La República islámica de Francia
* Pilar Rahola
Cuando el periodista del Chicago Sun Times Mark Steyn escribió: "es más fácil ser optimista con respecto al futuro de Pakistán o Irak que respecto a Holanda o Dinamarca", recibió el pertinente alud de críticas por su incorrección de pensamiento. Sin embargo ponía el dedo en la llaga de lo que después seria el riguroso estudio de la historiadora Bat Ye 'or, titulado Eurabia. El eje Euro-Árabe?, dónde se ponía al descubierto la política europea de "apaciguamiento " con respecto a la cuestión islámica, política que la misma Europa había perpetrado, décadas anteriores, con la cuestión nazi.
Si Chamberlain fue a visitar al Fürher con el propósito de pactar aquello tan bonito de "yo no me meto en tus cosas, y tú no me atacas a mí", la Europa que se enfrenta al reto del integrismo islámico hace exactamente el mismo: mostrar la debilidad de sus valores morales y, al mismo tiempo, fortalecer los valores que nos atacan. Están perfectamente documentados los múltiples acuerdos entre la Unión Europea y la Liga Árabe con el propósito de garantizar que los inmigrantes musulmanes de Europa no estén obligados a adaptarse a las costumbres occidentales, y durante décadas hemos alimentado, subvencionado y mimado toda clase de organizaciones y ong´s varias cuya finalidad era mantener "la identidad musulmana" por encima de cualquier otra identidad. El paternalismo de la izquierda europea, en este sentido, ha sido fundamental y, desgraciadamente, muy activo.
Durante décadas Europa ha ido creando "Londostans" en los suburbios de sus ciudades, y en ellos, convertidos en Estados dentro el Estado, lentamente ha dejado de ejercer su soberanía. Imanes integristas, agitadores sociales y gurús intelectuales que justificaban, por la vía de la multiculturalidad, la imposición islámica, han ido convirtiéndose en los verdaderos propietarios de barrios y calles. Así, han catalizado, por la vía integrista, el lógico malestar de los sectores discriminados. Lejos de combatir esta dinámica perversa, la mala conciencia europea, o tal vez la falta total de conciencia, lo han permitido y lo han potenciado. Posteriormente, cuando ha descubierto que los asesinos de Londres habían nacido en Inglaterra o que Mohammed Bouyeri, el asesino de Theo van Gogh, era holandés de pleno derecho, ha puesto la misma cara que Chamberlain cuando los nazis bombardearon Londres: la del idiota que no entiende nada.
Todo lo que empezó en el barrio parisiense de Clichy-sous- Bois y se ha extendido a toda Francia tiene que ver con la cuestión islámica. Obviamente hablamos de marginación social, pero no es la marginación la que está quemando coches y violentando a los ciudadanos. Hablamos de exclusión social, pero los primeros perpetradores de exclusión son los que llevan décadas predicando contra Occidente desde las propias mezquitas que Occidente les ha construido. Y podríamos hablar de emigración, pero sorprendentemente (o no) se trata específicamente de los hijos y nietos de la emigración musulmana. La cuestión, por tanto, tiene múltiples facetas, pero una de ellas es clave: ¿qué ocurre con el reto que el Islam nos ha lanzado a través de los millones de personas de esta religión que viven en Europa? Con toda la convicción y preocupación, soy de las que creen que Francia estornuda porque Europa tiene la gripe.
Durante años hemos potenciado la bonita idea de la multiculturalidad, concepto que solamente ha servido como coartada para que los que hablaban en favor del Islam consolidaran la visión más paranoica de dicha cultura. Lejos de democratizar el Islam, hemos permitido que las ideas totalitarias impregnaran territorios enteros del Estado de Derecho. Es decir, en lugar de potenciar los Bourgiba y los Attaturk del Islam democrático, hemos tendido la mano a los ayatolás y a los mulás, creyendo que esto era cultura. Les hemos permitido aquello que no permitiríamos a ninguna otra ideología. ¿El último ejemplo? La decisión holandesa de aceptar la publicación del libro El camino del musulmán, amparándose en la libertad de expresión. Entre otras maravillas, el libro pide que los homosexuales sean arrojados desde edificios altos. ¡Y esto en el país donde han asesinado, en nombre del Islam, a un cineasta! Estamos realmente locos.
Francia arde. Ciertamente tiene problemas estructurales, entre otros el elevado paro que llega, en su caso, al 16%. Pero ahora no se enfrenta a un renovado Mayo del 68. Probablemente se enfrenta a la primera revuelta musulmana de las muchas que se sucederán en el futuro europeo. Y no porque hayamos sido tolerantes con una religión, lo cual es una obligación democrática, sino porque hemos sido tolerantes con una ideología totalitaria. Hemos mimado los Tariq Ramadán, hemos obviado a las escuelas del odio que hervían en algunas mezquitas de nuestros propios barrios, hemos abandonado a las mujeres a su suerte de opresión y esclavitud, y todo lo hemos hecho en nombre de la diversidad y el buenísimo. Tarde o temprano teníamos que empezar a pagar tanta irresponsabilidad acumulada. Por tanto, ¿de qué nos sorprendemos?
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