por Ruben López Arce
Sentado frente a mi computadora, siento de pronto, deseos de pensar y escribir sobre mi padre. Al decidirme a ello, pongo entonces lo mejor de mí mismo, en cuanto a voluntad y empeño. Me doy cuenta que ello no es sencillo. Es que el viejo era una persona tan particular, tan especial& me atrevería a decir que esta va a ser una tarea ardua, porque el viejo era "único".
En la medida que pueda llevarlo a cabo, estoy dispuesto a hacerlo, por lo menos voy a intentarlo, dejando en claro determinados parámetros que considero imprescindibles para el emprendimiento.
Si yo le solicitara autorización para escribir, él sería el primero en negarse a darla, porque por condición, nunca le gustó llamar la atención, exhibiendo como siempre su acendrado bajo perfil. Nunca le gustó ser el centro que acaparara el interés de los demás.
Así es que en este momento, lo invoco y dejo que su afectuoso recuerdo me lleve por los carriles que indica mi alma, sin ningún deseo de molestarlo, todo lo contrario, quiero sentirlo tal cual era, con virtudes y defectos, con su carisma y su humildad, con su bonhomía y su don de gentes.
Muchas cosas recuerdo de mi padre, y porque siempre lo acepté y lo respeté, es que permanecieron vigentes en mi memoria. Están muy presentes algunas de aquellas anécdotas en las que su espontaneidad y sana forma de vivir, desencadenaba una sonrisa franca y desinhibida.
Las tristezas, los malos ratos no vienen a mi memoria, eso no vale la pena, la vida transcurre, y de ese transcurrir deben sobrevivir los buenos y gratos momentos. En su redacción, siento que me embarga una emoción muy particular y quiero hacerlo como un homenaje más, de quien siempre lo consideró un "viejo de primera" con miles de errores, pero con una autenticidad, que no da para atribuir mala intención de su parte ni deseos de juzgarlo, por la mía&
"Va a ser ésta, una forma de homenajearte, de rendirte culto, y decirte al oído cosas y palabras que tal vez estoy arrepentido de no haber pronunciado en su oportunidad. Por tu condición de ser humano, como no podía ser de otra manera, también tenías tus defectos, pero ellos quedaban totalmente minimizados ante tu grandeza de espíritu, tu entereza y tu estricto sentido de responsabilidad , que por momentos, osaría decir, rayaba en la exageración.-
No te disgustes conmigo Luqui; escribo pensando en tí, y lejos de la chanza o la burla, te tengo muy presente, y a lo largo de estas páginas sabrás cuánto fuiste para mí, sabrás cuánto te amé y por sobre todas las cosas, te darás cuenta de todo el respeto y admiración que me inspiraste, aún cuando en muchas ocasiones no estuviera de acuerdo con tus pensamientos y actitudes".
Adelante pues, manos a la obra. Quiero pintarlo tal cual era, como yo lo veía, o mejor dicho tal cual lo veo ahora con el paso de los años. Quiero mostrarlo en su vida diaria, tal cual actuaba, citando situaciones, pantallazas de vida, sus reacciones y actitudes que para mí redondearon una sublime personalidad, cual diamante en bruto, sin retóricas, sin subterfugios, franco como un libro abierto , siendo sólo lo que él era: : Luqui.
INICIOS DE PADRE
Corría 1934. En la ciudad de Rocha, Juan Angel y Anais, luego de un noviazgo corto pero normal, concretaron su ideal y contrajeron enlace. El tenía 24 años y ella, tan solo 14. Superando dificultades, y contra viento y marea, alquilaron una casita, ubicada en la Av. 1º de Agosto, frente a la torre de OSE.
Ambos provenían de familias muy humildes, gente de campaña y de puro corazón.
Ninguno de los dos había completado la educación primaria, Juan Angel apenas había aprendido a leer, y Anais llegó hasta el cuarto grado, con conocimientos muy precarios y elementales.
Juntos, guiados y dirigidos por ese maravilloso sentimiento, tan humano como es el amor, emprendieron su transcurrir por la vida, llenos de ilusiones.
El trabajaba como peluquero, oficio que ejercía desde muy joven, en los pagos de 19 de Abril, lugar donde transcurrió su niñez. De soltero actuó como oficial en una peluquería céntrica y muy renombrada.
Ahora, ya casado, pudo lograr su ilusión: Instaló su peluquería en un saloncito junto a su casa.
Ya en ese entonces tenía una obsesión muy particular: dar servicio.
