Venezuela: inflación roja por Domingo Fontiveros |
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Por el camino trastornado que se transita, para evitar una catástrofe temprana, hará falta que el precio del petróleo no sólo siga alto, sino que continúe subiendo, y que así se mantenga la posibilidad de continuar incrementando el derroche presupuestario para sostener este crecimiento de cartón que ha servido de argumento de algunos propios y muchos extraños para explicar que el CNE en tiempo récord intergaláctico contabilizara más de siete millones de votos para la reelección.
Este gobierno cree entender de economía más que todos los anteriores. Le parece una hazaña haber recortado la inversión petrolera para producir dos millones de barriles al día por debajo del potencial alcanzable de haberse continuado el plan de expansión de capacidad. Lo mismo puede decirse de la extracción forzosa de divisas que achicó las reservas internacionales del país y cercenó el capital del ahora ex Banco Central. O de haber elevado el gasto público a la tasa de 35% anual para acumular un magro 2% de crecimiento económico promedio en sus ocho años de implacable gestión.
Ahora viene a decir con sapiencia aparente que la inflación no importa mientras continúe el crecimiento. No significan nada los innumerables trabajos de economistas reconocidos en estas y otras latitudes, incluyendo keynesianos serios, sobre las consecuencias de inflar fiscalmente la demanda para provocar temporalmente algo de expansión.
Aunque el costo a pagar sea inflación de 17%, como en 2006, o mayor. Así fueron destrozadas otras economías del continente siguiendo las mismas vanas esperanzas.
Por supuesto, no se habla de desarrollo económico o social, mucho menos político. A la sumo de un etéreo desarrollo endógeno, que en la práctica significa repartir dádivas y modestos créditos con fines clientelares entre miles de pequeñas estructuras adonde reúnen gentes sencillas, y algunas no tanto, para atraer sus afectos, en espera de alguna que logre un éxito comercial o productivo. O distribuir grandes sumas si de la actividad desplegada se desprende dividendo político, no importa si la misma termina siendo un elefante blanco, parásito del presupuesto y germen de nuevas formas de corrupción.
La mirada de sabiduría de estos directores de la economía nacional no transmite ningún tipo de duda sobre las benéficas consecuencias de esas decisiones que toman y que denominan pomposamente política económica. Al fin y al cabo, qué análisis exquisito es necesario para resolver qué hacer con 60.000 millones de dólares al año que están disponibles gracias a los grandes consumidores de petróleo, la sobrevaluación de la moneda y la misma inflación...
Por el camino trastornado que se transita, para evitar una catástrofe temprana, hará falta que el precio del petróleo no sólo siga alto, sino que continúe subiendo, y que así se mantenga la posibilidad de continuar incrementando el derroche presupuestario para sostener este crecimiento de cartón que ha servido de argumento de algunos propios y muchos extraños para explicar que el CNE en tiempo récord intergaláctico contabilizara más de siete millones de votos para la reelección.
Pero aun así, y mientras no se imponga el famoso trueque como modelo mágico de intercambio, la inflación real que viven consumidores humildes y no, continuará siendo el signo creciente de alerta respecto a la falsa bondad de esta llamada política económica. Esta inflación se convertirá en la cifra roja, que las autoridades continuarán tratando de maquillar hasta que "el cuerpo aguante". Veremos lo que inventan después.
Mientras tanto, como puede esperarse de un régimen que sabe que se le viene el mundo encima, las prioridades se fijan en el control del aparato disuasorio y en cambios constitucionales para arrinconar aún más a la temida disidencia política.
Fuente: El Diario Exterior
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