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Año III - Nº 157 - Uruguay, 18 de noviembre del 2005

 

Mantua
* Fernando Quiroga

 

"qui si fa musica ogni venere" (lo cito de memoria, porque lo vi. una sola vez en mi vida y no recuerdo si se escribe exactamente así) es un pequeño letrero que está en la puerta de la "Sala de los espejos", en el palacio ducal de Mantua.

Claudio Monteverdi

El letrero quiere decir más o menos que todos los viernes, el cuarto duque de Mantua, Vincenzo Gonzaga entraba en la sala con su familia dispuesto a escuchar las músicas de Giaches de Wert, Peri, Rasi, y tantos otros, así como se levantaba por las mañanas y desayunaba delante de los frescos que Mantegna había pintado para sus antepasados.

Allí escuchó por primera vez un joven tocar la viola, y con su talento descomunal para descubrir talentos le prometió el puesto de maestro de capilla en la corte, cuando muriera el célebre Wert, que había sido contratado por su padre.

Ese joven violista, sería unos de los creadores de un nuevo género que haría famosa a Italia en el mundo: la ópera. Le acompañaría hasta en las campañas contra los turcos y en los descansos entre las batallas, tocaría el órgano en medio de la gran carpa que el excéntrico duque tendía para recuperar por unas horas el espíritu sublime de la música de la corte.

Ése joven talentoso, se llamaba Claudio Monteverdi.

Vincenzo Gonzaga, Duque de Mantua

En Mantua se han encontrado ejemplares de tiorbas que dejaran mudos a los investigadores, hasta se encontró una tiorba de 18 órdenes como la que usara Kapsberger, el genial veneciano de origen alemán, "il tedesco de la tiorba", que tocaría su tiorba en la capilla Sixtina hasta su muerte.

En Mantua, un judío del ghetto, Salamone Rossi, compondría las primeras tablaturas para tiorba que se conocen, escritas para seis madrigales contenidos en un libro dedicado a Vincenzo, el mecenas clarividente que trajera a Mantua algunos de los mejores tiorbistas de la época.

En Mantua tocarían sus tiorbas Giulio Caccini, su hija Francesca, Francesco Rasi, Kapsberger, y todos aquellos que como Jacopo Peri, colgaban la tiorba de su cuello para acompañar el canto.

En Mantua y en el estreno del Orfeo de Monteverdi, el mundo escuchó los mejores cantantes de la época, apoyados por el sonido de estruendo de la tiorba subiendo por la memoria de Italia.