La izquierda en Uruguay no reprime ¿O ya lo hizo?
por Diego Díaz - Germán Sainz
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No muchos términos causan tanto rechazo epitelial en nuestros días como el de “represión”. Hoy es preferible verse públicamente acusado por pedofilia que de represor.
Esta sensación no es menos familiar en el ámbito de la aplicación concreta de las normas penales, el papel de la policía y los medios coercitivos del Estado.
La noticia ha dado la vuelta al mundo: La Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) decidió suspender el Torneo Apertura 2008, tras los graves incidentes ocurridos el domingo 17 de Noviembre pasado luego de la victoria del Danubio sobre Nacional . Unos 200 seguidores de ambos equipos invadieron el campo de juego para culminar en una gresca generalizada, barras de hierro en mano. Estos sucesos de violencia futbolística no son una novedad. Lo realmente novedoso fue la absoluta pasividad de los cuerpos de choque de la policía apostada en el estadio, que no intervinieron en ningún momento de los feroces incidentes.
El fenómeno del “ausentismo coercitivo del estado” no es ajeno a otras realidades del momento. Tras una imparable ola de delitos los comerciantes de la zona sureste del país, han optado por la “justicia a mano propia”.
En ambas situaciones se refleja un hecho consumado: el estado ha decidido replegarse y no cumplir sus funciones. La premisa weberiana de que dicha institución se define en base a poseer el monopolio de la violencia legítima, es hoy bajo la izquierda gobernante, una definición que se puede pasar por alto. Jurídicamente se opta por todo tipo de garantismos jurídicos, cuando no, asociados a una visión filosófica foucaltiana en el que el conocido “Vigilar y Castigar” parece haber sido la fuente de inspiración del nuevo régimen en cuanto a políticas represivas.
La conquista del lenguaje
Se podría profundizar aun más en la compleja relación existente entre la violencia social y la represión de la misma y la visión que la izquierda posee al respecto así como los métodos de su aplicación. Interesa en este caso, por el contrario, hacer hincapié en una variable cultural soporte de este estado actual de la situación: los alcances del lenguaje y la conquista que la izquierda ha realizado de este. Como sostiene Luis Sánchez de Movellán de la Universidad Complutense de Madrid, el lenguaje ha sido de vital importancia en la instauración de ciertos códigos valóricos. Así es como afirma que “(...) la lengua, su control y dominio, constituyen poder”. Se trata de la búsqueda de la introducción de lo políticamente correcto en el lenguaje, entendido esto como la asimilación por parte de la sociedad de un sentido semántico de las palabras no relacionado necesariamente con su significado etimológico. Las palabras significan más de lo que el diccionario contiene, obteniendo de esa forma una carga simbólica condicionante. En el caso de la violencia y la represión, lo políticamente correcto en el vocabulario neomarxista ha tenido consecuencias concretas en el plano político: la izquierda en el poder, no reprime.
¿Qué hacer?
La izquierda no sabe que hacer frente al fenómeno de la inseguridad y la violencia social. Con un accionar extremadamente errático que ha llevado a la actual ministra del Interior Daisy Tourné a una campaña de desarme de la población, se contrapone la salida a la palestra de una de los más influyentes senadores del mismo partido de gobierno llamando a la población a armarse para frenar esta actual ola de delitos.
Pero ¿Qué papel ha jugado el lenguaje en esta controversia que parece no encontrar resultados positivos? Se ha impuesto- por obra de la actuación de una terminología concreta, la idea de que una acción facultativa del estado puede ser asociada a una acción políticamente incorrecta. Esta dinámica sirvió a la perfección en los largos años de recorrido hacia la conquista del poder político. En este caso el concepto de represión está asociado indisolublemente a la idea de “totalitarismo”, “dictadura”, “período de facto”, “fascismo”, dejando a criterio del lector la sumatoria de adjetivos que le resulten familiares. La victoria lingüística supone además la idea de que la izquierda jamás puede equivocarse. Cuando la izquierda se ve “obligada” a reprimir, no lo hace de acuerdo a su filosofía implícita, sino por un abandono repentino de la misma. Se metamorfoseó. Cuando no hace mucho tiempo, los grupos de la izquierda radical pusieron en aprietos al flamante gobierno, se solía escuchar que no se compartían las acciones de los “fascistas de izquierda”. El incauto pasa a cargar con muertos que no le son propios.
En el caso de la represión, esta victoria semántica incorpora todas las significaciones marxistas más conocidas; el vocablo pasa a convertirse en una categoría transhistórica, universal, esencialista, sin tiempo ni espacio. Por ello cualquier individuo imprudente que ose reclamarle al estado su derecho a la seguridad física, se convierte automáticamente en un potencial “represor”, un amante del garrote y un nostálgico de los “dark ages uruguayos” y ¿por qué no?, un “inquisidor”.
Es así como la misma victoria lingüística de la izquierda que otrora le brindara provecho, hoy está obrando en su contra. En contrapartida, la represión que no ejerce a nivel político, la ejerce en cambio en el ámbito de la cultura, habiendo impuesto el vocabulario simbólico de lo políticamente correcto. En cualquiera de los dos aspectos, ambos fenómenos se han traducido en un rédito electoral con tendencia a la baja.
La relación entre el incumplimiento del rol represivo y autoritario del estado ante determinadas conductas y la sociedad que reclama del mismo, se asemejan cada día más a la falta de autoridad ejemplificada por el premio Nobel de fisiología, Konrad Lorenz entre un niño educado en un ambiente antiautoritario y sus padres: “...el niño educado en el interior de un grupo no jerárquico, se encuentra en una situación absolutamente artificial. No puede reprimir su tendencia instintiva a ocupar el primer lugar, tiraniza a los padres (...), cuando ensaya provocarlos para generar de su parte una justa indignación, no recibe la respuesta agresiva que inconscientemente espera sino que choca con un muro de goma de bellos discursos y de frases pseudo- racionales que para él no significan nada”.
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