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Luego de la frustración por la pérdida del premio Nobel de la paz...
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por Marcelo Ostria Trigo (Perfil) |
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Dicen las malas lenguas que, terminada la esperanza de que el presidente Morales, obtenga el Premio Nobel de la Paz correspondiente a 2007, ya no habrá freno para agredir y ofender a personas e instituciones. En efecto, los serios señores noruegos encargados de elegir al premiado, ya decidieron que el galardón de 2007 sea, conjuntamente, para el ex-vicepresidente estadounidense Al Gore y el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la Organización de las Naciones Unidas. "El comité de premiación les entregó el galardón en reconocimiento a las acciones que han realizado para fomentar y difundir el conocimiento sobre la incidencia de las actividades humanas en el cambio climático, gestiones que han colocado las bases para enfrentarlo”. En esto por supuesto que no hay nada que se parezca a incitar a la violencia o el odio. Los caballeros noruegos ya no tendrán que pensar, hasta el año próximo, en un candidato meritorio para ser elegido.
Pero ahora, internamente en Bolivia, la cosa si que se pone más fea, pues se estaría cumpliendo lo que esas malas lenguas decían sobre el freno, ahora ausente, que obligaba al gobierno a mostrase pacífico, conciliador y sereno. Por esto, una vez perdido el premio, ya arrecian los ataques simultáneos a todos y a todo. Y éstos salen de la boca del propio presidente que ahora no ha visto mejor blanco que atacar a la Iglesia Católica. Y lo hace –ya se lo han dicho– con el atrevimiento de quien no conoce la historia ni el presente de una obra que, pese a cualquier carencia, está inspirada en la solidaridad con el prójimo, con los desvalidos, a los que el acusador pretender defender.
Ofende también a un sector respetable de ciudadanos. Dice que los combatientes de las fuerzas armadas contra la guerrilla de 1967 fueron inducidos por el imperio a enfrentar al agresor extranjero no mereciendo, entonces, reconocimiento alguno. Bueno ya no hay que discutir el disparate. Pero como es cierto que hubo soldados valerosos que se sacrificaron, negarles el homenaje por lo que ofrendaron, no solo es una mezquindad sino que constituye una afrenta, sólo explicable por el sectarismo secante, expuesto con la arrogancia que va creciendo cuando el dirigente va en camino de convertirse en autócrata.
Hacer un recuento de las ofensas sería larga tarea, pues en número, gravedad y repetición, no hay parangón. No estamos, por ello, ante la necesaria serenidad que debe mostrar un conductor. La estridencia y la locuacidad insensata, no unen a los ciudadanos. Sólo producen mayores divisiones, enconos y enfrentamientos. Y pensar que el gobierno “masista” se precia de trabajar para la consolidación de una patria unida. En realidad, son provocaciones, ni más ni menos, pero peligrosas y sin destino honroso.
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