Sus tarifas estaban siempre en la mitad de los servicios similares en la ciudad, pero fiel a sus principios y de acuerdo a su mentalidad, siempre e invariablemente expresaba su sentir y deseo: "estoy para servir al cliente y darle lo mejor de mí mismo, yo no estoy aquí para robarlo".
Siendo dicharachero y muy charlatán, la gente se aglutinaba en el salón, esperando su turno entre chanzas y comentarios del barbero. Era digno de ver , porque en la peluquería nunca había silencio, por el contrario imperaba el buen humor y la amena conversación de los concurrentes. Incluir (el peluquero Luqui)
Fue muy difícil su comienzo, tratando de ganar el jornal con su trabajo, para hacer frente a los gastos esenciales que demanda mantener una familia. En algún momento se decidió a anexar un bar, para lo cual usó el saloncito de su casa particular.
A plazos, en interminables cuotas, compró un billar, y con la ayuda de Anais, que era quien atendía la cantina, fueron pasando los años. Trabajando al unísono, codo con codo, ambos fueron paliando las primeras dificultades. Por razones que nunca se supieron en forma cierta, aunque es fácil deducir que el trabajo era demasiado, sobretodo el bar y billar, atendido por Anais, pocos años después cerraron ese negocio y se mudaron de casa, a un local cercano sobre la misma avenida.
Por ese entonces, a modo de cascada, escalonaditos a razón de uno por año, fueron naciendo sus cuatro hijos, Ruben( Yuyo), Elio(Negro), Lope(Tito) y Milton , llenando su hogar de alegría con risas y llantos de los menores que fueron creciendo, en un muy humilde pero sublime entorno.
A costa de esfuerzo y sacrificio, surgió el sueño de la casita propia, lo que pudo concretarse en el año 1942, cuando Yuyo ya estaba en edad de comenzar a ir a la escuela. Para construir su casita, gestionó y obtuvo un préstamo en el Bco. de la República, por $ 10.000 con la obligación de pagar $ l6, 16 mensuales durante 10 años. Ese era el importe de la cuota y ese dinero había que obtenerlo de la peluquería, cobrando $ 0,20 el corte de cabello y $ 0,05 la barba.
Un día normal de trabajo, le proporcionaba aproximadamente un ingreso de
$ 2,00, considerando que por aquel entonces los hombres acostumbraban ir a la peluquería a afeitarse. Con ese jornal había que hacer frente al presupuesto fijo de gastos y proveer la alimentación para toda su familia que en ese momento estaba formada por seis personas.
Compró el terreno para la vivienda en la Av. 1º de Agosto, justo "abajo de la torre" como él acostumbrada decir al proporcionar su dirección. Al pasar,& es fácil darse cuenta de los enormes y prolongados esfuerzos que debieron realizarse por varios meses para la compra de materiales y elementos necesarios para levantar la casa. Luego de construida, allí instaló su salón de peluquería y su casa habitación, obteniendo lo que el pregonaba " la tranquilidad de tener la casita propia".
Todo era precario, humilde, carente de todas esas comodidades que hoy ostenta una casa normal, pero rebosante de entusiasmo, desbordante de esperanza y llena de sentimientos positivos hacia el futuro.
Juan Angel tenía ideas muy personales respecto a la enseñanza de sus hijos, de quienes esperaba mucho más de lo que él había conseguido durante su infancia. El deseaba enviar a sus hijos al colegio privado de los Hermanos Maristas, instalado hacía poco tiempo atrás en la ciudad. Pero había que ingeniárselas parta lograr el tan ansiado objetivo. Con resolución y exhibiendo su poder de convicción, sin claudicar ante ninguna adversidad, se apersonó al Director del Colegio, ofreciendo el servicio mensual de peluquería para todos los maestros y alumnos en régimen de pupilos, a cambio de matrícula y mensualidad para sus hijos. Había cinco o seis maestros y más de una docena de alumnos pupilos. El Director evaluando el esfuerzo y buena voluntad del peluquero, concedió la tan ansiada posibilidad. Indudablemente no dejaba de ser negocio para ellos, que cobraban a los alumnos pupilos el servicio de peluquería equiparando de alguna manera los gastos que insumían la enseñanza de los chicos del barbero. De esa forma sus hijos pudieron obtener la enseñanza que deseaba para ellos.
Cada veinte días, dedicaba una tarde entera, y a veces trabajaba hasta muy entrada la noche, para servir a todos los maestros y alumnos pupilos del Colegio. Ese enorme sacrificio sólo puede apreciarse con objetividad y certeza, luego de pasar muchos años, valorando así el empeño puesto por aquel hombre, para satisfacer su íntimo deseo de que sus hijos tuvieran la educación que él se había propuesto proporcionarles.