reingenierías demenciales. Dentro de ese pintoresco panorama, a nuestros políticos parecería corresponderles, en toda justicia, aquella lapidaria sentencia de ese gran cínico que fue H. L. Mencken: "la política es el arte de dirigir el circo desde la jaula de los monos". A lo cual, y ateniéndonos estrictamente al método empírico, no podemos menos que responder, con penosa unción: "amén". Somos el subcontinente del realismo mágico o, mejor aún expresado: del surrealismo fantasmagórico& Macondo es nuestra medida de tiempo y espacio. Pero en cuanto a lo que somos y a cómo somos, parecería que los personajes emergidos de las fabulaciones de un García Márquez nos quedaran pequeños. Antes bien, para fijar la pauta de una idiosincrasia regional, deberíamos apuntar hacia algunos arquetipos un poco más visibles, por ser obviamente más populares. En primera instancia a cualquiera se le ocurriría recurrir a lo más obvio: un personaje como Cantinflas. Y no estaría muy errado. Existe un fuerte componente cantinflesco en la idiosincrasia del latinoamericano. Sin embargo, no es el personaje por excelencia. Deberíamos, entonces, buscar en otras direcciones: ¿Tintán? ¿Capulina? ¿Sandrini? ¿Biondi? ¿Porcel y Olmedo? ¿Minguito Tinguitela?& Bueno, estamos en lo mismo que con Cantinflas: sí tienen algo o bastante de la idiosincrasia tipo latinoamericana, pero a todos les falta un poco para alcanzar la perfección de un personaje arquetípico por excelencia. Y éste& El inimitable, el cuasi perfecto, el único y latinoamericanísimo, no es otro que ese popular protagonista de un comic chileno, Condorito. Por fin encontramos nuestro perfecto personaje representativo. Latinoamérica no es un subcontinente cantinflesco, ni tintanesco, ni capulinesco, ni porcelesco& ¡Es un subcontinente condoritesco! Podemos encontrar a Condorito, con miles de caras diferentes, regado generosamente por toda nuestra geografía, desde la Tierra del Fuego hasta el río Grande o Bravo. Obviamente, los condoritos deben actuar de acuerdo con pautas condoritescas. Deben perpetrar en todo momento y lugar sus inevitables condorismos. He ahí dos novísimos neologismos para nuestra ya tan castigada lengua española. Pero, en verdad y en justicia, debería haber muchos más, derivados del arquetípico personaje. Lógicamente, el condorismo es un enorme y embravecido océano repleto de islas, islotes e islillas, lo cual significa que no todos los latinoamericanos formamos parte de la enorme hueste condoritesca, pero que sí, definitivamente, nos encontramos si no inmersos, completamente rodeados por ella.
Habrá, no lo dudo, algún lector aficionado a lo "políticamente correcto" que pueda poner el grito en el cielo. Desde ya adelanto que a mí, lo "políticamente correcto" me tiene sin cuidado. Prefiero lo moralmente correcto, lo éticamente correcto. Y dentro de estas correcciones, figura el culto de la verdad, por más que a muchos les disguste y duela a quien pueda doler. En cuenta, recordaré el episodio más ejemplar de este personaje arquetípico, para regocijo de quienes todavía siguen leyendo& Llega Condorito -rotoso, como de costumbre- a la casa de su patrón, un señor gordo y plácido, impecablemente vestido y con pañuelo al cuello, quien está fumando un puro con delectación junto a la chimenea. El señor pregunta qué novedades hay en la finca y Condorito, con gesto indiferente la contesta: "ninguna& Sólo que se murió su lorita". Al señor se le sube imperceptiblemente una ceja y pregunta, casi imperturbable, qué pasó con la lorita. Condorito le responde: "es que se murió empachada, después de atorarse comiendo la carne de sus caballos de carrera". Ahora sí el señor se turba visiblemente. ¿Sus caballos de carrera? ¿Qué ha pasado con esos valiosos animales? Condorito, siempre indiferente, refiere lo que sigue: "bueno, es que murieron reventados de tanto acarrear agua para apagar el incendio de la finca". A estas alturas, al pobre señor se le ha salido el pañuelo del cuello, se le saltan los ojos, pregunta a gritos, ¿la finca incendiada? Condorito, impertérrito, continúa con la explicación: "en realidad, la culpa la tuvo su señora, la pobre se volvió loca en el velorio de sus hijos, que se habían ahogado nadando en el río"& Llegados a este punto, el señor está despeinado, desencajado, apoplético, con la ropa salida por todas partes y arrastrándose por el suelo hacia Condorito, con la clara intención de acogotarlo igual que a una gallina. Entonces, Condorito se da la vuelta, se marcha, y con el mismo aire imperturbable comenta: "Caramba. ¡Tanto aspaviento porque se le murió la lorita!"&
De repente alguien se niega a creerme, pero vayamos a las pruebas científicas, es decir, aquéllas que resultan irrefutables. He ahí, entonces, un artículo publicado por Gonzalo Guillén en el semanario Tiempos del Mundo del pasado 25 de mayo, bajo el título: NOMBRES QUE MATAN& DE LA RISA. Aunque el artículo se refiere a Ecuador, debe aceptarse que ese fenómeno afecta a toda Latinoamérica, y que Uruguay no está para nada exento. El artículo de Guillén hacía énfasis en los nombrecitos que a veces nuestros condoritescos padres les imponen a sus condoritescos hijos, entre los cuales, rescato algunos como los que siguen: Primera Comunión Bastidas; Martes Trece Santana; Ángel de Charlie Mosquera; Cabalgata Deportiva Vera; Año Bisiesto Owen; Conflicto Internacional Loor; Perfectísimo Dios Vera; Alí Babá Cárdenas; Houston Texas Ronquillo; Estatua de la Libertad Murrieta; Perfecta Circuncisión Hidalgo; Sentencia Condenatoria Cevallos; Cadena Perpetua Vázquez; Burger King Herrera; Cabildo Abierto Guzmán; Exquisita Pílsener Gando& Etcétera. En una época, rastreando la guía telefónica de la Muy Fiel y Reconquistadora, podían encontrarse algunos nombres que provocaban bromitas telefónicas pesadas (malvado que era uno)& Recuerdo en tal sentido a una señora llamada María Macho y también a un señor de apellido León. A este último siempre se le llamaba, presuntamente, desde el zoológico municipal.
En todo caso, condoriteces, condoritos y condorismos son una parte tan ineludible como entrañable de nuestro panorama latinoamericano. Y sin pretender pecar de cruel, permítaseme decir lo siguiente: ellos, por sí solos, explican el drama de nuestro atraso, de nuestro subdesarrollo y de nuestra sempiterna sujeción a todos los imperialismos de turno.
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